¿Cómo curar la tristeza?
El amanecer de ese sábado dibujó un paisaje frío, nublado; el cuarto de Martina era oscuro, el ventanal que tenía frente a su recámara no filtró ningún rayo de sol como solía pasar cada mañana. Ella despertó temprano, como si fuese un día laboral. Revisó el reloj, eran las seis de la mañana. Intentó conciliar el sueño, se colocó sobre el lado derecho y se cubrió la cabeza con la cobija. Su mente empezó a traer diversos pensamientos, preocupaciones, el ruido mental estaba incesante. Giró nuevamente, ahora hacia el lado izquierdo, no podía dormir. Su ánimo no había estado en el mejor momento esa semana, aún sin sueño poco le apetecía levantarse de la cama.
Permaneció acostada otro rato más. Los pensamientos no cesaban de llegar, ella intentó batearles uno a uno, en algunos casos lo consiguió, en otros se quedó clavada intentando hallar alguna respuesta a las dudas, o buscar una solución a las situaciones que le preocupaban tanto, al grado de generarle tristeza.
A lo lejos le pareció escuchar el canto de un ave, la que cada mañana solía brindarle un bello saludo con su cántico. Martina se quedó escuchando con atención, mientras estiraba el cuerpo. Al tiempo que se movía comenzó a darse cuenta que era afortunada en poder respirar y estar con vida. El canto del ave seguía haciéndose presente, como una especie de motivación. Decidió levantarse de la cama.
Disfrutó sentir sus pies sobre el piso, caminó hacia la ventana y abrió una de las hojas, la luz era tenue. Sintió el airecillo frío, respiró profundo. Alzó la vista para buscar al ave que la deleitaba con su canto, no tardó en encontrarla. Se acomodó para seguir disfrutando el paisaje sonoro. Permaneció ahí hasta que el ave se retiró. Levantó los brazos, entrelazó sus manos para estirar bien la espalda. Bajó los brazos, giró levemente la cabeza sobre cada hombro.
Una pregunta se le vino a la mente, ¿cómo curar la tristeza? Esa que sentía que le invadía el corazón. El frío del piso le hizo darse cuenta que no tenía las sandalias puestas, agradeció sentir ese frío. Nuevamente respiró profundo, con conciencia. Recordó lo que solía decirle Marcelo, uno de sus mejores amigos, cuando la veía agobiada,
—¡Martina, Martina los cambios en la vida son parte de nuestro transitar! Hay que aprender a soltar y cerrar ciclos, pero sobre todo, agradecer lo que se ha presentado en la vida, amarte y apapacharte.
—¡Vaya que me han resonado tus mensajes Marce! Justo ahora que tanto lo necesito. Bueno, venga ese abrazo para ti Martina— dijo para sí, mirándose frente al espejo, con el rostro sonriente y estrechando sus brazos con mucho amor.
Luego, para sacudir la tristeza, se puso a bailar mientras tarareaba la canción Como tú,
—No es necesario que enseñes a un niño a llorar, ni a una paloma la forma en que ha de volar, no lo tienen que aprender, ellos nacieron así, lo mismo que en el amor, no es necesario estudiar, nacemos con él…
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