La dudosa luz del día

Casa de citas/ 648

La dudosa luz del día

Héctor Cortés Mandujano

 

Dice una de las monjas –llamadas Perdida, Rata de Callejón, Estiércol, Víbora–, no recuerdo cuál, de la peli Entre tinieblas, escrita y dirigida en 1983 por un joven Pedro Almodóvar: “No hay nada más parecido a la soberbia, que el exceso de humildad”.

 

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Ilustración: HCM

Trafalgar (Conaculta, 1997) la firmó su autor, Benito Pérez Galdós,  en (p. 178) “Madrid, enero-febrero de 1873” y trata justamente sobre la batalla naval a que alude el título, donde fue derrotada España por los ingleses.

Dice doña Francisca cuando su marido, don Alonso Gutiérrez de Cisniega, le cuenta que piensa participar en la batalla (p. 25): “Dios me perdone, pero aborrezco el mar, aunque dicen que es una de sus mejores obras”.

Don Alonso, cuenta el narrador, su joven criado (p. 30), “no tenía miedo a cosa alguna creada por Dios más que a su bendita mujer”.

 

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Los ojos llueven

Góngora

 

Releo Góngora. Antología poética (RBA Editores, 1994), edición, introducción y notas de Ana Suárez Miramón.

Luis de Góngora y Argote (1561-1627), se sabe, fue una de las figuras conspicuas del llamado Siglo de oro español. Sus poemas eran, son, complejos y eruditos, tanto que Quevedo, uno de sus contemporáneos, dijo que estaban escritos en “gerigóngora”.

Amar es morir. Dice Góngora (p. 23): “amantes, no toquéis, si queréis vida;/ porque entre un labio y otro colorado/ Amor está, de su veneno armado,/ cual entre flor y flor sierpe escondida”.

En ese tiempo, igual que ahora, se peleaban todos contra todos. Quevedo critica a Góngora y éste a Lope de Vega, a quien propone parte de los (p. 65) “patos de la aguachirle castellana”.

Sería bueno que la universidad vendiera sabiduría. Casi nunca. A lo mucho, cierto conocimiento (p. 107): “Todo se vende este día,/ todo el dinero lo iguala:/ la Corte vende su gala,/ la guerra su valentía;/ hasta la sabiduría/ vende la Universidad”.

Me encanta este resumen de vida (p. 127): “La aurora ayer me dio cuna,/ la noche ataúd me dio”.

El amor nos hace entender mal todo, nos vuelve del revés (p. 141): “Gloria llamaba a la pena,/ a la cárcel libertad,/ miel dulce al amargo acíbar,/ principio al fin, bien al mal”.

En un capítulo de mi novela Vanterros usé como epígrafe este cuarteto gongorino (p. 162): “Dame ya, sagrado mar,/ a mis demandas respuesta,/ que bien puedes, si es verdad/ que las aguas tienen lengua”.

Hero y Leandro fueron dos famosos y mitológicos amantes. Él cruzaba a nado el Helesponto para llegar a los brazos de ella, quien encendía una luz que lo guiaba. No hubo una noche esa luz y él murió ahogado; ella, entonces, se mató, se arrojó contra las rocas. Góngora hace un resumen en una cuarteta exacta (p. 198): “El Amor, como dos huevos,/ quebrantó nuestras saludes;/ él fue pasado por agua,/ yo estrellada mi fin tuve”.

Le reclama a alguien ya ido (p. 221): “¿Tan mal te olía la vida?”.

De su célebre “Fábula de Polifemo y Galatea” es esta línea que me encanta y que se refiere al atardecer (p. 229): “la dudosa luz del día”.

 

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En uno de mis lectores electrónicos leo Levinas. La ética del otro (2016), de Joan Solé, que es un ensayo biográfico y un repaso de los libros que escribió este filósofo nacido en Lituania.

Dice Solé sobre Levinas (p. 117): “Se ha admitido ya: sus textos no permiten la comprensión absoluta”.

También dice Solé, en este encadenamiento de citas (p. 10): “ ‘Nunca amamos a nadie. Amamos solo la idea de que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos’ (Pessoa, El libro del desasosiego). Oscar Wilde dice lo mismo en un verso: ‘Todo hombre mata aquello que ama’, por el mismo hecho de no ‘dejarlo ser’, de apropiárselo”.

Emmanuel Levinas (1906-1995) gustaba de leer a alguien con mucha claridad de exposición (algo que, se supone, él no tuvo) y dice algo muy lindo de él (p. 28): “A veces me parece que toda la filosofía no es más que una meditación sobre Shakespeare”.

 

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Thomas Mann (Premio Nobel de Literatura 1929) decide llevarse (p. 9) “este cuaderno y uno de los cuatro tomitos del Quijote” para un breve viaje de 10 días. Anota en su diario las impresiones y eso configura el volumen Travesía marítima con Don Quijote (Ediciones Jucar, 1974, con traducción de Antonio de Zubiaurre).

En su diario hace anotaciones varias del viaje. Se refiere al modo en que son atendidos los pasajeros, por ejemplo (p. 13): “El servicio de hotel de primera del barco se mantiene firme, aunque se hunda el mundo, disciplinado hasta el fin. Es el heroísmo, delicado y merecedor de todo respeto, de la civilización humana”.

No le hubiera gustado llevar uno de los llamados libros de viaje (p. 15): “Lectura de viaje, un concepto genérico lleno de reminiscencias de inferioridad. […] la llamada lectura de entretenimiento es, sin duda, la más aburrida de la tierra”. En cambio (p. 16), “El Quijote es un libro universal. Es precisamente lo apropiado para un viaje así. Escribirlo fue una audaz aventura, y la aventura receptiva que significa leerlo es pareja a las circunstancias”.

Aunque la muerte del Quijote (p. 102) “no está amañada en demasía”, no le gusta (p. 98): “Me inclino a encontrar más bien flojo el final del Quijote. La muerte opera aquí, ante todo, como medida de seguridad que preserva de futuros desmanes literarios a la figura central […] Una cosa es que un personaje querido se le muera al autor y otra que se le deje morir, que se disponga y anuncie su muerte para que ningún otro pueda hacerle caminar por el mundo. Es una muerte de literatura, una muerte por celos”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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