El triunfo del trumpismo en Argentina
El 10 de diciembre tomará posesión como nuevo presidente de Argentina el político que, alguna vez, fue portero de fútbol bajo el apelativo de “El loco Milei”. Nunca llegó a la élite del fútbol en su país, sin embargo, lo que parece que no ha abandonado es la competitividad que otorga la práctica de un deporte que apasiona en Argentina. Expresión de rivalidad entre contendientes que ha aplicado en su campaña electoral para enfrentar en la segunda vuelta al candidato peronista. Comicios ganados con casi el 56% de los votos en una jornada histórica por el número de votantes.
Jack Nicas, en un artículo publicado en The New York Times el 20 de octubre del presente año, ya hizo la comparación del entonces candidato a la presidencia argentina con el exmandatario estadounidense, Donald Trump. Además de la participación televisiva antes de entrar al ruedo político, el líder argentino de la coalición denominada “La Libertad Avanza” también ha hecho de su imagen un reclamo mercadotécnico. No son las únicas semejanzas puesto que sus propuestas económicas se ubican dentro de las propuestas ultraliberales. Es decir, el adelgazamiento del Estado en favor de la iniciativa privada ejemplificado con la privatización de las empresas estatales, o de sectores tan relevantes para la población como el educativo y el sanitario.
Los trumpistas se han extendido en el continente americano, como fue el caso de Brasil, pero también en otros lugares del planeta como puede ser Europa; solo hay que ver los casos de Hungría, Polonia e Italia ahora bajo gobiernos de ultraderecha. En este sentido, hay que recordar el papel del exasesor de Donald Trump, Steve Bannon, en distintos países para extender los grupos de extrema derecha.
El culto a la personalidad, al líder, se adereza con el uso, sin ningún tipo de empacho, de las mentiras para construir un discurso que ataca directamente o a través de los medios de comunicación afines a quienes se oponen a su ideario elitista. En definitiva, todos los que no piensan como ellos se convierten en enemigos de la nación. Una exaltación nacionalista que magnifica las emociones individuales y colectivas que se construyen alrededor de los imaginados territorios donde nos ha tocado nacer.
Dentro de las promesas electorales de Javier Milei se encuentra la de dolarizar la vida económica de Argentina y el mencionado adelgazamiento del Estado. Propuestas que habrá que observar cómo se aplican en los próximos meses, pero lo realmente peligroso va más allá de estas circunstancias concretas y se encuentra en la considerar como única verdad la propia, hecho que convierte a los adversarios políticos en enemigos. En Estados Unidos, Donald Trump se encontró con los contrapesos que un Estado como el estadounidense tiene, a pesar de las muchas críticas que se puedan hacer al vecino del norte. Situación que es difícil de vislumbrar en Argentina debido a que sus estructuras institucionales no tienen tal capacidad, además de estar caracterizadas por unos elevados niveles de corrupción, desgraciadamente muy comunes en América Latina.
La experiencia de Brasil con Jair Bolsonaro no hace vislumbrar un buen panorama para una población argentina castigada, desde hace muchas décadas, por una inflación incontrolable y el deterioro constante de su vida cotidiana. Realidades que deberían hacernos reflexionar sobre el papel de los políticos y el abandono de sus obligaciones públicas. Como en muchos otros países, en Argentina la imagen de la clase política se ha deteriorado tras años de crisis, una situación que favorece el crecimiento de liderazgos carismáticos como el que representa Javier Milei. Un hecho para la reflexión profunda, aunque rara vez se tenga presente cuando la inmediatez arrastra al quehacer político.
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