Las puertas del infinito

Casa de citas/ 645

Las puertas del infinito

Héctor Cortés Mandujano

 

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Mi amigo Fernando Trejo me regaló sus tres nuevos libros de poesía. Los tres fueron premiados: Las armas que me dejó la guerra, primer premio de los Primeros Juegos Florales de Literatura Comitán Raúl Garduño 2020 (publicado por Metáfora Editores, Guatemala, 2022); En los ojos del mar, Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2017 (editado en Cuadrivio, Ciudad de México, 2022), y Tristera, Premio Nacional de Poesía Tijuana 2022 (publicado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tijuana, 2022).

 

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Las armas que me dejó la guerra está construido con textos que describen el Calendario Pirelli 2017 del fotógrafo Peter Lindbergh. Por eso, las prosas poéticas se llaman como las modelos: Helen Mirren, Jessica Chastain, Julianne Moore, Kate Winslet, Nicole Kidman, Penélope Cruz… Los disparos de la cámara, esa arma que inmoviliza el movimiento, que eterniza el segundo (el tiempo es el campo de guerra), son en este caso la materia que Fernando decidió volver écfrasis, es decir, un arma distinta: las fotos se han vuelto palabras, la imágenes fijas de nuevo vuelven a su evanescencia porque la lectura, la imaginación de quien lea, las volverá otra imagen.

 

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En En los ojos del mar hay una suerte de homenaje a tres poetas chiapanecos que no necesariamente fueron ni son los más leídos en estos lares: Daniel Robles Sasso, Raúl Garduño y Joaquín Vásquez Aguilar. Me gusta que Fer los vuelva referencia en sus epígrafes. El libro es sutil, de breves poemas. Éste, por ejemplo, evoca a Villaurrutia (p. 37): “Luz eres al amar./ Luz eres a la mar./ Luz eres ala, mar./ Luz: seres al amar./ Luz, seres, ala, mar./ Luz: ser es, sal a amar”. Los tres libros comparten también el cuidado en la edición, la portada de éste es de un bello color marino (p. 57): “Porque es el amor una manera de mar”.

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Tristera, dice el autor en una nota al final, era una palabra que usaba Isabella, su hija, cuando tenía cuatro años. El libro habla de la muerte de Fernando, el papá de Fer. El jurado del concurso dice en el acta que Tristera es (p. 9) “un libro que, con sus medios y alcances, desde su honestidad, oficio y sencillez no deja de poner en la mira, acaso como un mensaje paralelo, aquello que Sabines advertía en un verso memorable: ‘maldito el que crea que esto es un poema’ ”.

 

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Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

[Hay un detalle en este libro que me hace verlo como algo especial (al margen de sus evidentes logros poéticos, del tema sensible): la foto de Fer le fue tomada en las viejas puertas de la Finca El Ciprés, donde yo nací.]

 

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Tristera no se lee como un libro, sino como una experiencia. Una de las particularidades de la escritura de Fernando Trejo, me parece, es que los lectores podemos notar que detrás de cada línea, de cada verso, de cada poema, hay un ser humano (parece obvio. No lo es, basta con leer tantos libros que andan por ahí). Su escritura no oculta su humanidad: la trasmina. Aquí es más evidente. Escribe en “Las manos de mi padre” (p. 17): “Siempre me bendijo después de cierta edad./ Como si crecer le trajera la fe de alguna parte”.

En “Mi padre toma una cerveza frente a la televisión” hace una síntesis de lo que él sabe, de lo que el lector hallará páginas adelante (p. 19): “Es mi padre un hombre muerto/ que vive”. Esta idea la complemente en otros versos de “Túnel” (p. 37): “Como si regresar de la muerte fuera cosa fácil,/ mi padre se descalza a orilla de mi cama/ sin encender la luz”.

En “Precognición” nos cuenta (p. 48): “Dice mi madre que días antes de su muerte,/ mi padre se levantó llorando./ Estaba por decirlo así: atorado en el sueño.”

 

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[Nunca antes había leído a Will Rodríguez. Leo el largo epígrafe que Fer agrega al cuarto apartado de Tristera: “La casa de las premoniciones”. Dice Will Rodríguez: “En esta casa nació mi madre./ En esta casa mi madre se casó con mi padre./ En esta casa mi madre y mi padre tuvieron siete hijos./ En esta casa mi madre y mi padre celebraron las bodas de sus hijos./ En esta casa mi madre y mi padre adoraron a veinte nietos./ En esta casa murieron mi madre y mi padre./ En esta casa se leyó el estamento./ En esta casa peleamos./ Se vende esta casa”.]

 

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Este es el poema “Regreso por Paseo de las Gárgolas” (p. 53):

 

De vuelta a nuestra casa,

mi hijo señala el cristal de la ventana vacía.

 

Mira papá: se fue el abuelo.

 

Entonces creo en la poesía de su voz

y en cómo sus metáforas me hacen olvidar

la palabra llanto.

 

9

 

Hay páginas tremendas. Fer se enfrenta, en el hospital, a la muerte de su padre (“Parte médico”). Debe ir y decirlo a su madre y a su hermana. ¿Cómo escribir, cómo decir eso? Las palabras aquí ya no son palabras, sino llamadas a las puertas del infinito (p. 64): “Me toca decirles/ a mi madre y a mi hermana,/ que has muerto./ Que el doctor dijo esto./ Que la psicóloga me dijo usted no puede manejar./ Que tuve que llamar a Manuel para que condujera”.

“Tristera” se llama el poema más largo. Termina así (p. 68): “Me asomo a los acordes de la desolación,/ quizá me sobrevivan la entereza y la misericordia/ y me ayuden a volver,/ a romper los cristales a la diestra del mundo/ para entrar –de nuevo– a la vida./ Aunque roto”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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