Alzar los brazos

Picasso

Vanessa percibió ese viernes como un día largo, largo, tal parecía que el tiempo anunciaba que en breve llegaría el invierno. Ella lo esperaba con entusiasmo y agradecimiento. En un espacio en que asomó su mirada en la ventana alcanzó a observar cómo las nubes se desplazaban rápidamente, como si las fueran apresurando a moverse, era un efecto que le gustaba.

Avanzó en las actividades que tenía pendientes, dentro de las cosas que más le agradaban de ser su propia jefa era que podía organizar sus tiempos. Revisó los catálogos de productos que vendía, anotó los pedidos atendidos y lo que aún faltaban. La tarea parecía muy sencilla, se enfrascó tanto en ella que el tiempo se le fue volando, se percató que ya eran casi las 3 de la tarde y era hora de cerrar el local.

Una vez en la calle Vanessa percibió que el clima había cambiado rápidamente, los rayos del sol se habían esfumado y el cielo comenzaba a colorearse en tonos grises, acompañado de ráfagas de viento. El paisaje dibujaba un escenario como de seis de la tarde, cuando apenas darían las cuatro.

Repasó en su mente que esa tarde le tocaba visitar el vivero de su primo Raquel, él le había prometido que le apartaría un par de macetas con flores de nochebuena. Aunque aún faltaba para el invierno quería cerciorase que Raquel no se olvidara de sus flores. Por lo regular, las macetas se vendían con anticipación.

Mientras caminaba rumbo al vivero el cielo se oscureció rápidamente y el viento comenzó a soplar acompañado de unas gotitas de lluvia, como una suave brisa. A medida que avanzaba en el tramo que la llevaba al vivero sintió la atmósfera cubierta de humedad. Por un momento tuvo la sensación que estaba en un bosque de niebla, su imaginación le fue de apoyo.

Vanessa continuó el recorrido, a paso lento pero seguro, disfrutando el regalo de la llovizna menudita. Agradeció a sus piernas y pies por ser su sostén. Se detuvo un momento, como si una especie de imán la llevara a levantar la vista al cielo y alzar los  brazos, sintió cómo las gotitas de agua acariciaban su rostro y sus brazos se extendían como si fueran una especie de alas. Respiró profundo y consciente, sintió paz en su corazón. Los instantes que permaneció ahí fueron un deleite. En un tercer plano alcanzó a escuchar unos ladridos, era Lochi, la perrita que tenía Raquel, que le daba la bienvenida.

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