Nada es para siempre
El viento gélido de la noche anunció a Yasmina que algo había sucedido. Era como una especie de intuición, como cuando las cosas no van bien. La vida en la ciudad era más ajetreada. Mientras se dirigía a su domicilio comenzó a extrañar las tardes en el campo, que eran de sus momentos favoritos. Observar cómo el sol se despide cada tarde detrás de la montaña que rodea a la vivienda de su familia, formaba parte de las cosas comunes que solía hacer mientras estaba en casa. Aunque era tan cotidiano, siempre hallaba algún detalle nuevo que la dejaba asombrada.
Uno de los paisajes que más la deleitaba cada tarde era contemplar cómo las gallinas iban buscando el lugar para dormir entre las ramas de los árboles; varias preferían hacer eso a dormir en el gallinero. Con atención observaba cómo cada gallina iba escalando, por decirlo de alguna forma, entre las ramas hasta llegar a donde elegían dormir. En lo particular atrapaba su atención la gallina coquena, para Yasmina era el gran logro cada tarde cuando después de todo un recorrido la veía en la parte más alta de un árbol. Le asombraba la paciencia con la que iba haciendo la travesía, desde cuando estaba en el patio, daba un pequeño vuelo y así iba recorriendo diversas ramas hasta llegar a su lugar.
A Yasmina y a su mamá les gustaba observar cómo cada gallina respetaba el espacio que tenían para dormir. La coquena tenía un espacio que ocupaba cada tarde, ahí permanecía hasta el amanecer, aún en los días más lluviosos, con ventoleras o con mucho frío. Aunque Yasmina tenía cariño a todas las gallinas, no podía negar que tenía un cariño especial por la coquena. Desde que escuchó su canto por vez primera, antes de verla engalanada con su bello plumaje gris, llamó particularmente su atención.
Cada tarde que la veía subir entre las ramas que eran su dormitorio, le recordaba muchas cosas, entre ellas, la importancia de ser paciente, de poner atención en cada paso para llegar a donde se quiere y también de resistir ante las adversidades.
En eso estaba cuando escuchó el sonido de un mensaje en su celular, se esperó a llegar a casa para leerlo o escucharlo en el caso de que fuera un audio. Su intuición no había fallado, era doña Josefa, la mamá de Yasmina que anunciaba con tristeza que algunas gallinas se enfermaron y habían muerto, entre ellas la coquena. Yasmina sintió nudos en la garganta, se asomó a la ventana de su cuarto, alzó la vista al cielo. Nada es para siempre, se dijo para sí, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y traía a su mente la postal del último atardecer con la coquena en la parte alta del árbol que le daba cobijo todas las tardes noches.
Sin comentarios aún.