Dulcecitos de colores
Las vacaciones de verano llegaron más rápido de lo esperado, Ximena había prometido a Fernando y Maribel, su hijo e hija adolescentes que les llevaría a pueblear al terruño de sus ancestros. Los tres hicieron un buen equipo, fueron sumando esfuerzos e hicieron ahorros. Maribel y Fernando compartieron lo que habían obtenido de la venta de chicharrines que hacían cada fin de semana en la canchita de basquetbol de su colonia.
Madrugaron y emprendieron la ruta vía terrestre. Ximena y Fernando disfrutaban los paisajes, Maribel prefería dormir. Finalmente, después de muchas curvas y alrededor de once horas de camino llegaron a su destino. El pueblo era pequeño y pintoresco, las calles empedradas y las montañas que le rodeaban le daban una hermosa vista. Parecía un pueblo de los que se describen en los cuentos; la temporada de lluvias se hacía evidente en el tono verde de los árboles que formaban parte del paisaje.
Mientras llegaban al hostal donde se hospedarían Ximena hizo un recuento de cómo recordaba al pueblo cuando solía visitarlo cuando vivían ahí su abuelita y abuelito maternos. Hizo memoria de dónde eran los lugares que más le gustaba visitar, la plaza central, el mercado del pueblo, la calle de los juegos que así le llamaba a donde vivían algunas niñas y niños que fueron sus amistades y había un lugar en particular que era de sus favoritos, La Colmena, una tienda donde encontraba una diversidad de dulces y semillas.
Una vez instalados en su habitación se dieron un baño y se dispusieron a salir a comer. Ximena los apresuró para que pudieran alcanzar a ver el atardecer, recordaba unas puestas de sol bellísimas desde la plaza central. Tenía la intención que Maribel y Fernando contemplaran esa vista, el tiempo fue su aliado y observaron el ocaso de esa tarde. Luego de comer fueron en busca de La Colmena, Ximena tenía la esperanza que aún existiera, en su mente asomaban vagos recuerdos de dónde era el rumbo. Fernando propuso que preguntaran y para asombro y gusto de Ximena le indicaron que la tienda aún estaba ahí.
La Colmena estaba a mitad de la calle de la alegría, como solía llamarla Ximena. Entraron a la tienda, Maribel y Fernando observaban el lugar, su mamá les había dado tales detalles que la sentían como un espacio conocido. Ximena sintió un cúmulo de emociones en su corazón al estar nuevamente ahí, los muebles se conservaban muy bien y los recipientes donde guardaban los dulces parecían casi intactos. Recordó el rostro de doña Toñita, la señora dueña de la tienda. De pronto su vista se posó en unos dulcecitos de colores, en tonos pastel, eran diminutos en formas cuadradas, redondas y de corazones, eran sus favoritos. No dudó en pedir una bolsita, Fernando también observó qué productos se le antojaban y Maribel siguió el ejemplo.
Cuando Ximena degustó los dulcecitos de colores su mente y corazón le trajeron a su niñez, se observó caminando en la calle de la alegría, dibujó una sonrisa en su rostro. Invitó a Maribel y Fernando a caminar rumbo a la plaza central, como cuando les decía a sus amistades en la infancia, para luego sentarse y disfrutar sus golosinas.
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