La abuelidad o la nueva forma de ser abuelos/as

Anciano tojolabal expresa su fe. Foto: Elizabeth Ruiz

La vida me ha dado la oportunidad de ser abuelo. Experiencia apenas iniciada y que, como todos los marcadores temporales de la vida, significa valorar nuevas situaciones que el paso del tiempo otorga. Además de los aspectos emocionales que quienes hayan experimentado tal situación conocerán, la inclinación profesional te lleva a buscar lo escrito sobre esa condición de abuelo/a desde una perspectiva social. Una circunstancia que, lógicamente, se transforma con el tiempo y las necesidades impuestas o creadas por cada sociedad.

En Chiapas se cuenta con destacados trabajos sobre la vejez y sus rostros menos amables a través de las investigaciones de Laureano Reyes, sin embargo, he querido buscar una cara más agradable, que no necesariamente le resta complejidad. Por ello me ha llamado la atención el concepto de “abuelidad” que, al parecer, mencionó o escribió por primera vez la psiquiatra y psicóloga Paulina Redler en 1980. Concepto que destaca el vínculo emocional entre abuelos/as y nietos/as. Tiene sentido que haya surgido en Argentina porque las abuelas de la Plaza de Mayo, en su búsqueda de sus nietos forzosamente desaparecidos –en muchos casos para ser dados en adopción- durante las funestas dictaduras militares del siglo pasado, mostraron al mundo esa vinculación emocional con su descendencia consanguínea.

No me referiré a los aspectos psicológicos, freudianos, que utiliza Redler, sino que me interesan esas supuestas relaciones intergeneracionales que se prolongan en el tiempo con distintas vertientes para analizarlas a nivel social, aunque con seguridad las posibilidades de esa vinculación sean muchas más de las que se pueden mencionar en un breve texto. En tal sentido, no cabe duda que los avances médicos y tecnológicos son, en buena medida, responsables de los cambios en el papel de los abuelos/as dado que la esperanza de vida ha aumentado notablemente en el mundo. Un hecho que influye en la posible prolongación de la convivencia entre nietos/as y abuelos/as.

Un aspecto de interés, ya conocido por la sabiduría popular, es la difícil relación generacional, donde resulta fundamental la capacidad de sobrevivencia de los abuelos/as: “Quien crio a sus hijos y cría a sus nietos, es un asno completo” o “Ni fíes en monje prieto ni en amor de nieto”. Sin que estas circunstancias hayan desaparecido totalmente parece que en la actualidad se destaca la capacidad emocional que tienen los abuelos/as para escuchar, “apapachar”, al mismo tiempo que se convierten en transmisores de conocimientos y de la identidad familiar. Un constructo emocional en el que los nietos/as también juegan un relevante papel puesto que se incorporan a un mundo afectivo lleno de pérdidas por parte de los abuelos. Pérdidas familiares o de pareja, dejación de las actividades desempeñadas durante muchos años por jubilarse, etc. Una forma de sentirse activos física y mentalmente. En fin, una complementariedad donde no existen las relaciones de autoridad responsabilizadas a los padres.

Como ya mencioné, no han desaparecido situaciones que implican cargas excesivas de responsabilidades para los abuelos/as, muchas de ellas provocadas por un mercado laboral que condiciona el trabajo de los padres. Incluso ello ha sido considerado el “síndrome de la abuela esclava”, como puede verse en el libro de Antonio Guijarro titulado El síndrome de la abuela esclava.

Así, la prolongación de la vida permite dilatar en el tiempo las relaciones entre abuelos/as y nietos/as, y puede representar una mejora en el bienestar emocional de ambas generaciones. Ello no es incompatible con aspectos complejos provocados por la situación económica y laboral reflejada, en ocasiones, con cargas excesivas de trabajo para unos abuelos/as que ya la han tenido durante buena parte de su vida.

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