Siete libros de Jesús Morales Bermúdez, 4
Casa de citas/ 684
Siete libros de Jesús Morales Bermúdez
Héctor Cortés Mandujano
(Cuatro de cinco)
5. Por los senderos de lo incierto
(1994)
Los cinco relatos que conforman este breve libro son, me parece, la mejor muestra de la maestría narrativa de Jesús. Creo que incluso el título es certero, no tiene dudas como Memorial del tiempo o Vía de las conversaciones, o como Ceremonial o hacia el confín (novela de la selva), que propone tres títulos, o Desde mi ventana. Imágenes de San Cristóbal o Jovel, que nombra de dos maneras la ciudad de referencia.
Aquí, en Por los senderos de lo incierto, está el que considero su texto magistral: “Del largo vagar de los sentidos”. Salvo uno, “Helena”, los demás se refieren a hombres (“Helena” también tiene un hombre coprotagónico) y están escritos de nuevo en primera persona; el epígrafe de Bataille evidencia su temática general (p. 493): “Hay flamantes similitudes, hasta equivalencias e intercambios entre los sistemas de efusión erótica y mística”.
No conozco más que generalidades de la vida de Jesús Morales, pero creo que varias de estas historias son cercanas a sus propias experiencias, sin que por ello quiera decir que son autobiografías sutiles. Salvo “Helena”, que me da la sensación de ser sólo imaginación literaria, los otros cuatro relatos parecen venir de seres anejos.
“Infancia” cuenta los años infantiles de un narrador (de nuevo el recuerdo, que es temática obligada en todos sus libros) sujeto a ciertas obligaciones religiosas, que se recrea y goza cuando la prima Lupe, de “quince o dieciséis”, baila y muestra “sus piernas y su pantaleta”; cuando el vestido se alzaba, dice el narrador (p. 496), “Nos llegaba una emanación tierna, tibia, húmeda, escondida, en que nos era trasmitida la anterior voluptuosidad”. La infancia concluye, la Lupe y el Pancholín, que hacía teatro, se van (p. 498): “Se rompió la esfera de cristal. Ahora somos como un pedacito de cristal. […] La hermandad ha terminado”.
“El viaje” junta la Historia con la historia del narrador quien, por las charlas de su abuelo, decide recorrer (p. 499) “la ruta que siguiera el mapachismo por el norte del estado”. Al abuelo lo matan, se supone, por el control del trago, y por las intrigas de un albañil, el asesino, les quitan todas las propiedades. La abuela deviene heroína y logra salir de la miseria y hacerse cargo de la familia. Aquí también el narrador recuerda que, cuando niño, unas muchachas les enseñaban los (p. 502) “conejitos que traían escondidos debajo de sus faldas”. El asesino del abuelo tuvo un fin trágico. Le cuentan al narrador que (p. 502) “a ese hombre lo fueron persiguiendo y una noche, en una choza, lo mataron como un perro”. En sus libros, cuando se refiere a la diferencia entre el pubis de las mujeres, insiste en que las indígenas no tienen vello; aquí tiene el narrador su primera experiencia (p. 503): “Su pubis lampiño se me entregó y me entregó la vida”.
En “Por los senderos de lo incierto” aparece, en el narrador, que se llama Rubén, su pasión por los libros (p. 504): “Cuando ya estudiaba el segundo de humanidades […] descubrí un mundo que me había permanecido oculto. Por primera vez supe lo que era la literatura”. Habla de tres de sus amigos y de los libros prohibidos, censurados por el seminario; del desnudo en la pintura, que lo induce a la masturbación; de su enamoramiento por una monja, la Madre Juana. Finalmente conoce a la mujer (p. 520): “fija para toda la vida, me queda la desnudez de ella”. Y de allí, su vida camina entre la religión y el erotismo, por los senderos de lo incierto (p. 523): “¿qué podía ser? ¿Dónde vivir, cómo aprender la vida?”.
En “Helena” cuenta una historia que se ha contado mucho (Tolstoi, Hesse, se me ocurren de inmediato), que tiene muchas resonancias parecidas: un religioso que se retira al monte, a la montaña, que se vuelve eremita y se encuentra allá la tentación, al diablo, en una previsible mujer pecadora.
“Del largo vagar de los sentidos” me parece la mejor prosa de Jesús y su mejor historia. En el cuento, el más largo de cuantos aparecen en esta recopilación, desde el principio estamos en la mente de un asesino serial y sabemos de su placer por violar, herir, matar. Comienza por matar animales (“lo mismo lagartijas que ardillas, ranas y tortugas”), agujerear prendas íntimas de mujer (p. 538): “Precisaba entonces de mujer, de estrujarla, de hurgarla en el rojo de sus cavidades”. Luego de su primer asesinato, dice (p. 540): “Comprendí el sentido artesanal del crimen”. De allí en delante busca la forma de que se conjuguen (p. 541) “asesinato y anhelo de mujer. Tampoco se trata de una determinada mujer ni de un determinado asesinato”. Se piensa por encima de todos (p. 542): “Los espíritus superiores, los seres de excepción debemos caminar con el fardo de nuestra singularidad”. Mata por placer y se deja guiar (p. 554) “por los senderos de lo incierto”. Leonor es la mujer por quien más cerca estuvo del amor. La mata (p. 556): “arranqué su corazón para saberla única y enteramente mía”.
6. Desde mi ventana
Imágenes de San Cristóbal o Jovel
(Publicado en la revista La Jícara de 1993 a 1998)
Este breve libro es una declaración de amor al pueblo natal de Jesús. Sus 13 viñetas narrativas, en general, no cuentan historias completas, redondas: son descripciones, recuerdos, agradecimientos. No tienen títulos, están numerados.
Dice, por ejemplo (p. 563): “Los niños hemos vuelto de correr por la Almolonga, de nadar en los canales del Cubito”; y luego (p. 565): “Un día partí dejando el esplendor levítico de la ciudad”; y más adelante (p. 580): “Y bajemos a la nave, dijimos aquella tarde recordando el verso primigenio de Pound, construyamos el libro de las colectividades. Dejamos la casa entonces, El barco, y nos aprestamos caminos de la selva”.
Hay anécdotas (p. 582): “He visto esta tarde a Saramago caminar por las calles de Jovel. El pudor ante su celebridad, su deseo acaso de pasar inadvertido detuvieron mi deseo de detenerlo para agradecerle la belleza de alguno de sus libros. Luego, fugaz como el destello, su desaparición. Pregunté a mi alma cuántas veces detuvo su emoción frente a la belleza”.
Los dos últimos textos forman un díptico de destrucción y renacimiento. En el numeral 12 habla de cómo un munícipe (p. 585) “impulsó las invasiones de los espacios públicos por comerciantes de lo informal”, y en el último, el 13, agradece a Katyna de la Vega (p. 588) “recuperar las almas de las ciudades alteñas, Comitán y San Cristóbal”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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