El encanto de la oscuridad

Imagen: José Rivera Pedro

El amanecer de ese sábado estuvo menos luminoso que el del día anterior. Al menos así le pareció a Leonor cuando despertó. Se quedó un rato más en su cama. No quiso ver qué hora era.

—Seguramente nadie más se ha levantado en casa —dijo para sí, luego se acomodó y nuevamente se quedó dormida.

El ruido del coche de don Genaro, papá de Leonor, la hizo levantarse. Había olvidado que ese domingo su familia tenía invitación a pasar el fin de semana  con Gertrudis y Renato, amistades de la mamá y papá de Leonor. Revisó el reloj, eran las 10,30.

—¡Uff! Es súper tarde. Apenas me dará tiempo de bañarme y desayunar —exclamó Leonor mientras se apresuraba.

Cuando se asomó al comedor ya estaban ahí don Genaro, doña Marcela, mamá de Leonor y RIta, la hermana mayor. Por más que intentara pasar inadvertida no podía. Lejos del regaño que pensó le darían por despertar tarde, la integraron a la conversación.

Cerca del mediodía la familia partió rumbo a San Nicolás, la rancheria donde vivían Gertrudis y Renato. El paisaje en la carretera fue muy grato, la vegetación verde y con viento que aminoraba lo cálido del día.

Una vez en casa de las amistades y de la amena bienvenida a la familia, se instalaron en los cuartos destinados y posteriormente, degustaron la comida.

—¡Qué alegría nos da que estén con nosotros! Tanto tiempo sin verles —comentó Gertrudis.

La plática se tornó muy amena. Después degustaron como postre un delicioso pay helado de limón.

Mientras las amistades continuaban conversando Rita y Leonor se fueron al cuarto donde dormirían. Ambas decidieron tomar una siesta. Habían olvidado que en la ranchería solía haber fallas con la energía eléctrica y justo ese fin de semana les tocó vivir la experiencia.

Cuando Leonor despertó pensó que estaba soñando, la habitación estaba oscura y un ligero rayo de luz filtraba en la ventana. Era la luz de la luna. El canto de los grillos le hizo recordar donde estaba.

—¡Uy ya se fue la luz! —susurró para no despertar a Rita. En lugar de refunfuñar cerró los ojos y escuchó el viento y el coro de grillos. Se levantó y caminó despacito hacia la ventana y se dispuso a disfrutar el encanto de la oscuridad.

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