El rey de la noche
Casa de citas/ 667
El rey de la noche
Héctor Cortés Mandujano
El amor es una cosa terrible que no le deseas a tu vecino
Ernest Hemingway,
en Al romper el alba
Ernest Hemingway escribió y dejó entre sus papeles Al romper el alba (Planeta, 1999), una novela que se publicó cuando él ya se había quitado la vida. Patrick Hemingway, su hijo, la dio a la luz.
Parece una crónica real de su estancia en África, con una de sus esposas. Aclara Patrick en el prólogo (p. 7): “El manuscrito sin título de Hemingway tiene una dos mil palabras y no hay duda de que no es un diario. Lo que ustedes leerán es una novela…”.
Nos cuenta en esta misma página intimidades de Ernest: “Cuando tenía trece años entré sin avisar en el dormitorio de papá, en la casa que Mary había encontrado para ellos dos en Cuba, cuando estaban haciendo el amor de una de esas maneras más bien atléticas que recomiendan los manuales de cómo perseguir la felicidad en la vida matrimonial. Me retiré inmediatamente y no creo que me vieran”.
La crítica a veces se toma libertades sobre la vida de los escritores. Dice Hemingway en la segunda página de la novela, escrita en primera persona (p. 12): “Últimamente había leído con disgusto varios libros escritos sobre mí por gente que lo sabía todo de mi vida interior, mis objetivos y motivaciones. Leerlos era como leer la crónica de una batalla en la que tú habías luchado escrita por alguien que no sólo no había estado presente sino que, en algunos casos, ni siquiera había nacido cuando tuvo lugar la batalla. Toda esa gente que escribía acerca de mi vida tanto interior como exterior lo hacía con una seguridad absoluta que yo nunca había experimentado”.
Habla de su oficio (p. 100) “Yo soy un escritor de ficción, de manera que yo también soy un mentiroso e invento cosas a partir de lo que sé y de lo que he oído. Soy un embustero”.
Hemingway era un cazador. En esta novela matan a un león y a muchos animales. Los africanos, dice, matan para comer y le parece que los que hablan mal de los que comen carne no saben muchas cosas (p. 119): “¿Quién sabe lo que siente una zanahoria, o un rabanito, o la bombilla eléctrica usada, o un disco de fonógrafo gastado, o el manzano en invierno? ¿Quién conoce los sentimientos del aeroplano demasiado viejo, del chicle, de la colilla o del libro desechado comido por la carcoma?”.
Ernest y su mujer oyen, desde dentro de su cabaña, el rugido del león (p. 124): “No se puede describir el rugido de un león salvaje. […] No es en absoluto como el rugido del león que sale al empezar las películas de la Metro-Goldwyn-Mayer. Cuando lo oyes, primero lo notas en el escroto y luego te sube a través de todo el cuerpo.
“—Me hace sentirme hueca por dentro –dijo Mary–. Es realmente el rey de la noche.”
Mientras intenta dormirse, Hemingway trata de recordar una cita de su amigo-enemigo Scott Fitzgerald (p. 184): “Scott Fitzgerald había escrito que en el nosequé nosequé del nosequé nosequé del alma son siempre las tres de la mañana”; insiste: “Tenía que comprobar en mi mente la cita de Fitzgerald”. Lo logra: “Decía así: ‘En una verdadera noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana”.
Cuenta una costumbre del rumbo (p. 265): “Entre la gente wakamba no hay homosexualidad. En los tiempos antiguos a los homosexuales, tras un juicio de King-ole […] los condenaban, los ataban durante unos días en el río o en cualquier agujero con agua para ablandarlos y después los mataban y se los comían”.
Un muchacho tiene un chancro terrible y le van a inyectar penicilina (p. 294): “Msembi le limpió con algodón y alcohol un trozo de las nalgas, que eran esta vez fuertes y planas como debe ser el culo de un hombre”.
Al final de la novela, Patrick, el hijo, escribe (p. 339): “Una palabra vale más que mil imágenes”.
***
Me he divertido como un gato en una pescadería
Cortázar,
en una carta a Harry Marcus
El volumen tres (ya he hablado antes de los anteriores) de las Cartas 1969-1983 (Alfaguara, 2000), de Julio Cortázar, nos lo muestra en su faceta íntima, conversando con sus amigos y reafirmando posturas que, quienes lo hemos leído suficiente, ya conocíamos. Dice, por ejemplo, en una carta a Héctor Yánover, de 1970, a propósito de no sentirse escritor “profesional” (p. 1391, la numeración es continua en los tres volúmenes): “Cuando no recibo bastante dinero por mis libros o discos, me voy de nuevo a traducir bodrios a la Unesco; lo importante es no ‘profesionalizarse’ en el mal sentido de la palabra”.
Me sorprendió su confesión de niño enamorado, porque a mí me pasó igual (p. 1466): “A los nueve años me enamoré de la maestra que era joven y buena. Todavía hoy me acuerdo de la increíble pureza de ese amor que me hacía llorar por la noche, antes de dormirme”.
Habla de sus malos sueños que, ojalá, también le trajeron temas para su escritura (p. 1475): “Los fantasmas del inconsciente se toman cada vez más sus revanchas en forma de atroces pesadillas». Me encanta esta cita de John Keats (p. 1488): “Hay que hacer profecías; ellas se arreglan después para cumplirse”.
En una posdata de una carta a Graciela de Sola dice (p. 1539): Son tiempos de ráfaga y multiplicación; no sé cómo vivo aunque todavía sé por qué”. Con tanta actividad (política y literaria) no tenía tiempo para ejercer una de sus actividades favoritas: leer (p. 1561): “Tengo más de trescientos libros apilados en mi casa, esperando lectura; y casi todos me interesan”.
Rechaza las correcciones que le propone una editorial (p. 1651): “Soy el primero en reconocer que las comas que me han agregado son impecables y que dan como resultado un texto muchísimo más correcto; pero ocurre que yo no escribo de manera correcta y creo saber por qué lo hago y no tengo la menor intención de cambiar mi manera de respirar idiomáticamente”.
Cortázar comenzó con problemas de salud que se fueron agravando hasta costarle la vida. Aquí habla de cómo su última esposa (quien murió antes que él) le salva (p. 1742): “Me encontró desmayado en un pasillo y en un lago de sangre”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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