El arte de caminar
El clima en la época de primavera estaba más caluroso que en años anteriores. Inés recordó que era martes, día de ir a caminar por la tarde con Verónica y René, amistades que vivían en su colonia. Por casualidad los había saludado una tarde y le contaron que solían salir a caminar toda la semana, para soltar el estrés laboral y ejercitarse un poco. Inés les preguntó si podía unirse a la caminata y le dijeron que por supuesto, por sus actividades ella solo podía salir tres veces en la semana y el martes era uno de esos días.
Mientras Inés iba a encontrarse con Verónica y René se dio cuenta que el calor se había apaciguado un poco y comenzaba a correr aire, eso ayudaría a que su caminata fuera más grata. El área en la que salían a caminar era un parque con muchos árboles que les brindaban además de un bello paisaje una magnífica sombra.
Al llegar al punto de reunión Inés se percató que solo estaba Verónica quien luego de saludarla le dijo que René llegaría con retraso, así que ellas iniciaron el recorrido. Poco a poco se fueron sumando otras personas de diferentes edades, jóvenes, mayores y algunas adolescentes. Al cabo de un rato la zona era de mucho movimiento.
Esa tarde Inés se detuvo un momento para tomar un descanso, se había doblado el tobillo y aunque la molestia era leve, decidió detenerse para darse un masaje. Verónica quiso ayudarla pero Inés insistió en que no era grave, que ella siguiera con la caminata. Inés buscó un banca, se quitó el tenis del pie derecho y comenzó a masajear la zona del tobillo. Luego movió suavemente el pie hasta dejarlo en reposo por unos minutos.
Al estar sentada comenzó a observar a la gente que caminaba, trotaba y corría en el parque. Su mirada se centró en quienes hacían caminata, se percató de ritmos distintos, al tiempo que los rostros también comunicaban a través de los gestos que cada persona reflejaba. Luego se detuvo en ella, ¿cómo se había doblado el pie? ¿Aceleró el paso? ¿Se distrajo? Intentó hallar alguna respuesta pero nuevamente se fijó en el caminar de las personas, a lo que llamó el arte de caminar, hasta ese momento no se le había ocurrido que el caminar es como vivir la vida. Cada quien tiene su ritmo, su modo, su estilo y su gusto por los lugares que serán recorridos, pero también hay tropiezos, esguinces, caídas y ante ello, las pausas son necesarias para apapacharse, recobrar el ánimo y continuar la caminata.
Inés movió nuevamente su pie, masajeó ligeramente la zona adolorida. Se colocó el tenis y decidió retomar la caminata, lo haría paso a pasito, pero con la mejor actitud. En eso estaba cuando escuchó la voz de Verónica,
—¿Lista Inés? Vamos por una vuelta más.
Inés volvió el rostro y le dijo,
—Sí, voy un poquito más lento pero te sigo.
Ambas sonrieron y continuaron el recorrido, cada una a su ritmo, concentradas. A lo lejos escucharon,
—¡Ya llegué chicas! Tarde pero seguro —era René que se integraba a la caminata.
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