Días cruciales para Chiapas: la elección de las candidaturas de Morena y la coalición Juntos Haremos Historia
María del Carmen García Aguilar[i]
Con abierto sentido transexenal, la estrategia de MORENA para definir su candidatura presidencial interna tuvo su epicentro en la figura de un Coordinador/a de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación(4T), devenida en la contienda “interna” de seis aspirantes, dos de ellos del PVEM y PT en tanto integrantes de la coalición Juntos Haremos Historia, sometidos a un proceso de encuestas. Culminó en la fecha convenida, 6 de septiembre, con el triunfo de Claudia Sheinbaum, y con la entrega simbólica del “bastón de mando” un día después. Pese al triunfo irrefutable demoscópicamente por empresas avaladas por los aspirantes, Marcelo Ebrard disintió de los resultados, cuestionando inicialmente los apoyos gubernamentales dados a la hoy ganadora, y la dimensión técnica del proceso después.
Claudia Sheinbaum, virtual candidata a la Presidencia de la República de Morena, asume la responsabilidad de continuidad del movimiento de la 4T y tiene el desafío inmediato de organizar los procesos de electorales en las que se juegan, además de la presidencial y la renovación de los poderes de la cámara de diputados y del senado, la elección de nueve gubernaturas y de los poderes legislativos y municipales. En Chiapas, se renuevan por la vía electoral, el total de sus poderes políticos, esto es, ejecutivo, legislativo y municipal. No obstante, se trata de un proceso definido por los partidos de la coalición -Morena, PVEM y PT- y el reparto primario son la gubernatura, el poder parlamentario y el senado.
El sentido de urgencia deriva no solo de los tiempos marcados por el INE -IEPC- para el registro de los candidatos de los partidos contendientes, sino de la necesidad de inhibir posibles inconformidades internas que alteren las preferencias de sus afiliados. El registro de quien será el candidato a la gubernatura de Morena, al igual que las otras gubernaturas en contienda, será entre el 25 y 26 de octubre, aunque también su dirigente nacional anunció que las convocatorias de Morena es el 18 de septiembre y los registros el 25 y 26 del mismo mes.
La elección de la gubernatura de Chiapas y de los poderes de la senaduría y del Congreso que van a representar a Chiapas no es una cuestión menor, pues significa la posibilidad de obtener mayoría para las decisiones que aspiran a la transformación del país. Sin embargo, desde una lectura más amplia, los costos de esta lógica partidocrática significa, como en el pasado, la degradación o la inexistencia de la democracia ciudadana, inexistente durante largas décadas del siglo XX por el PRI.
Como hemos indicado, en una entrega anterior, uno de los desafíos de Morena y el proyecto nación de la 4T en Chiapas es su dirigencia y su clase gobernante. Recordemos que el triunfo de Morena en 2018 no se tradujo en una fuerza de impulso al cambio sostenido por el Proyecto de Nación de la 4T. Tres hechos fueron determinantes: el primero refiere a que los resultados electorales, salvo el triunfo en la gubernatura, dieron ventaja significativa al PVEM, en alianza con el PRI y otros partidos locales. En las elecciones intermedias de 2021, aunque Morena registra triunfos significativos, el PVEM formaliza su integración a la coalición liderada por MORENA; el segundo obedece a la debilidad misma del subsistema de partidos políticos de Chiapas, misma que deriva en la intensificación, con sentido de normalidad, de la práctica “transfuga” de dirigentes, de políticos y gobernantes populares a partidos que registran tendencias de encumbramiento electoral como es el caso de Morena.
El tercer hecho que explica la debilidad política concreta del morenismo en Chiapas, es la activación recurrente del viejo centralismo político y partidista que deriva en el control de las decisiones de las candidaturas federales y locales. En palabras breves, alejados de los imperativos ético-político de Morena, en Chiapas gobiernan políticos que portan una subjetividad que se traduce en un imaginario político autoritario, cuya particularidad se desvela en una cultura política patrimonialista cuyo nodo de comportamiento es la soberbia. De este ideario no están tan alejadas las dirigencias partidistas.
