Viento del siglo, la novela de Laco Zepeda sobre la posrevolución en Chiapas
Viento del siglo (2013), la novela de Eraclio Zepeda con que cierra la tetralogía que inició con Las grandes lluvias (2006), es un texto que traza la historia política y cultural de Chiapas en la primera mitad del siglo XX.
A través de los pasos de Ezequiel Urbina, el alter ego del padre del escritor, conocemos a poetas, exploradores, mapaches mansos, activistas y políticos posrevolucionarios.
En la magnífica novela de Laco está la querencia por la tierra; refiere que entre ruidos y balazos de las tropas carrancistas, de pronto se escuchaba la marimba: “¿Marimba, hermano?”, “Sí, como lo oyes. En la tropa carrancista, entre la infantería, venían soldados chiapanecos que sabían tocar marimba y en ocasiones se les oía, en sus horas de asueto, sacando melodías al instrumento que nos vendió el maestro Nandayapa”.
En Viento del siglo se camina por la sinuosa geografía chiapaneca, por las calles de San Cristóbal, por el Desierto de la Soledad, por Chiapa de Corzo y sus canoas alargadas del río Grande, y su único hotel, el de Manuel de Jesús Grajales, padre de Victórico, el gobernador el quemasanto.
En la novela desfila la tropa de mapaches que salía a combatir como si saliera de cacería, “salga como salgare”, con sus jefes Tiburcio Fernández y Alberto Pineda Ogarrio a la cabeza. Marcha por sus páginas Álvaro Obregón, el primer presidente que tuvo la osadía de visitar la lejanísima Chiapas; está Plutarco Elías Calles; está Adolfo de la Huerta, el derrotado presidente que sobrevivió en Estados Unidos impartiendo clases de canto. Está Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz, que debió sobrevivir en Guatemala vendiendo medicinas, ciudad en donde también se asiló Alberto Pineda. Está, pues, el viento político y cultural.
Está el doctor Manuel Bartolomé Trens, bueno para operar heridos, pero mejor para escribir la historia monumental de Chiapas. Están los militares norteños, venidos por los vientos de la Revolución, quienes trajeron la carne asada, el coñac y las polcas, pero de aquí se llevaron los zapateados de marimba, el comiteco, el cochito y jabalí horneado. Están los indios, pero apartados, sometidos, sin derecho a caminar por las banquetas.
Está la matanza de Huitzilac, Morelos, ordenada por Plutarco Elías Calles, en donde fueron acribillados Francisco Serrano, quien disputaba la presidencia de la República, y con él sus acompañantes, entre otros nuestro gobernador socialista Carlos Vidal. Están Luis Vidal, gobernador interino de Chiapas, y Ricardo Alfonso Paniagua, presidente del Congreso del Estado, que fueron fusilados en Tuxtla. Está Julio Sabines, el papá del poeta mayor, quien debió huir para librarse del paredón.
Por las páginas de Viento del siglo aparece hasta mi admirado Santiago Serrano y su poema Mi amazona. Está Francisco Sarabia y su flota de 30 aviones que llevaba pasajeros y azúcar, sal, cerveza y ropa a los pueblos dispersos de Chiapas, de donde sacaba café, panela y puercos. Está el piloto Bieler, quien realizó el primer bombardeo aéreo, con el saldo de haber matado un gallo de pelea, de nombre Papiniano, en la casa del general Alberto Pineda en San Cristóbal.
En Viento del siglo, la mejor novela de Laco Zepeda, está el palpitar de Chiapas, su historia local conectada con el mundo. Allá, hasta la Zacualpa llegaban los vientos culturales de Francia, con la revista El Correo de Ultramar, una publicación que marcó las “modas de señoras y señoritas” de fines del siglo XIX. También arribaban libros adquiridos en Teapa o en San Juan Bautista, hoy Villahermosa.
Viento del siglo, editada por el Fondo de Cultura Económica, es una novela espléndida sobre una historia de familia, recreada en la atmósfera chiapaneca de la posrevolución. Realmente vale la pena leerla.
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