Guyana-Venezuela: una frontera en disputa
La arbitrariedad de las fronteras estatales no es algo ignorado por cualquier persona curiosa en conocer cómo se han definido los territorios que hoy nos cobijan bajo el amparo de símbolos y requisitos administrativos. Estos últimos tan comunes, y necesarios, como lo son los documentos de identificación y sin los cuales dejamos de ser reconocidos como ciudadanos para convertirnos en parias.
Definir y controlar esas fronteras ha sido un empeño fundamental de los nuevos Estados modernos en todos los continentes; unos madrugadores en su definición y otros más tardíos. Entre estos últimos, por supuesto, hay que tomar en cuenta los procesos de descolonización que construyeron, paulatinamente, Estados en lugares donde su historia nada tenía que ver con ellos. El caso del continente africano, pero no es el único, ejemplifica a la perfección esa esquizofrénica forma de definir territorios. Consecuencia de ello se observa en las fronteras como líneas rectas o la separación de los múltiples pueblos africanos en distintos países.
Entrado el siglo XXI la realidad mundial sigue replanteándose, aunque parezca extraño, las delimitaciones fronterizas y la pertenencia de ciertos territorios a diversos países. El último caso de este desbarajuste, como no puede ser de otra manera por su origen, se encuentra en el disentimiento entre Venezuela y Guyana. A principios de diciembre del año 2023 los venezolanos votaron mayoritariamente por anexarse la región del Esequibo, un territorio que, además de incluir a poblaciones indígenas, cuenta con yacimientos de petróleo. Votación que, por supuesto, fue contestada por la oposición venezolana por disentir en el número de participantes.
Como no puede ser de otra forma, la historia es interpretada y utilizada para justificar las acciones políticas. De esta manera, el chavismo asienta en los límites coloniales y lo establecido por los libertadores de América la pertenencia de ese territorio a la actual República Bolivariana de Venezolana. Por su parte, la que fuera Guyana Británica hasta 1966, se enfrenta a este reclamo y, también, al que tiene su otro país vecino, Surinam, sobre otra parte de su actual territorio. En definitiva, la debilidad de este Estado, donde buena parte de su población vive en condiciones consideradas de pobreza, se ampara en lo que debe definir la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas sobre la demanda venezolana.
Esta disputa territorial que, para muchos, puede parecer un anacronismo, resulta una realidad extendida en todos los continentes dado el carácter arbitrario de las fronteras. Hoy estamos acostumbrados a ellas e, incluso, las defendemos como si todo lo que estuviera fuera de ellas resultara una amenaza. Lo peor de esta circunstancia es que, quienes están tras esas fronteras son seres humanos como nosotros, en muchas ocasiones emparentados por historia y por lazos culturales. En definitiva, la previsible crisis militar entre Venezuela y Guyana tuvo a mediados de diciembre del pasado año, en concreto el día 14, un intermedio a través de una reunión entre los mandatarios de ambos países en la isla caribeña de San Vicente y las Granadinas. Reunión que acabó con el compromiso de no utilizar la fuerza y esperar la resolución jurídica internacional para poner punto final al disenso entre ambos Estados. La realización de una próxima reunión en Brasil, también parte de los pactos establecidos, no impide señalar que este conflicto ejemplifica la juventud de las fronteras y la arbitrariedad de sus demarcaciones. Un hecho para plantear, o replantearse, los juicios de valor y los acérrimos posicionamientos despertados por las fronteras.
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