Conversaciones en el camino
En el camino de mi formación como antropólogo me beneficie de las conversaciones con mis maestros sucedidas en contextos muy variados. Así, por ejemplo, en una de las tantas ocasiones en que viajé con Ángel Palerm desde la Ciudad de México hasta el poblado de Tepetlaóztoc (por cierto, cuna de Juan Sabines Guerrero) en el estado de México recuerdo que escuchaba a Palerm estimulado por mis preguntas. En Tepetlaóztoc (“Lugar de Cuevas” en Náhuatl), Ángel Palerm y su esposa Carmen Viqueira, había comprado una vieja casona, ya en abandono, y la habían adaptado como “estación de campo” para enseñar antropología. La donaron al Departamento de Antropología de la Universidad Iberoamericana y por esa casa nombrada José de Acosta en honor a uno de los primeros llamados “Cronistas de Indias”, han pasado generaciones de jóvenes estudiantes de antropología. Mientras en una de tantas ocasiones nos dirigíamos a esa casa, quizá en el año de 1970, Palerm respondía a una observación mía en torno a que en México, los estudiantes de antropología, teníamos el problema de la falta de bibliotecas bien dotadas de bibliografía actualizada. Recuerdo que me dijo: “Pero tenemos el trabajo de campo” y eso es de un valor inestimable. Palerm me comentaba que en muchos programas de enseñanza de la antropología en otros países, no se practicaba el trabajo de campo y la etnografía asociada hasta que se llegaba al Doctorado. Nuestros sistemas de enseñanza de la antropología-continuaba Palerm-enfatizan el trabajo de campo y una etnografía con sentido crítico desde los primeros cursos de los planes de estudio en antropología. En 1972, año en que ingresé al Programa de Doctorado en Antropología en la Universidad de Nueva York, comprobé aquella afirmación de Palerm: mis compañeros de clase nunca habían llevado a cabo el trabajo de campo, el sello distintivo de la antropología. Y por supuesto, estaban preocupados porque se les exigía para elaborar sus tesis de Doctorado. En América Latina y El Caribe, el trabajo de campo y la etnografía son componentes básicos de los programas de formación de los estudiantes. Se exige desde los primeros cursos. Así, mi primera experiencia en aprendizaje del trabajo de campo y la elaboración de etnografías ocurrió en el contexto de un Proyecto de Investigación dirigido por Guillermo Bonfil en la Región de Chalco-Amecameca-Cuautla. Cursaba los semestres iniciales en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Ese primer trabajo de campo marcó mis iniciales intereses en los enfoques regionales y en elaborar una etnografía que destaque la variedad cultural de la Sociedad en México. Aprendí algo muy importante con Bonfil: describir no es lo mismo que explicar. Pero la etnografía es necesaria para ordenar el dato, para que la referencia empírica sea base de una explicación/interpretación que lleva a la construcción de la teoría. Algunos años después, en 1973, inicié con un equipo de estudiantes de antropología, el estudio de los Altos de Jalisco. La región mostraba y muestra un contexto regional particular distinto al de Chalco-Amecameca-Cuautla. En los Altos de Jalisco, surgió una sociedad de rancheros que hicieron una guerra para defender su propia historia y que se enredó con los intereses de un clero político que soñaba con regresar al Porfiriato. Tuve la suerte de poder conversar con rancheros que habían combatido en aquella guerra que ha pasado a la historia como La Cristiada, y fue en el contexto de aquellas conversaciones que se me aclaró el devenir de la Cristiada. Fue una experiencia que me reafirmó en continuar con trabajos que profundizaran en la variedad mexicana y documentaran la imposibilidad de una “cultura nacional” al estilo que deseaban los círculos de poder en control del Estado Nacional en el contexto, además, de la práctica del indigenismo como una política de Estado que pretendío uniformar al país y desaparecer la variedad cultural que portan los pueblos originarios. Más de una vez, en el contexto de mis trabajos regionales, he tenido en cuenta ese texto descollante de Guillermo Bonfil, “El Concepto de Indio en América: Una Categoría de la Situación Colonial” (Anales de Antropología, Volumen IX, México, UNAM, 1972, pp. 105-124). En el texto citado, Bonfil combatió la pretendida uniformidad cultural de los pueblos originarios de México y estableció con meridiana claridad, a través de una etnografía crítica, que el concepto de Indio era una creación del orden colonial y como tal debía desaparecer para reconocer a cada pueblo en su singularidad no sólo cultural sino histórica. Una verdadera revolución de los planteamientos antropológicos en América latina que abrió el camino para consolidar la crítica al indigenismo y enfatizar la riqueza cultural de pueblos ancestrales y su derecho a reivindicarse como tales. En el caso de los Altos de Jalisco, ese enfoque crítico desveló que no se trataba de una “guerra de religión” aunque esta está muy presente, sino de un conflicto complejo entre el propio Estado Nacional y el Clero político por un lado, y los campesinos/rancheros que defendían una historia añeja (ver: Andrés A. Fábregas Puig, La Formación Histórica de una Región: Los Altos de Jalisco, publicado originalmente en 1986 por el CIESAS y con una segunda edición de la Universidad de Guadalajara en 2019 por los Centros Universitarios de Lagos de Moreno y Tepatitlán). A lo largo de un camino trazado desde aquellas conversaciones con los Maestros, he insistido en la confección de una antropología crítica y de una etnografía que descubra no sólo la riqueza de la variedad humana, sino las verdades de una inaceptable desigualdad social, que asola a Latinoamérica y El Caribe y que las ciencias sociales están comprometidas de denunciar y señalar caminos alternativos hacia una sociedad que elimine la desigualdad como componente estructural. Al respecto, sugiero la lectura del importante libro de Paul Sullivan, Conversaciones Inconclusas (México, Editorial Gedisa, 1991) que narra la intervención imperialista de arqueólogos en el Sur de México.
Justo acerca de esta compleja problemática estaré conversando en la Universidad Veracruzana con los estudiantes y académicos de la Maestría en Estudios de la Cultura y la Comunicación, en este miércoles que por la generosidad de Chiapas Paralelo se publica este texto.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 13 de agosto, 2023
Sin comentarios aún.