Mi oficio es la nostalgia

Casa de citas/ 658

Mi oficio es la nostalgia

Héctor Cortés Mandujano

 

La memoria es la mejor atarraya para el pescador de imágenes

Jesús Hernández

 

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No es fácil editar un libro de fotografías. Y es más difícil hacerlo bien. Parientes del mar (Grupo Azul, 2023), de Jesús Hernández, tuvo la fortuna de contar con la sapiencia del Grupo Azul, que comandan Raúl Ortega, en la edición fotográfica, y Mireya Guerrero, en el diseño y formación. Es un regalo a los ojos abrir este libro oblongo y ver las primeras páginas azules, marinas, antes de llegar a la primera foto: cuatro cruces en la playa, la línea blanca de espumas, el cielo gris, la evocación a la muerte. El nacimiento del libro, su primera fotografía, es la muerte, sabia paradoja.

Aquí, pues, la dificultad que parece fácil. La foto nos brinca al rostro, lanza mil ideas, propone muchas historias: ¿el árbol tirado allí, detrás de las cruces, es un cadáver; es Ulises transformado por Circe en espera de que llegue Nausicaä; está empezando el cuento de Dido y Eneas? No es fácil hacer un buen libro de fotografías, decíamos, porque para ello es necesario convocar el talento visual de alguien que use la cámara como Villa la pistola, como Cupido el arco, como Amadís el caballo. Jesús Hernández lo hace, para nuestra delicia.

 

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Después de la primera imagen viene la nota que nos dice quién es Jesús, su breve texto donde nos cuenta por qué y cómo se siente pariente del mar; escribe también Macu Gavilán y, después de otra bella página azul, una mano abierta de pescador nos muestra un pescado muerto de escamas brillantes, que nos ve con sus ojos redondos desde el asombro de aquel otro mundo.

Viene la vida ya: un niño escurriendo agua, abrazado a una cortina de su cabaña; una familia de pies descalzos cerca del estero y la lancha; la niña en primer plano con las nubes proteicas como marco cambiante; dos pájaros que sobrevuelan el dormidero de naves sobre las aguas tranquilas…

Fotografía: Jesús Hernández

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El libro se mueve, a través de las decisiones, del ojo, del encuadre, de la definición de mundo que Jesús propone en cada instantánea eternizada. Y el mar pueden ser miles de pájaros que vuelan para hacer el dibujo incomprensible del vuelo. Y el mar es la repetición del destino familiar: un niño, casi oscuro, ha puesto su anzuelo para perpetuar el oficio de tantos y tantos en, cito a Jesús, “el tono melancólico de la tarde”.

 

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Hay postales: el cielo maravilloso como marco grandilocuente de la canoa donde un hombre y un niño navegan, como metáfora y certeza de que están viviendo un instante (“El tiempo, la nostalgia, el amor y la muerte viajan en la misma lancha”, dice Jesús), como el del hombre que salta de una nave en movimiento al mar o el que jala su atarraya y la convierte casi en un vestido de novia…

Ah, las atarrayas que vuelan o se acomodan, en otras fotos, como mariposas sutiles, como velos, como hilos de la virgen, como babas del diablo. Y el resultado: un trasto rebosante, alegórico de peces en el trance de volverse ya no seres vivos, sino alimento.

 

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Hay páginas negras también, porque la vida en el mar tiene que ver con la muerte: el mar que se lleva a muchos en sus olas, para no volver; el sol que nace y muere; los peces que serán pescados; los árboles que algunas vez fueron hogar de pájaros  y se han vuelto troncos que asoman en las tranquilas aguas del estero.

Arena, mar, viento que seca las prendas de ropa que parece que fueran parte de un cielo lejano y bello; bicicletas, gente en la orilla que trabaja, que pasea; portería y juego; espejos de agua donde la naturaleza se duplica; boda que no evita las ropas pesadas que deben pesar más bajo el sol, con el sudor tal vez, con la emoción, y aun así sonreír para la foto.

 

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Me gustan mucho las fotografías que inducen a la introspección, y aquí hay muchas: dos niños corren a la distancia y sus pies parecen ir sobre el agua, como si la infancia fuera capaz de todas las magias, de todos los milagros, y el horizonte, tan bien fotografiado, tan bien editado, muestra una primera línea de árboles, y luego una montañita, un cerro breve, y luego nubes y luego la inmensidad…

 

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Hay páginas blancas, que compiten con la luminosidad del día en que otros niños están jugando en la arena, felices, en tanto que la fotografía de al lado, en un águila o sol que sorprende y repele, muestra el cadáver en descomposición de un perro.

Una garza luce su estilizada belleza en el vuelo de alas abiertas y un cisne de plástico hace que una niña se sienta segura agarrada de su cola.

La penúltima fotografía es una plataforma que nos lleva al mar. La última, una cruz blanca, una vuelta al inicio. Después, páginas azules, es decir, de nuevo el mar, el mar, pariente de Jesús Hernández, y también nuestro pariente…

 

[Palabras leídas en la presentación de Parientes del mar, de Jesús Hernández. El título de esta columna también corresponde a Jesús. 25 de septiembre de 2023. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]

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