Seis libros de Fernando Vallejo, tres
Casa de citas/ 644
Seis libros de Fernando Vallejo
(Tercera de tres partes)
Héctor Cortés Mandujano
Entre fantasmas (1993)
En este libro, Fernando Vallejo vive en México, donde escribió la mayor parte de su obra y donde vivió más de 40 años. Ahora ha vuelto a su natal Colombia. Estaba en la Ciudad de México cuando el terremoto (p. 555): “Mi piano negro de cola salió por la vidriera y ¡ay!, fue a dar contra el pavimento de la calle, de mi avenida Ámsterdam, en perfectísimo acorde de Do Mayor”.
Todavía estaba viva su perra Bruja, aunque ya estaba (p. 556) “ ‘grande’, como dicen en este país de eufemistas”. Se nacionalizó en algún momento, por eso no se echa para atrás cuando tiene que criticar al país (p. 559): “ ‘Mé-xi-co, Mé-xi-co, Mé-xi-co’ corea el pueblo imbécil, la horda, la chusma, la turbamulta, el monstruo paridor de infinitos culos y sin cabeza”.
Dejó Nueva York y compara (p. 563): “México, la verdad sea dicha, con tanto indio vale infinitamente más que los Estados Unidos con tanto negro”; no se hace ilusiones (p. 564): “Este es un país irresponsable, educado en la mentira lambiscona de un partido abyecto”.
Vino a México a filmar películas y aquí sí pudo filmarlas (p. 566): “No me pienso morir sin hacer una película para denigrar de Colombia. […] La hago porque la hago así Colombia enterita se me oponga”.
Necesitaba, para uno de sus filmes, zopilotes. Se los hicieron (p. 574): “¿Y los zopilotes? Eran guajolotes, o sea piscos, o sea pavos, maquillados: maquillados de zopilotes y amarrados, estáticos. […] El cine mexicano no daba para más. Pedirle a sus ‘efectos especiales’ que me hicieran un gallinazo picoteando tripas era pedirle honradez al PRI”.
Salva a una rana que la maestra piensa cortar en dos para enseñarle a sus niños la vivisección. Se la quita y la insulta. Lo platica a su perra (p. 636): “¿Y hacer sufrir a un pobre animalito por tan poca cosa? ¿A ti, mi niña? La humanidad entera no vale un solo momento de dolor de un perro”.
Muere Lía, su mamá. También la increpa (p. 639): “¡Cómo me pudiste hacer esto, Lía, irte antes que yo! ¿Y qué voy a hacer ahora con mi vacío sin tu locura? ¡Malditas madres! Primero lo encartan a uno con la existencia y después se mueren, sumándole así a la carga que no pedimos el peso de un dolor que tampoco. ¡Malditas madres! Una madre tiene que morir después que el hijo que parió para que sufra, para que pague, así sólo sea en una diezmillonésima parte, el pecado impagable que cometió”.
Va con un amigo en la calle y éste le da dinero a una “familia de inditos”. Lo regaña (p. 644): “Jamás vuelvas a hacer lo que hiciste porque: le das dinero al indio y come; come y agarra fuerzas; agarra fuerzas y se le para; se le para y se lo mete a la india; se lo mete a la india y la preña; la preña y le nace un hijo. El hijo nace, crece, se tropieza contigo en una esquina, te ve rico y él pobre, y saca y saca un cuchillo y te mata”.
Maruca, una de sus amigas, pide a la virgen de Guadalupe un milagro “(un marido más, acaso, para desplumar, o algún enorme aparato masculino para su insaciable vagina devoradora)”. Promete ir de rodillas a la basílica. El milagro se cumple y Maruca (p. 669) “paró un taxi, subió, se arrodilló en el asiento trasero y ordenó: ‘A la Villa, joven’. Y así, de rodillas, llegó a la Villa. Maruca, donde quiera que estés ahora (¿los profundos infiernos?) una cosa sí te digo: eres, como dicen en este país, una solemne chingona”.
Se siente vacío (p. 678): “De mí no queda nada. Si acaso estos míseros libros sin argumento hechos como mi vida de la trama más deleznable de todas, de efímero tiempo”.
Le piden limosna. No da, claro (p. 679): “Los pobres son la negación harapienta de Dios. ¡Carajo, por qué no los protege y nos quita este problema social de encima! […] Pero más que a la pobrería detesto a la mujer preñada, máxime cuando es india o negra”.
No es condescendiente ni con el lector (p. 688): “El lector es simplista, incompetente, morboso; quiere que le cuenten cómo entra detalladamente el pene en la vagina. Y traicionero además, cambia de autor. No me merece el menor respeto”.
Volvió a su país natal, en 2018, decíamos. Era su plan (p. 701): “En pleno derrumbe del castillo de naipes he de regresar a Colombia a acabar lo inconcluso. A Colombia, a Antioquia, a Medellín, a la casa de la calle del Perú del barrio de Boston donde nací, a morir, para que después de haber andado tanto por la vida no haya avanzado un ápice”.
Memorias de un hijueputa (2019)
Aunque hay más de 20 años entre este libro y los anteriores, el discurso de Fernando Vallejo no ha cambiado. Ni sus insultos ni sus temas. Con todo, sigue siendo no apto para las buenas conciencias y los fans de la corrección política. Estas memorias son, se supone, de un dictador, pero los recuerdos de infancia corresponden a los de Fernando, lo mismo que sus preferencias sexuales.
Habla de las mujeres que acompañaban a Jesús (p. 9): “¿Las santas mujeres? No son creíbles. De santas no tenían nada estas putas con las que andaba el Hijo de Dios, muy dado a sus Magdalenas”.
Se mete en política. Dice el dictador (pp. 62-63): “¿Para qué una Corte Constitucional, si la Constitución soy yo? ¿Para qué un Consejo de Estado, si el Estado soy yo? ¿Para qué una Defensoría del Pueblo, si al Pueblo lo defiendo yo? ¿Para qué una Contraloría, si el que controla soy yo? ¿Para qué una fiscalía, si el que fiscaliza soy yo?”. Todo parecido con la realidad, no es una coincidencia.
Su personaje es vegetariano como Fernando e insulta a los que comen carne (p. 100): “Un pulpo es más inteligente que un colombiano. Y no hace el mal”.
Clarifica conceptos (p. 126): “Ni más servidores públicos dándoselas de abnegados ciudadanos. El que cobra por servir no es servidor, es cobrador”.
Es curioso cómo crea un personaje y desde él parece hablar de sí mismo (pp. 175-176): “Cuando pienso insulto, y cuando insulto me siento bien, me siento yo, soy yo, no otro que se escuda bajo el nombre de otro, como los novelistas de tercera persona que se ocultan tras la omnisciencia de Dios, o los de primera tras un alter ego. ¡Maricones, digan quiénes son! ¡Den la cara!”.
Un recado a la muerte (p. 186): “Te veía venir, Muerte dañina y puta, sabía que los ibas a matar para seguirte conmigo. Contestá, Parca estúpida, que te estoy hablando. ¿O estás muerta también”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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