Los sonidos de la noche

Foto: María Gabriela López Suárez

Manuela había recibido con gran alegría la invitación de su tío Renato y tía Martina a visitarlos a su casa en el campo en el puente vacacional que se avecinaba. Cuando llegó a casa le comentó la noticia a Pedro y Marina, su hijo e hija, quienes se mostraron contentos pero no al grado de Manuela.

—Oye mamá, ¿hay conexión a internet en la casa de tía Martina y tío Renato? —preguntó Marina algo preocupada.

—¿Podré llevar la tableta? —le siguió Pedro.

—Les tengo la noticia que solo yo llevaré el celular por si hay alguna situación de emergencia. Este pequeño viaje además de visitar a nuestra familia también tiene la intención de disfrutar de la naturaleza y desconectarnos de redes sociales —fue la respuesta que les dio Manuela.

Los rostros de Marina y Pedro mostraron cierto desencanto. Manuela ya esperaba algo así pero no les puso mucha atención y les encomendó ir preparando su equipaje para tenerlo listo con anticipación.

El día del viaje madrugaron para salir temprano, subieron al autobús que los llevaría a la terminal cerca de su destino. El viaje tardó alrededor de cuatro horas. Martina y Renato fueron a traerlos. El encuentro familiar fue muy efusivo, la tía Martina era hermana de la mamá de Manuela y quería a su sobrina como si fuera su hija. Manuela había llevado una canasta con frutos secos que gustaban a sus familiares.

Al llegar a casa el tío Renato les indicó donde era la habitación que ocuparían. Luego de instalarse se reunieron en el comedor para desayunar. Al terminar de desayunar la tía Martina los llevó a visitar el huerto que tenían, ahí cultivaban verduras, así como albahaca, epazote, romero, cilantro, perejil, lavanda, citronela. Pedro se interesó en preguntar cómo podrían hacer eso en la ciudad, la casa donde vivían tenía poco espacio. Martina aclaró sus dudas y le dio sugerencias.

Para la comida les prepararon una sopa con verduras cosechadas del huerto y unas quesadillas con epazote hechas con tortillas de maíz amarillo. El agua era limonada con chía y de postre degustaron algunos higos que la tía había cocinado.

Manuela observaba a Marina y Pedro, en qué momento preguntarían si había conexión. Aunque no le veía mucho el caso dado que no habían llevado más que el celular de ella que por cierto ni había usado. El tío Renato dijo que en casa solían tener la tradición de tomar café con pan para contemplar el atardecer. Les contó que con sus vecinos más cercanos habían acordado que por las noches evitarían poner música a alto volumen, esto para disfrutar los sonidos de la noche. En la ciudad siempre había ruido y a ellos les gustaba el campo justo por la cercanía con la naturaleza. Al escuchar eso las miradas de Pedro y Marina se entrecruzaron pero no dijeron nada.

Esa tarde tomaron café con pan mientras la tía Martina y Manuela contaban anécdotas familiares y el tío Renato algunas leyendas. Luego Renato les dijo que pusieran atención cuando el sol se fuera ocultando, empezarían a escuchar los sonidos de la noche en el campo. Cesó el bullicio de las aves, dio paso a el canto de un grillito, luego se sumó otro más, al cabo de un rato la noche tenía un concierto de grillos. A lo lejos se escuchó un canto, pur-weeooo, Martina dijo que ya se había hecho presente un ave llamada tapacamino. Más adelante se comenzó a escuchar el croar de unas ranas y al cabo de un rato la noche en el campo se había hecho presente a través de sus sonidos. Manuela volvió la mirada a Pedro y Marina que mostraban estar disfrutando el momento, entre tanto ella cerró los ojos y nuevamente alcanzó a escuchar el pur-weeooo del tapacamino.

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