Noche de estrellas
Después de una larga jornada laboral llegó el fin de semana. Manuela se apresuró a terminar con algunos pendientes, había quedado de salir con Sofía y René, sus amistades de la universidad. Tenían rato de no reunirse, alrededor de un par de años, había mucho que platicar y ponerse al corriente de las novedades que cada quien tenía para compartir.
Sofía propuso el lugar de encuentro, El Molino, un restaurante que ni Manuela ni René conocían. A decir de Sofía, era un espacio muy grato, donde podrían conversar muy bien, además tenía un lindo jardín que aunque era pequeño le daba una bella vista. Esos datos les animaron a aceptar la propuesta.
Cuando Manuela revisó el reloj se percató que tenía tiempo de pasar a comprar chocolates para sus amistades. Sin embargo, no tomó en cuenta que habría tráfico en el centro de la ciudad. Eso le hizo demorarse un poco, no llegaría tan puntual como contemplaba. Después de un rato de espera tomó un taxi y se dirigió a El Molino.
Para la sorpresa de Manuela el coche se descompuso justo cuando estaba cerca de su destino.
—Me da mucha pena, pero el carro ya no arranca, hasta acá la dejaré —señaló el taxista.
—¡No me diga eso¡ Voy con retraso a mi cita. ¿Y cuánto falta para llegar al restaurante que le dije? —comentó Manuela intentando no sonar alterada.
—Ya está bien cerquita, solo camina como una cuadra y media, luego da vuelta a la derecha y verá unos faroles, ahí es —respondió el conductor.
—Gracias señor —expresó Manuela en un tono bajito, entre molesta y desanimada.
Comenzó a caminar y ligeramente volteó a ver al señor del taxi que se movía de un lado a otro con el celular en mano, alcanzó a escuchar que decía,
—Bueno, ¿será que me puedes ayudar? Se me quedó el carro aquí…
Manuela continuó su andar, el camino era de terracería, por fortuna había llevado unos zapatos sin tacón alto. Había poca luz, sacó el celular y se percató que no había señal, pensó en Sofía, en qué momento aceptaron llegar a ese lugar tan solitario. Iba a refunfuñar cuando por instinto levantó la vista al cielo, se detuvo un instante, era una noche de estrellas, la oscuridad permitía distinguirlas mejor. El paisaje era sumamente hermoso, se sintió agradecida y acompañada por ese regalo. Prosiguió su caminar, dio vuelta a la derecha siguiendo las indicaciones del conductor y alcanzó a distinguir los faroles. Sonrió.
—¡Vaya, vaya, al fin he llegado al Molino! Sin apresurar el paso avanzó hasta llegar a la entrada, sintió su corazón contento ahí estaban René y Sofía.
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