Más de cien amantes

Casa de citas/ 688

Más de cien amantes

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo en uno de mis lectores electrónicos Penélope y las doce criadas (2005, con traducción de Gemma Rovira Ortega), de mi admirada Margaret Atwood.

La novela la cuenta Penélope, desde el Hades, muchos años después de muerta; por allí andan también los espíritus de sus criadas y, entre otros, de Ulises u Odiseo, como también le decían, quien para huir de los reclamos de las criadas a las que mató (cfr. Odisea) bebe aguas del olvido en el Leteo y renace incesantemente convertido en distintos hombres.

Tiene breves capítulos que son escenas teatrales, canciones, poemas, sin que Penélope pierda el hilo de su historia, donde tienen intervención constante las diosas y los dioses sobre quienes no tiene una gran imagen. Dice luego de relatar cómo nació Helena de un huevo que empolló Leda, violada por Zeus convertido en cisne: “Los dioses no podían quitarles las manos, las patas o los picos de encima a las hembras mortales, y siempre estaban violando a alguna”.

A Helena, quien deja a su esposo y se va con Paris, y con ello desencadena la guerra de Troya, nada le pasa. Mueren cientos y ella después regresa con su marido. Y tantán. Se pregunta Penélope: “Me gustaría saber por qué Helena no recibió ningún castigo”. [En Las bodas de Cadmo y Harmonía (Anagrama, 1998), Roberto Calasso escribe (p. 126): “Helena es el ser más desprovisto de virtud que podemos encontrar”. Además (p. 124), “en lugar de llorar su culpas, Helena encargó, igual que un soberano, la Ilíada a Homero, para que la cantara”.]

Penélope era inteligente, pero no hermosa como su prima Helena. Ve desde una ventana el patio donde están sus múltiples pretendientes: “Yo sé que no me persiguen a mí, a Penélope el Pato. Sólo persiguen lo que va conmigo: los lazos reales, el montón de basura reluciente. Ningún hombre se quitaría la vida por mi amor”. [Le decían Pato (Patita la llaman tanto Ulises como Helena), porque de recién nacida su padre la aventó al agua para que se ahogara; la salvaron unos patos.]

Ilustración: Alejandro Nudding

Se casa con Ulises. Cuando él se ha ido a la guerra de Troya oye la historia de que es amante de Circe y ésta ha convertido a los marinos en cerdos: “No debe haberle costado mucho trabajo”.

Su madre es una náyade (una ninfa de agua), que dejaba charquitos donde se paraba o se sentaba. Está con ella cuando nace Telémaco, en el palacio de Ítaca. Su madre “se escabullía e iba a bañarse en la fuente del palacio, o desaparecía y pasaba varios días contando chistes con los delfines y haciéndoles bromas a las almejas”.

Consienten mucho, pese a su oposición, a Telémaco. Dice Penélope: “Los árboles crecen hacia donde torcemos las ramitas”.

Aunque Penélope es símbolo de fidelidad, hay otras opiniones: “Las versiones más descabelladas sostienen que me acosté con todos los pretendientes, uno detrás de otro –eran más de cien”.

Desde el Hades ve cómo cambian los tiempos: “Veo que el mundo sigue igual de peligroso que en mi época, sólo que ha aumentado la magnitud de la desgracia y el sufrimiento. Respecto a la naturaleza humana, es más patética que nunca”.

 

***

 

La forma es vacía; la vacuidad es forma.

La vacuidad no es otra que la forma; la forma a su vez no es otra que la vacuidad

Gueshe Kelsang Gyatso

 

Mi amiga Paty Bautista me dio prestado Nuevo corazón de la sabiduría. Enseñanzas profundas del corazón de Buda (Editorial Tharpa, 2013), de Gueshe Kelsang Gyatso, de quien he leído y comentado, ya (en Casa de citas), varios libros.

Dice este maestro que creer que nuestros deseos son importantes hace que (p. 88) “generemos apego a que se cumplan nuestros deseos. […] Para liberarnos del sufrimiento y los problemas, hemos de eliminar el apego que tenemos a que se cumplan nuestros deseos. Este apego es el origen de todos nuestros problemas cotidianos. […] Cuando nuestros deseos no se cumplen, por lo general generamos sensaciones desagradables, como por ejemplo, de infelicidad o depresión; y tenemos estos problemas porque estamos muy apegados a que se cumplan nuestros deseos”.

Propone que para no odiar consideremos que (p. 175) “nuestros enemigos son en realidad nuestras madres de vidas pasadas. […] En nuestra vida diaria nos encontramos con diferentes seres sintientes, humanos y no humanos. A algunos los consideramos amigos, a otros enemigos y a la mayoría desconocidos. Este tipo de discriminación es producto de nuestras mentes equívocas y las mentes válidas no lo verifican. En lugar de mantener estas mentes equívocas, hemos de reconocer y creer que todos los seres sintientes son nuestras madres. […] De este modo, generamos una actitud ecuánime y cálida de afecto y cercanía hacia todos los seres”.

Sigue (pp. 182-183): “Nuestro sufrimiento no es un castigo impuesto por nadie, sino que procede de la mente de estimación propia, que solo desea nuestra propia felicidad sin tener en cuenta la de los demás. […] muchas personas, cuando no consiguen satisfacer sus deseos, se deprimen, se desaniman, se sienten desdichadas e incluso piensan en suicidarse. Ello se debe a que su estimación propia les hace creer que sus deseos son muy importantes. Por lo tanto, la culpable de su infelicidad es la estimación propia. Sin ella no habría base para padecer estas aflicciones”.

Escribe dos fórmulas contra los daños que nos pueden causar los deseos y la estimación propia (p. 184): “Nada me causa tanto daño como el demonio de la estimación propia. Es la causa de todas mis faltas, desgracias, problemas y sufrimientos. Por lo tanto, debo abandonar mi estimación propia”, y “Toda la felicidad de este mundo surge del deseo de que los demás sean felices”.

El libro está lleno de aprendizajes, siempre que practiquemos lo que Gueshe nos trasmite teóricamente (p. 196): “No hay peor maldad que el odio. Con la práctica de la paciencia podemos alcanzar cualquier meta espiritual; no hay mejor virtud que la paciencia”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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