La prevista reelección presidencial en El Salvador
Tras la elección del 4 de febrero se confirmó lo que era un hecho predecible, como fue la victoria de Nayib Bukele en El Salvador. A pesar de ello, los fallos en el sistema de transmisión de las actas hicieron que el Tribunal Electoral de El Salvador decidiera contar voto por voto para afirmar que el presidente del país centroamericano obtuvo el triunfo con más del 84% de los sufragios.
El mismo Bukele se vanaglorió, la misma noche de su victoria, que por primera vez en un país existiría un partido único en un sistema democrático. Pulverización de la oposición política y social, y donde el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional se quedará como una oposición constreñida por los resultados electorales.
La figura de Bukele se ha convertido en referente en Centroamérica, o fuera del Istmo centroamericano, así como emblema de un autoritarismo que parece imposible de alejarse de una región marcada por el colonialismo político y económico estadounidense, así como por la constante presencia de dinastías políticas teñidas por el carácter dictatorial de sus mandatarios. Nayib Bukele no pertenece a esa tendencia dinástica, pero su proceder no se ha diferenciado de las prácticas autoritarias tan caras en un mundo que simula, sin empacho, la democracia y los intereses personales y grupales.
Las instituciones del Estado y del poder judicial son ejemplos nítidos de esa simulación, y el gobierno de Bukele ha profundizado en ella amparándose en un discurso sobre la seguridad y la limpieza social. Tristemente ello no es singular de El Salvador porque también sucede en lugares que se llenan la boca de “democracia”, mientras que las prácticas institucionales demuestran todo lo contrario. Solo hay que ver lo que sucede en Polonia, Hungría y España.
De hecho, Bukele ha sido reelegido por encima del mandato constitucional que impedía que ello se produjera, así como se reformuló el sistema de distribución de votos para favorecerlo a él y su partido. El Salvador, como ocurre y ha sucedido en otros países de Centroamérica, entra en un conocido camino para anteponer las visiones y deseos de un mandatario autoritario por encima del mínimo respeto a los derechos humanos y, especialmente, sobre las necesidades básicas de una ciudadanía demasiado castigada por las condiciones de vida. Esta última situación no es achacable a Nayib Bukele, aunque no parece que sea su prioridad cambiar el rumbo para mejorar tales condiciones.
En definitiva, esta reelección revela la crisis del modelo democrático en el planeta, y muestra una peligrosa deriva, a falta de alternativas políticas, hacia gobiernos autoritarios. Administraciones políticas que, bajo el pretexto de la seguridad y la eliminación de los miedos sociales, se convierten en guardianes de sociedades con ciudadanos excesivamente temerosos por el presente. Una tendencia generalizada en el planeta que antepone la supuesta protección y la seguridad a la pugna por logros sociales y políticos.
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