Mi bicicleta amenaza con votar, y arremolinarse si es necesario
Ayer, luego de ser embestidos y casi arrollados por el conductor de un camión que transportaba bebidas endulzadas, mi bicicleta y yo nos recuperábamos del susto y comenzamos a platicar.
Me dijo que había tenido suficiente, que estaba harta, que no creía en las elecciones, ni en los políticos, ni en sus discursos, ni en todas esas cosas pero, esta vez, estaba decidida a votar. Le resultaba intolerable el hecho de que el partido hegemónico del automóvil se hubiera perpetuado en el poder. Y ya sabemos lo que sucede cuando el interés de unos pocos es el que gobierna a los demás.
- El problema, decía, es que el automóvil lo decide todo, como si en este país no hubiera también triciclos, biciclos, cuatriciclos, andaderas, patines, patinetas, escúteres, caballos, burros, carretas, calandrias, bueyes, todos con necesidad de moverse. Dicen, reclamaba airada mi bicicleta, que la calle es de todos, que hay pueblos y ciudades para caminar y rodar, que ahí están los parques y las ciclovías a nuestra disposición. ¡Pero es falso!, todo es falso, vivimos en una simulación, en un sistema de movilidad autoritario, una dictadura, una dictadura perfecta con máscara de democracia.
Yo puse cara de extrañado.
- Ah!, ¿no lo crees?, me espetó. ¿No crees que vivimos en medio de un autoritarismo, que además es violento y no se hace escrúpulos para quitar del camino a quien le estorba?
Bueno, sí… yo quería intentar una respuesta, pero llegó antes, vehemente, su interrupción.
- ¡¿Cuántas compañeras bicicletas crees que han sido abatidas en el último año?!, ¡¿cuántas esta semana?!, ¡¿cuántas hoy?!, tú mismo viste hace un momento lo cerca que estuvimos de acabar tendidos en el asfalto, y yo con las llantas chuecas y la cadena de fuera. No, esto tiene que cambiar. Ya basta de este baño de grasa y tornillos a nuestra costa. Ya basta de esa sordera, de esa insensatez que se niega a escuchar nuestros reclamos, nuestras peticiones, que también son legítimas. ¿O qué nuestras ruedas tienen menos derechos que las suyas?, ¿o sólo porque su claxon suena más fuerte que nuestra campanilla sienten que son superiores?, ¿acaso no servimos para lo mismo?
Eso se podría discutir, le dije.
- Lo que se podría discutir, me respondió, es el mal que le están haciendo a este país con lujo de impunidad, ¿o tú crees que el humo y el ruido de sus motores son un bonito adorno para nuestras ciudades?, y, sin embargo, míralos tan cómodos en el gobierno, renovando su poder sexenio tras sexenio. ¡Y no me digas que es porque son la mayoría!, ¡no señor!, si han llegado a donde han llegado es porque nos han hecho de chivo los tamales, por el apoyo de otros, por el dinero que el pueblo bicicletero no tiene y por la injerencia de empresas a las que les conviene mantenerlos ahí para seguir haciéndose ricas a costa de nuestra salud, de nuestra, paz, de nuestra vida.
Pues es que son un mal necesario, le dije.
- ¡¿Necesario?!, por poco y se le desajustan los cambios del coraje. ¡Necesario mis cojines… del sillín! ¿Tú crees que es realmente necesario vivir en un estado permanente de alerta, con el ojo pelón para no ser planchado a la vuelta de cualquier esquina?, o, dime, ¿es necesario pasarse las horas haciendo filas absurdas ocupando el espacio de otros? Necesario, lo verdaderamente necesario, me dijo, es que el dueño de General Motors deje de estar decidiendo por nosotros la forma de comportarnos en la calle. Lo verdaderamente necesario es que el dueño de Holcim deje de decidir por nosotros cómo es que tiene que verse nuestra ciudad. ¡Pobre de este país, tan lejos de la movilidad sostenible, incluyente y segura, y tan cerca de las fábricas de porquerías!
El que te escuche va a decir que estás loca, murmuré.
