Entre azul y naranja
Roberta jaló su mochila, con todo el esfuerzo del mundo trató de llevar lo menos posible en su equipaje. Tenía comisión laboral y viajaría fuera de la ciudad. Ir ligera de equipaje no era algo que le saliera tan bien pero ya estaba intentando hacerlo.
Por demora no alcanzó el autobús que la llevaría a su destino, así que decidió irse en un taxi colectivo. La tarde era calurosa, pudo elegir el asiento del lado derecho de atrás, en la ventanilla. El taxi se llenó pronto. Entre las prisas al salir de casa Roberta olvidó sus audífonos, normalmente al ponerse a escuchar música se relajaba y dormitaba en el viaje.
—Bueno, tengo un plan B, estaré atenta al paisaje y disfrutaré la vista —dijo para sí.
El conductor llevaba la música a volumen mediano, Roberta decidió poner atención al paisaje y así minutos después ya ni identificaba qué canción era ni quién la interpretaba.
El primer elemento que atrapó su atención fue el astro rey, el sol tenía un color naranja tan intenso que parecía como si estuviera con algún efecto especial, como estaba a punto de ocultarse se le podía observar con detenimiento sin que molestara la vista. De ahí giró su mirada a la vegetación, en su mayoría se veían pastizales muy secos, Roberta percibió que los árboles estaban en espera de que cayeran las primeras lluvias.
A lo lejos se veía humo, Roberta pensó que era algún incendio y no se equivocó. Los pastizales secos en temporada de calor eran muy propensos a ser afectados, por algún accidente o algo provocado de manera intencional. Eso no era agradable. Desde su corazón deseó que ese incendió lograran apagarlo pronto y no hubiera muchas afectaciones ni a la vegetación, ni a la fauna, ni a ninguna persona.
Llevó la vista al horizonte y el cielo tenía bellas nubecitas, un tanto aborregado en tonos entre azul y naranja, una vista sumamente hermosa, que indudablemente invitaba a relajarse. Vino a la mente una frase que solía decirle su amigo Renato cuando le compartía atardeceres o amaneceres, el cielo tiene tonos baby blue.
Siguió con la vista atenta al horizonte, se sintió muy afortunada de contemplar ese atardecer, en ese momento agradeció haber olvidado los audífonos. De lo contrario, se habría dormido y perdido ese magnificó regalo. Se acordó de la frase de Quino, el creador del personaje de Mafalda, deja que la vida te despeine, sonrió mientras dejaba que el viento le alborotara el cabello y le acariciara el rostro.
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