A la continuidad de este hacer y decir político en Chiapas, por más que se le justifique, desde la temporalidad, en aras de objetivos “nacionales”, se opone una realidad, cuya crudeza se le define como Chiapas en ruinas. Y es producto, principalmente de las primeras tres administraciones del siglo XXI, sostenidas por las dirigencias de los partidos PRI/PVEM/PRD/PAN. En palabras llanas, las elecciones por venir no pueden sustentarse en estos partidos, ni en candidatos/tas que disfrazados/as con el ropaje de la 4T disimulen los objetivos del “político tirano” y patrimonialista.
El riego de Morena es el vacío político, resignada a un gobierno gerencial y centralizado. Es visible la debilidad política de un electorado que individual y colectivamente asuma suyo los objetivos de la 4T. Es cierto que posee el apoyo consciente de las mayorías que recuperaron la esperanza de tener una vida menos miserable e indigna y el entusiasmo por la posibilidad de un gobierno cercano a sus necesitades y su potencial político. La aprobación del ejercicio de gobierno de AMLO es visible en Chiapas, pero también es visible entender lo que políticamente es inexplicable: sostener las fuerzas políticas -partidos y gobernantes- que terminaron por perpetuar y darle sentido de naturalización a la pobreza, la desigualdad y la incapacidad de superar una vida reducida a la sobrevivencia del hoy.
El escenario de la coyuntura preelectoral es indicio de un ambiente paradójico: un número excesivo de aspirantes, la mayoría asumiéndose morenistas y defensores de la 4T, y un sentimiento de debilidad asumiendo inevitable el golpe seco de los muchos aspirantes que sueñan con ganar. Lo primero se explica no solo por la debilidad de los partidos políticos sino también por su estructura social y económica que políticamente se traduce en múltiples y fragmentarias relaciones, aunque unidas por el fin único de garantizar la producción y reproducción sostenible de vida y trabajo. Lo segundo, porque el vector estructural de la democracia se reduce a un sistema de partidos, hoy coaliciones, y a sus actores que transitan, en tanto representantes, al poder y al ejercicio de gobierno, hipotecando la naturaleza autónoma del ejercicio democrático en aras de la “cartelización” de la política. Sin duda, ello, no es Morena, tampoco es la técnica, si lo es el factor humano y el carácter del mismo Estado democrático de Derecho hoy en crisis[ii].
Termino con dos notas que ejemplifican el entramado del proceso de las elecciones de las candidaturas de Morena. La primera hace referencia a la indicación de Mario Delgado de que las elecciones a las gubernaturas serán por encuesta y podrán participar hombres y mujeres. Y se expondrá una regla para el género. La otra nota de tinte interpretativo mediático, sostiene que “el fenómeno político Brugada contra Omar García Harfuch y Claudia Sheinbaum definirán Chiapas” ¿Existe algún elemento de comparación entre ambas gubernaturas? No, la argumentación versa sobre el poder entre la Coordinadora de a 4T y sus dirigentes. Dos aspirantes por la gubernatura de la Ciudad de México parecen definir la elección de dos aspirantes a la gubernatura de Chiapas: si gana la primera, la gubernatura le correspondería a Eduardo Ramírez Aguilar, si es el segundo, la candidata de Morena será Sasil de León Villar[iii]. ¿Les creemos? ¿Chiapas es nuevamente monedita de cambio? Esperemos que no.
[i] Observatorio de las democracias: sur de México y Centroamérica (CESMECA).
[ii] Habermas, Jürgen, (2004). Tiempos de transición. Madrid: Trota.
[iii] https://diariodechiapas.com/opinion/comentario-zeta/definira-candidato-o-candidata-en-chiapas-el-cotejo-garcia-harfuch-vs-clara-brugada-se-cazan-apuestas/
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