El “vacío político” de las campañas preelectorales en Chiapas: sin ciudadanos/as y sin realidad social
Por María del Carmen García Aguilar
¿De qué hablamos cuando hablamos de “vacío político” en una coyuntura socialmente situada en la que se juegan los cargos populares? Hablamos, primero, del hurto de la democracia, como forma de gobierno para la toma de decisiones de gobernantes, que son producto de la lucha partidista competitiva por el voto del pueblo[1], por una “partidocracia”, que deliberadamente excluye al resto de los elementos constitutivos de la representación, apropiándose, en paralelo, de los poderes parlamentarios que son expresión de la soberanía popular[2]. Segundo, a la ausencia de reglas y procedimientos que impiden no solo la arbitrariedad, el secreto, y la participación de la sociedad en la vida pública, sino también a la irrupción de una democracia electoral en la que los electores eligen representantes, pero conservan el poder sobre qué se debe decidir[3].
Hasta 1988, la historicidad política de México, en ella Chiapas, el vacío del “deber ser” de la democracia representativa es trastocado por un “llenado político” que definen a un Estado y a un gobierno “autoritario”, legítimamente sustentado por un partido de Estado, el PRI, y partidos aliados. Entre 2000-2018, periodo en el que estuvieron en juego tres elecciones nacionales, la desdemocratización o vaciamiento político de las reglas y normas del juego electoral cobran su expresión nítida, aduciendo, sin sonrojo alguno, la necesidad legítima de decisiones electorales que trastocan los términos del juego electoral y de sus actores, decisiones que no inhibieron a los partidos gobernantes aclamarse partícipes ya no de la “transición”, sino de la “consolidación” democrática. Este vacío político-normativo del juego electoral operó en los mismos términos en las elecciones de 2018 y en las intermedias de 2021, pero significando, en ambas, la crisis de los tres partidos políticos otrora dominantes -PAN/PRI/PRD-, misma que se tradujo en la dislocación de los elementos constitutivos del sistema de la representación, y en la emergencia de imaginarios viejo-nuevos a tonos con las escalas mayores.
El cambio en la correlación de fuerzas partidarias, y el mismo sentido transexenal del partido gobernante, podría sugerir que los procesos electorales tenderían a cambiar el comportamiento político y mediático de dirigentes y aspirantes de MORENA y de los partidos aliados, no ocurrió así. Aunque se alteraron los tiempos de las campañas preelectorales internas, desde la figura de Coordinador de la 4T, los hechos, discursos e imágenes pregonados directamente en los espacio público y mediático, operaron con los insumos de la vieja cultura política, y no necesariamente desvelando una competencia entre qué aspirantes son más o menos izquierdistas. La elección de un aspirante a Coordinador de la 4T no inhibió la lucha interna, si bien alcanzó su cometido, aventura un complejo y difícil proceso interno de Morena para la definición de dicha figura en las entidades federativas que son sujetas a procesos electorales. Al momento de escribir esta nota, las precampañas internas de la gubernatura en Chiapas, pero no sólo en ella, abre un escenario de encono y ferocidad política y mediática, en la que ya prefiguran la lucha por las diputaciones y senadurías federales y locales, incluyendo la de los ayuntamientos. Sin duda sus efectos devendrán en el ejercicio de gobierno y administración pública de los electos, cuya experiencia en Chiapas siempre ha sido desastrosa.
La ausencia de las cuestiones neurálgicas de la sociedad chiapaneca, nunca han sido colocadas en la agenda electoral de los partidos políticos, aunque el discurso de las campañas se ha nutrido de la magnitud imparable de la pobreza y la desigualdad; su utilidad política, generalmente para las campañas del orden federal, se limita al anuncio mediáticamente espectacular de alguna estrategia para su combate, a sabiendas de que los pobres son también capital político. Hoy, en el marco de la contienda preelectoral de Morena, la realidad y sus problemas viejos-nuevos no han sido puestos en la agenda de la preselección interna de Morena, tampoco se ha dado un debate sobre los alcances y límites de los proyectos estratégicos en marcha, menos el registro de problemas no nombrados por asumirse inexistentes o imposibles de colocarlos en el ejercicio de gobierno.
La distancia entre una campaña interna, que ha mostrado el déficit del compartimiento común de la línea trazada por la 4T, desvela la distancia entre el juego partidario y una realidad, que como la chiapaneca, traspasó sus límites. Ni los cambios acelerados, ni la libertad desbordante, abierta por las revoluciones tecnológicas y de la comunicación, hacen a los/as chiapanecos/as ciudadanos del mundo ni ciudadanos de la 4T. Dentro de su pequeñez espacial y fragmentación social, se hace inconcebible la idea misma de realidad vivida o por vivir; en la espesura de su fragmentación, la violencia parece marcar no solo la parálisis de toda acción, sino la necesidad misma de saber lo que se vive para proyectar las expectativas posibles. Se está más allá de la sociedad del riesgo de Anthony Giddens, en tanto experiencia y expectativas se irrumpen por el “presentismo” que niega el pasado y evanece todo saber de futuro. Este es la síntesis subjetiva de lo que hoy es Chiapas.
