Los peligros de la imaginación
Casa de citas/ 647
Los peligros de la imaginación
Héctor Cortés Mandujano
El presente, esta escenografía, este cadáver
Nicolás Grimaldi
En Breve tratado del desencanto (Los libros de Homero, 2007, con traducción de José Montelongo), un pequeño libro genial de Nicolás Grimaldi, que he leído varias veces, se examina en primer término el poder de la imaginación, que (p. 11) “lo resuelve casi todo: prestigio, ilustración, fortuna”. Es decir, te puedes imaginar como quieras en esos tres temas. A la imaginación nada le cuesta (p. 13): “ensancha, dilata, aumenta, multiplica a placer todo lo que promete”. La razón poco puede contra ella.
Al volverse presente lo que esperábamos del porvenir, nos decepciona (P. 15): “Parece una parodia de lo que habíamos imaginado: nada es como lo habíamos pensado”. En una canción de Agustín Lara, Eugenia León no sé si de la pluma del veracruzano o de su ronco pecho dice: “Las caricias soñadas son las mejores”. Salvador Novo también lo dice en un verso de “Breve romance de ausencia”: “No quiero que despedace tu vida lo que fabrica mi sueño”. Shakespeare reflexiona en Antonio y Cleopatra (Tragedias. Random House Mondadori, 2012, p. 893): “A la Naturaleza le faltan materiales/ para competir con las extrañas/ formas de la imaginación”
Sin embargo, (p. 21) “no hay nada vacío en el presente”. Por donde se le vea está lleno de infinitud de gente, de naturaleza, de hechos, de cambios. ¿Y por qué, entonces, nos interesa tanto el porvenir? Por el deseo de lo que no tenemos. Dice Grimaldi (pp. 22-23): “Uno no sufre decepción sino porque desea. Uno no desea sino porque imagina. Uno no imagina sino aquello de lo que tiene idea. Uno no tiene idea sino de lo que tiene experiencia”.
Más claro (p. 23): “No podemos buscar una cosa sin conocerla”. Aún más: No podemos desear lo que no conocemos. Es decir, lo que queremos del porvenir es el pasado. (p. 23): “El único progreso es una regresión. Todo encuentro es un reencuentro”. No podemos descubrir lo que no buscamos.
Schopenhauer y Sartre decían que, y lo cita Grimaldi (p. 29): “La conciencia es deseo que no puede jamás poseer lo que desea”.
Curiosamente (p. 30), “lo que sedujo a Adán fue que le ofrecían lo que no conocía”, puesto que el “pecado” al que lo sedujo el Diablo a través de la serpiente a Eva y luego a él era algo no imaginado, porque no era un objeto. Le ofrecieron algo que no podía imaginarse, que no podía representarse, porque lo que deseamos (p. 30) “no es nunca verdaderamente un objeto”. Las cosas, además, están en permanente cambio: La larva es una mariposa, el futuro está en el pasado, el fin está en el principio.
De nuevo Schopenhauer, en El mundo como voluntad y representación, tira el dardo (p. 34): “El deseo, por naturaleza, es sufrimiento (es decir, no tengo lo que quiero) y la satisfacción engendra muy rápido la saciedad”.
Vivir es proyectarse al porvenir y tenemos la libertad para diseñarlo, y lo imaginamos. Pero no vemos todo, sino un detalle. En Rubia, la nueva y enésima película sobre Marilyn Monroe (2022, dirigida por Andrew Dominik), la jovencita imagina: “¡Voy a triunfar en el cine!”; sin embargo, no supone que tendrá que ser explotada sexualmente en la pantalla y en la descarnada vida real, de todas las formas posibles. La adoración del público no basta para sanar la certeza de saberse sólo carne de placer para los otros.
Las personalidades más insulsas están invadidas por la noción de su éxito (hay quien siente haber triunfado por los links o las vistas hechas a lo que haga) y las más originales, se decepcionan. La dos lograron lo que querían, sólo que su imaginación es distinta.
Grimaldi, para dar voz a las imaginaciones que no son tan básicas (¡Mi pareja es maravillosa!), dice (p. 43): “El camino de la imaginación a la percepción pasa siempre por la decepción”. Porque lo que imaginamos está (p. 47) “en un momento intemporal y en un lugar utópico”, y (p. 49) “todas las aventuras le están permitidas a la imaginación: ¡qué libertad!”. En Un tranvía llamado Deseo (1947), de Tennessee Willliams, cuando el exprometido de Blanche DuBois trata de hacerla entrar en razón ella le dice, palabras más, palabras menos: “No me digas la verdad: yo quiero sueños”.
Nuestra vida real nos priva de todas las vidas posibles, pero la imaginación nos permite volver posible lo imposible: me casé con la persona que amo, me pasó algo maravilloso, etcétera (p. 50): “Creemos eterno nuestro amor. Lo sentimos, lo juramos”. En cambio, el presente es lo que el porvenir hizo de él. El sentido del presente se nos escapa sin cesar y siempre lo vemos retrospectivamente.
Para mostrar lo general que es la imaginación, Grimaldi nos pregunta (pp. 56-57): “¿Qué edad tenía Eva cuando fue sacada de la costilla de Adán?”. La imaginación no ve detalles, el dolor y la sangre de Adán, el tamaño de Eva, sus cabellos llenos de sangre. ¿Cómo le hizo para respirar, caminó de inmediato, no le dio gripa, qué comió como primer alimento?
Marx decía que los obreros podían ser, también, albañiles, filólogos, músicos. Es imaginación. Cada actividad tiene dificultades específicas. Pon un piano para una persona que no sabe y sólo lo aporreará, etcétera. Los músculos y los huesos de los bailarines no son los mismos que una persona que no baila. No hay hombres universales, somos aptos para unas cosas e ineptos para otras. El hombre universal es un círculo cuadrado, una idea irresoluble.
Los que imaginaron ser militares no imaginaron la vida cotidiana en esa actividad (el día a día en el cuartel que supone fricciones, pleitos, la lista de ascensos, las intrigas). La vida de Sócrates sólo fue importante para un pequeño círculo, lo mismo que la de Shakespeare. ¿Quién es Mario Vargas Llosa?, el novio de la Presley, contestaron unos alumnos españoles ante el pasmo del profesor de literatura. No es la vida de Sócrates la que conmueve (p. 65), “sino la gloria póstuma que le fabricó la historia”. En nuestra imaginación, Sócrates era un semidios; en la realidad, no.
Nuestro pensamiento siempre está ocupado (p. 71) “en el pasado o en el porvenir”. La conciencia es espera y deseo.
Otro ejemplo de espera, deseo y decepción. El hombre espera a la mujer que llegará. La ama. Cree, en su imaginación, que el cabello volará en el viento y le dará un beso apasionado en cuanto se encuentren. En la realidad, el andén está lleno de gente, la mujer llega con dolor de cabeza, tiene las manos sudorosas y el maquillaje escurrido. El presente humilla la imagen de lo que uno esperaba.
Las necesidades son biológicas; los deseos son psicológicos. Cuánto dinero querrá un avaro, cuánta fama querrá un desgraciado, cuántas mujeres un mujeriego… Con el cumplimiento de qué deseo dejaríamos de desear. Nunca se cumplirá lo que queremos, porque (p. 87) “desear es siempre desear lo imposible”.
La gloria del instante es no esperar, no tener grandes expectativas con el futuro, para que nos sorprenda la llegada de lo que sea.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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