Entre la nostalgia y la memoria
Dedicado a Juan Cristóbal Velasco Pérez (Riscko)
Lo efímero de la vida se le venía a la mente a Lourdes cada que uno de sus seres queridos fallecía. Últimamente habían sucedido varias partidas físicas de amistades y gente vecina, cercana a ella. La tarde de ese martes iría de nueva cuenta a un velorio, aún no se hacía a la idea de que Alfredo hubiera trascendido y dejado el mundo terrenal. ¿Cómo era posible? Un joven como él con tantos talentos, carisma y sobre todo gran persona, amigo y compañero.
Tomó un taxi que la llevaría al domicilio, sintió que el corazón le latía con rapidez, reconocía esa sensación de nerviosismo y a la vez de opresión en la garganta, como formando una serie de nudos que en algún momento dejaría fluir.
Llegó al lugar del velorio, con paso lento se dirigió a la entrada, al frente estaba el féretro, alrededor cuatro cirios y muchas flores. Depositó su ofrenda de rosas blancas. Saludó a quienes acompañaban, preguntó por los familiares de Alfredo, les externó sus condolencias. En esos casos, las palabras poco fluían pero el cariño se podía palpar al compartir ese momento tan intenso y triste.
Se sentó y se percató que había llegado antes que sus demás amistades. Seguro estarían por ahí en un rato más acompañando al amigo Alfredo. El silencio se hacía presente, también el viento que movía las llamas de las veladoras blancas que yacían en el piso, frente al féretro.
Desde su espacio Lourdes se sumó al silencio que la rodeaba. Ahí, como una especie de película, fueron asomándose una a una, diversas experiencias compartidas con Alfredo. Entre la nostalgia y la memoria sintió que los nudos en la garganta fluían a través del llanto, desde el corazón le agradeció por los momentos que intercambiaron. Sintió una sensación de esperanza, de algún día formar parte de ese polvo de estrellas en el que uno se convierte al trascender y poder coincidir con quienes se adelantan en el camino.
La mirada de Lourdes se fijó en las llamas de las veladoras, como en un tercer plano alcanzó a escuchar algunas voces, no prestó mucha atención, siguió con la mirada fija en las llamas. Recordó el texto Un mar de fueguitos de Eduardo Galeano.
Posteriormente, se le vino a la mente el rostro de Alfredo, con esa sonrisa que lo caracterizaba y evocó el poema de Juan Cristóbal Velasco Pérez, Verte sonreír de nuevo,
“Tengo ganas de verte sonreír aun sea en mis peores momentos, como en medio del miedo se reajusta mi política de soledad y el parlamento de mis defectos, son quienes me convencen de retroceder en cualquier momento.
Tengo ganas de verte sonreír aun sea en mis episodios de tormento; palpar la tierra con la que me cubran y descubrir que tiene para mí el exceso de confianza y hacer las cuentas de edad perdida en el alcohol y su panfleto.
A estas ganas de verte sonreír cuando acompasa el máximo sueño y es una oz que cosecha lo que me conmueve y me pide retirada y rendición como quien ha perdido todo y ya nada más tiene, pues está amargadamente incompleto.
Ganas tengo de verte sonreír de nuevo, aun sea en mi mejor momento. En esas noches, que, a pesar del sueño, las auras de tu ser, no lactan en el desacierto de mi fe, ni en esa catártica frustración cuando se llora somnoliento”.
—¡Qué ganas de verte sonreír de nuevo! —musitó para sí, mientras dejaba fluir las lágrimas.
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