- ¿Me quieres hablar de locura?, ¿qué me dices de mantener en el poder a una bola de desconsiderados que nos lleva felizmente al despeñadero?, ¿no te parece lo suficientemente loco dejar a los lobos velar por el interés de los corderos?, ¿crees que es muy cuerdo entregarle el noventa por ciento del espacio público a los que más lo dañan, y al resto aventarnos a una orilla como si fuéramos estorbos? Yo digo que ¡basta¡, que la ciudad es de quien la trabaja y que la calle debe de ser libre y gratuita. Y por libertad me refiero a poder disfrutar de los espacios comunes sin necesidad de pedirle permiso a nadie, y sin estar escuchando que otros me digan cuándo, cómo y dónde debo de hacerlo, solo porque buscan un pretexto para limitar mi derecho. ¡Y no, no pienso vivir encerrada solo porque los mandamases del partido automovilista me ven como una molestia! ¿Sabes qué te digo?, se acabó, ¡movilidad efectiva no combustión!
Bueno y ¿qué piensas hacer?
- Pues eso, voy a votar por quien me ofrezca derrocar esta dictadura, por quien vea a las calles y a los lugares públicos como espacios de posibilidades y no los condene a funcionar como desfiles de hojalata y smog. Voy a votar por quien esté dispuesto a deschapopotar un poco este país, a construir sombras con árboles, a instalar brisas con aguas de ríos limpios, a respetar la tierra de los gusanos, a traer de vuelta el sonido de los pájaros y el zumbido del viento. ¿O es mucho pedir que nos regresen la luna, las constelaciones, las puntas de los cerros y todo eso que ya no vemos de tanta humareda? Eso es lo que los de acá abajo necesitamos, y por eso tenemos que encontrar a alguien que piense en nosotros, que nos represente. Pero que nos represente bien, que no vaya a gobernar solamente para las bicicletas de montaña porque ya valió. Necesitamos a alguien que entienda que habemos bicicletas para vender tacos y bicicletas de paseo, bicicletas con llantas flacas y llantas gordas, bicicletas que van lejos y bicicletas que van aquí nomás, bicicletas negras y bicicletas moradas, bicicletas chaparras y bicicletas grandotas, bicicletas con elotes y bicicletas con herramienta de jardinería, bicicletas con un asiento y bicicletas con dos o más, bicicletas con perro, y bicicletas con garrafón de agua, y bicicletas con leña, y bicicletas con afilador incluido, y bicicletas con libros, y bicicletas con rechinido, y bicicletas correlonas, y bicicletas enamoradas, y bicicletas tristes, y bicicletas corajudas…
Como tú.
- ¡Pues eso necesitamos!, dijo torciendo un poco el manubrio.
¿Y tú crees que vas a encontrar a alguien así? Ya nadie piensa en esas cosas (dejé a mi pesimismo opinar).
- No sé si ahora lo voy a encontrar. Pero lo que sí sé es que cada vez somos más los inconformes, los marginados, los diferentes, y de entre tantos tendrá que salir alguno. Además, ¿no lees los periódicos?, son tiempos de cambio. En el mundo hay países que están deshaciéndose ya de los automóviles, y sustituyéndolos con otros medios de transporte mucho mejores. Acúsame de ingenua, pero se le está llegando su hora al coche, solo que aquí aún no lo saben. Pero ya lo van a saber, verás. Menosprecian nuestra fuerza y nuestro número porque no nos conocen, pero se van a llevar un susto cuando en estas o en las próximas, los de la clase pedaleante lleguemos en montón a las elecciones y no les quede otro remedio que entender que, o se gobierna para todos parejo, o en una de esas nos andamos levantando en una sola rueda para arrebatarles el poder.
Nomás acuérdate que, a pesar de todo lo que ha dicho, vivimos formalmente en una democracia y esas cosas ya no se valen.
- Pues si en la democracia que vivimos sólo los coches tienen derecho a ir a sus anchas por la calle y a todos los demás ni espacio nos dejan, entonces eso para mí no es democracia, y algo habrá que hacer para cambiarla. No son los rebeldes los que crean los problemas sino al revés. Por eso voy a votar, y si nada cambia, nos queda la revolución. Nos merecemos un mundo mejor. Dijo tajante, poniendo punto final a su perorata.
Luego de eso mi bicicleta se quedó callada, como pensando quien sabe cuántas cosas, haciendo girar lento su llanta de adelante. ¡Ah qué mi bicicleta y sus ocurrencias!, quesque una revolución, me dije en silencio mientras le ponía un poco de aceite a uno de sus pedales. Ya la historia la absolverá, mascullé socarrón. Como si hubiera mucha gente dispuesta a salir de su zona de confort y arriesgar la vida solamente por ganas de hacer el mundo mejor… pensaba en eso cuando, sobre el arroyo vehicular, vi pasar a una chica pedaleando una bicicleta con un asiento trasero y un niño en él.
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