De todo un poco
Josefa estaba exhausta, situaciones personales le tenían con el ánimo bajito, el corazón sensible y una especie de cansancio. Se sentía lacia, lacia. Aprovechando que era fin de semana le propuso a su esposo Leonel que fueran a visitar a unas amistades que vivían en el campo, bastante retirado de la ciudad. El estar en contacto con la naturaleza le vendría muy bien a ambos. Leonel aceptó la idea y se pusieron en contacto con Marlene y su pareja, Rosaura. Ellas aceptaron de mil amores que las llegaran a visitar.
A Marlene y Josefa les gustaba cocinar pastel de zanahoria, así que Josefa también hizo llegar la idea y su amiga estuvo de acuerdo. Josefa conocía que sus amistades eran muy buenas anfitrionas, sin embargo, Leonel y ella siempre que las visitaban solían llevarles algo para compartir. Esa vez no sería la excepción. Decidieron comprar café, chocolate y queso crema que era el favorito de Rosaura.
Se levantaron tempranito para viajar antes de que el sol comenzara a salir con todo su esplendor, acordaron que un tramo manejaría Leonel y el otro Josefa. Así lo hicieron y llegaron a buena hora, justo para el desayuno. Las amigas se alegraron mucho de tenerlos en casa, desayunaron y degustaron el café que habían recibido de obsequio. Posteriormente, les mostraron los cambios que habían hecho en la vivienda, el huerto que tenía más verduras, de ahí usarían las zanahorias para el pastel y lo nuevo que habían agregado, un corral con patos, gansos y gallinas.
Luego de una amena charla entre las amistades, las visitas se fueron a instalar al cuarto que les prepararon; mientras Leonel tomaba un descanso Josefa decidió regresar al corral donde estaban las aves de traspatio. Se sentó sobre una piedra frente al corral. Se dejó acariciar por el viento que corría, la sombra de los árboles era muy buena compañera. Observó a cada ave, de las gallinas le gustó lo intrépidas de subirse a las ramas de los árboles, la manera tan sutil de beber agua y el color de su plumaje; de los patos quedó encantada del modo de andar, la cadencia y el ritmo sin prisa, cuando vio volar a un par de patos de un lado a otro se dio cuenta que era la primera ocasión en su vida en contemplar ese paisaje. Y de los gansos le agradó la manera en cómo acomodaban su largo cuello para enrollarse al dormir. Ahí se quedó un rato más en silencio, contemplando a las aves. Sintió una sensación de paz interior que le confortó. Si ella fuera un ave le encantaría tener de todo un poco de lo que le había gustado de las gallinas, patos y gansos. Sonrió para sí. A lo lejos se escuchó la voz de Marlene,
—¡Jose, Jose! ¿Dónde andas? ¿Vamos a cortar las zanahorias para el pastel?
—¡El pastel! Lo había olvidado —se dijo Josefa— ¡Ya voy Marlene!
Echó un vistazo más al corral, qué bella manera de alegrarle el corazón. Sabia naturaleza. Se levantó y dirigió sus pasos en busca de Marlene.
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