Salud y comunicación para la vida*
Rosario es una mujer de la tercera edad, está en el hospital, la salud de su hijo Ran está delicada porque tuvo una fractura en la pierna. Ella es una mujer de un pueblo originario, poco habla el castellano. Ella y su nuera Bertha han estado viviendo en los últimos dos días entre el constante ir y venir en el hospital. Su lugar de residencia es fuera de la ciudad, su comunidad se ubica a cinco horas. Se han incorporado a un tendedero que improvisaron personas de otras comunidades, afuera del hospital. Les han dado un espacio pequeño para que puedan pasar ratos del día y descansar por las noches. Bertha es quien está más al interior del hospital. Ella entiende un poco más el castellano que Rosario. Ni Ran, ni Bertha, ni Rosario conocen sobre los conceptos teóricos que refieren al colonialismo, a la colonialidad del poder, sin embargo, día a día viven experiencias en carne propia que conllevan a todo lo que eso implica.
En su comunidad Bertha ha aprendido que las enfermedades pueden sanarse haciendo uso de las hierbas que tienen en sus huertos. En el hospital nadie habla de curar con hierbas, o al menos eso percibe. Poco alcanza a comprender lo que dicen los médicos. Hablan rápido, en castellano; cuando puede hablar con Bertha le pregunta cómo sigue Ran, le han hecho una cirugía, pero nadie les ha actualizado cómo va su salud. A Bertha también le dan poca información. Rosario se siente triste, no solo por la situación de su hijo, sino porque es ajena en ese lugar, extraña su casa, su patio, los árboles, preparar su comida, regar sus plantas, su huerto, hablar en su lengua materna con sus familiares o conocidos.
Por ratos, Rosario llega a la sala de espera del hospital, con la esperanza de ver a Bertha, quiere saber sobre Ran y preguntarle a ella si tiene hambre, si quiere descansar un rato. La comida que venden es muy distinta a la que hay en su comunidad, le dan ganas de tomar su pozol agrio, un caldito de gallina o un tecito de zacate. Extraña comer en familia, platicar y sentarse alrededor del fogón, en la cocina. Agradece el café que le obsequian las personas que le dan hospedaje. Eso le hace recordar que en su comunidad cuando a alguien le sucede algo, entre toda la gente se apoyan. En la ciudad la situación es muy distinta, cada quien va por su lado.
Es muy probable que Rosario no haya escuchado hablar sobre la interculturalidad y su relación con la salud. Sin embargo, es muy observadora, esa tarde percibe al personal que está en la entrada y que atiende a quienes llegan. Se da cuenta que no a todas las personas las tratan de la misma manera, a quienes como ella se ven más humildes y no hablan castellano, las miradas apenas y se cruzan y hasta cierto punto las personas son ignoradas, como si sus voces no fueran escuchadas.
– ¿Por qué nadie habla en mi lengua? –se pregunta Rosario. Se lleva las manos al rostro y se talla los ojos. Le dan ganas de hablar mejor el castellano y poder preguntar qué pasa con la salud de Ran. Se consuela al pensar que Bertha no tardará en salir, seguro que le traerá datos. Como si fuera una premonición Bertha llega a la sala de espera y la llama. Los ojos de Rosario se iluminan. Bertha le dice que hay una chica enfermera que es hablante de su misma lengua materna. Se ha sentido en confianza de preguntar sobre la salud de Ran, le da la buena noticia que le fue muy bien en la operación, que ya está en un cuarto y que podrán pasar a verlo, si todo sigue así es muy probable que pronto puedan volver a su casa. La enfermera ha dicho a Bertha que esté tranquila, ella les informará cómo va la situación.
Rosario siente que le han quitado un peso de encima, qué alegría siente su corazón porque Ran está a salvo, también siente tranquilidad de que haya alguien que sepa hablar la misma lengua que ellas. Observa nuevamente el espacio, siguen llegando pacientes, algunos hablan en castellano, otros muy poco. Le pregunta a Bertha si quiere tomar un poco de café, en el tendedero hay café caliente, ambas se alejan con rumbo a ese lugar. Los semblantes de las mujeres han cambiado, sin embargo, aún falta camino por recorrer para llegar a casa y estar con los corazones bien contentos.
Mientras tanto queda una serie de tareas por realizar desde cada persona, desde cada grupo, desde cada sociedad porque una constante que se vive en lo cotidiano son las heridas coloniales del conocimiento. Somos seres sociales, interactuamos con una diversidad de culturas, la comunicación y el respeto son elementos clave y en la salud no es la excepción, y como refiere Sandra Payán, hay que “entender la salud como la salud de las relaciones”.
* Texto escrito por la autora de esta columna en el marco del Diplomado en Salud Intercultural que actualmente cursa, retomando elementos de la realidad, agregando datos en sentido literario e integrando la reflexión a partir de las temáticas del diplomado.
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