La música que alegra el corazón
El atardecer del viernes dibujó una bella puesta de sol, las siluetas de las montañas se apreciaban a contraluz, decoradas por el hermoso tono naranja que se esparcía en el cielo. Selene llegó a casa antes que Álvaro, su esposo, alcanzó a contemplar el ocaso que se fue como en un suspiro.
Le gustaba observar los atardeceres, a veces en compañía de Álvaro, otras ocasiones con el acompañamiento de las aves que llegaban a buscar su lugar de descanso en los árboles del patio. El jolgorio de los pájaros era uno de los momentos que también disfrutaba en las tardes que estaba en casa.
Se dispuso a preparar la cena, recordó que ese día le tocaba el turno a Álvaro para cocinar. Buscó qué ingredientes había en la alacena y el refrigerador para hacerle algunas sugerencias. Encontró champiñones, tomate, cebolla, zanahorias, mantequilla, leche, queso manchego y unas deliciosas tortillas de harina que había comprado con su tío Marcelo.
—¡Qué bien! Hay varios ingredientes. Podríamos cenar una sopa de champiñones, o una crema de zanahorias, o unas ricas quesadillas con champiñones —dijo en voz alta.
Fue por el celular para enviarle un mensaje a Álvaro, hizo una pausa antes de escribir, alcanzó a escuchar música a lo lejos. Se quedó atenta, pensando si era su imaginación. Lo cierto es que sus oídos no la engañaban, comenzó a identificar que la música era de marimba. ¿Acaso había fiesta? En caso de ser así, ¿dónde estaba la fiesta? Tenía muchos meses que por su rumbo no se escuchaba la algarabía.
Se olvidó de escribir el mensaje mientras intentaba identificar qué canción era, alcanzó a distinguir,
— Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones.
Cuando se percató ya estaba tarareando la canción, era una de sus favoritas. Se le vino a la memoria cuando su abuelita Francisca se ponía contenta al escuchar la marimba. Doña Francisca solía ser tímida, sin embargo, se percibía la alegría al observar su mirada, el color miel de sus ojos resaltaba y su rostro dibujaba dos hoyuelos en las mejillas, una sonrisa discreta y espontánea que le gustaba observar a Selene.
— Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones —se seguía escuchando, mientras Selene sonreía recordando cuando de niña escuchaba en las fiestas familiares que hablaban sobre la música que alegra el corazón. Para ella y sus primas la música era para bailar, imitando a sus artistas favoritas, pero no alcanzaba a entender eso de alegrar el corazón. Ahora de adulta, vaya que le iba encontrando sentido.
El sonido del teléfono la hizo volver al presente, era un mensaje de Álvaro que ya iba camino a casa y llevaba un postre sorpresa para después de la cena.
A lo lejos seguía la música, ahora entonando, ¡Ay mi yaquesita, ay mi yaquesita!
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