Su materialidad, políticamente colocada en el marco de la violencia estructural, se traduce, ciertamente, en la pérdida de un bocado no solo en un día, sino en todos los días, es la miseria tornada experiencia presente y futura, que para los ya no pocos, se traduce en la intemporalidad y en pérdida de lugar, pero también en el sentido de la desconfianza, en tanto apresado por lo incierto. Todo ello, contenido en el diario vivir de un trabajo informal, mal pagado y a veces ni eso, también en la imparable movilidad humana. Traigo a la memoria un evento de entrega de despensas que, como parte de un programa nacional para el combate a la pobreza, hacía entrega el exgobernador Velasco Coello: leche, frijol, arroz, aceite, atún, de calidad ínfima y en cantidad igual de ínfima, que comparado con el desvío de recursos públicos a las campañas electorales de 2015 y 2018, resultaban insultante por el abierto desprecio a la población pobre y la abierta corrupción institucional. En Chiapas, la distancia entre realidad y representación democrática no solo es abismal, sino inexistente la relación de una con la otra.
La otra violencia de vieja data, al menos desde la segunda mitad del siglo XX, es de carácter relacional entre lo político y lo social; refiere a ese cúmulo de tensiones que derivan de la defensa de imaginarios simbólicos que definen el sentido ancestral de las sociedades indígenas, recurrentemente combatidas desde el lenguaje y la imagen que se impone desde el ser sociedad moderna, políticamente desplegada en el discurso de la democracia en sus vertientes tanto positiva como crítica, mismas que exceden la coyuntura, ocultando o visibilizando, en atención al tiempo histórico, su latencia o explosión, aun cuando la imposición y homogenización sea la regla. La autonomía de los pueblos indígenas, que en su momento fue la bandera del EZLN, como posibilidad de futuro, no solo devino en tema inexistente para el poder del Estado, sino fundamentalmente en la construcción de una identidad constituida desde la lógica del mercado y su reverso. Las interrogantes sobre su presente y futuro son hoy indecibles. ¿Qué le dicen las campañas electorales a la población indígena? O mejor, ¿que le dicen éstos a la democracia? Ambas violencias, material y subjetiva, visibles en hechos, prácticas y acciones, se asumen normales, casi invisibles por el propio curso del acaecer social, sin pasado y sin futuro.
Dos violencias que nutren el tiempo mediático y político son las violencias mancomunadas por la seguridad nacional y la delincuencia organizada. La primera es la migración de tránsito, haciendo de la frontera sur de Chiapas un corredor de tránsito de escala transnacional. Su violencia, que tiene una connotación geopolítica, crece en paralelo al tamaño de las estrategias regionales y globales de seguridad nacional. La otra está referida a la violencia criminal, que hoy hace de Chiapas el centro mediático, para mostrar el rostro oscuro de la política, no la de ayer, sino de la de hoy. Se despliega con nombre y apellido, alterando, dislocando o destruyendo los espacios de sociabilidad largamente construidas en los territorios y espacios indígenas, y alterando a municipios urbano y semiurbanos por hacer de éstos, territorios y espacios de confrontaciones armadas, una disputa guerrera que se traduce en expulsiones, secuestros y muerte, acrecentada por la inclusión de nuevos-viejos ilícitos.
Sin duda, puede sonar a disparate exigir o “desear” que el proceso electoral 2023 sea espacio para debatir la realidad chiapaneca y la violencia que hoy vive. Cierto que es una violencia que hoy estalla, pero sus causas no se produjeran en el breve tiempo de MORENA, sino durante casi dos décadas de ejercicio de gobierno bajo el dominio del PAN y del PRI, pero continuar con el guión partidocrático es reducir la política y lo político a un juego que es todo menos democrático. La construcción del poder y en él las decisiones, deben ser soltadas de las manos de los dirigentes partidistas, devenidos funcionarios públicos, y de la burocracia. El déficit son los poderes de la ciudadanía, pero la crisis es de los partidos que mina su capacidad de representación ciudadana y de legitimidad a la democracia representativa misma[4].
Es cierto que sin partidos la democracia no funciona, pero sin sociedad y participación ciudadana tampoco. El drama del orden político de Chiapas deviene de quienes le gobiernan, esto es, candidatos electos, que no se someten al escrutinio ciudadano sino al de las dirigencias partidista. Por ello no sorprende que el proceso de elección del Consejo Estatal de Morena de cuatro aspirantes a la Coordinación del Comité de Defensa de la 4T sea cuestionado por la Coordinación del Foro Político Plural (FPP) por no contar con el perfil que demanda la 4T, Foro que se define por “posicionar a la coordinadora nacional” en Chiapas. Esperemos que el Consejo Nacional, irrumpa este proceso malhadado para nuestra entidad y para la misma 4T.
[1] Schumpeter, J. (1983). Capitalismo, socialismo y democracia. España: Orbis, Vol. I.
[2] Cansino, César (2014). México en Ruinas. Los saldos del panismo en el poder 2000-2012. México: BUAP-Juan Pablos Editor.
[3] Véase, Teoría de la democracia, Sartori, Giovanni, 1995, y Touraine (1999), ¿Cómo salir de neoliberalismo?, editorial Paidós.
[4] Katz S. Richard y Peter Mair. “El partido cártel. La transformación de los modelos de partidos y de la democracia de los partidos, en Zona Abierta 108/109/ (2004).
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