Seis libros de Fernando Vallejo, dos
Casa de citas/ 643
Seis libros de Fernando Vallejo
(Segunda de tres partes)
Héctor Cortés Mandujano
Los caminos a Roma (1988)
Mi vida es como un gran portón de oficina pública
por el que entra y sale gente. Sin parar
Fernando Vallejo
Fernando Vallejo estudió cine en Roma, justamente, y en este libro habla de la vida que vivió allá. Suele, decíamos, imprecar con facilidad, incluso a la luna (p. 355): “Pienso, pienso, pienso en tanto de arriba me mira, temblorosa, la luna. ¿Qué me ves, estúpida?”.
No suele dedicar palabras de amor, salvo a su perra Bruja, a la que menciona en estos cinco libros, como uno de sus seres más queridos. ¿Qué es el amor? (p. 357): “El amor es una gonorrea del alma”.
Es proverbial el fuerte olor de los franceses, cuyo interés por el aseo es muy pequeño (p. 364): “Saliendo de una función me dice una francesa: ‘Ustedes los latinoamericanos no sirven para el amor. No huelen a nada. Es como acostarse con un vaso’ ”.
Vallejo detesta a los limosneros, entre otros muchos seres (p. 370): “Dos mendigas se me cruzan por estas calles de smog: con tres hijitos por cabeza más los que esperan. Tendieron hacia mí sus manos sucias, sus manos puercas, sus manos pordioseras: ‘Una limosna por el amor de Dios’. ‘Dios no existe, perras. ¡A trabajar de sirvientas!’ ”.
Pregunta a uno de sus maestros (p. 404): “¿Y ha visto usted, profesor, películas mexicanas? Claro que sí. Y rompe en una enumeración vertiginosa de actores, directores, productores, de primera, de segunda, de tercera, de cuarta, de quinta, de ínfima… Es de no poderse creer. ¡De dónde ha sacado tanto tiempo para ver tanta basura!”. Quiere saber más de su conocimiento cinematográfico y le pregunta si ha visto alguna película colombiana (p. 404): “Por un instante se quedó pensativo. ‘No’, me contestó compungido. ‘¿Dónde las puedo ver?’ y se le iluminaron los ojos. ‘En ningún lado –le respondo–, no las hay. ‘¡Ah!’ suspira con una tristeza de alivio”.
Deja Roma (p. 420) “sin despedirme de nadie, a la colombiana”.
Trata de hacer memoria de algunos lugares de España y se le “desbarranca el recuerdo” (pp. 441-442): “Qué importa, qué más da, recuerdos son recuerdos: llamitas moribundas que ya apagará el olvido”.
Años de indulgencia (1989)
Sin el estorboso, el lagrimoso amor
Fernando Vallejo
El arranque de este libro es una especie de pesadilla, que el autor parece gozar, con diablos, brujas, violaciones, insultos a las buenas conciencias. Dice, por ejemplo, que la verdadera luz “es oscura” y también (p. 460) “desconcierto con mi paradoja: Dios es ateo”.
Vallejo viaja y vive en Nueva York, porque allí quiere filmar las películas sobre Colombia, que no le dejan realizar en su país, porque su intención es retratar la violencia, el crimen, la drogadicción, nada que le guste a los políticos e inversores. De eso va este libro (p. 473): “…llegué a Nueva York. Llegué de noche, con trescientos dólares en el bolsillo, cuatro mudas de ropa vieja en una maleta, y un proyecto fantástico en la cabeza: filmar aquí mi gran película sobre Colombia, la que Colombia no me deja hacer por no verse, asesina, en el espejo”.
Shakespeare dijo en Otelo, cito de memoria, hablando del coito que era hacer “la bestia de dos espaldas. Dice Vallejo que Rabelais definió al amor como (p. 485) “la bestia de dos culos”.
Hacer una película, para Fernando, es una cuestión vital (p. 494): “La historia del cine colombiano es la historia de un fracaso. Un inmenso fracaso antes de mí, y un fracaso inmenso después. Yo estoy en medio, partiéndolo. Cuando regresé a Bogotá de Roma ni una sola película, pero ni una en cincuenta años se había podido terminar a cabalidad, hasta la exhibición al público”.
Cuenta sobre Miss Klinengferter, de una asociación filantrópica alemana, que llega a Colombia para donar ropa vieja a los pobres. Le asombra la pobreza y los muchos niños (p. 518): “ ‘¿No tienen agua?’ pregunta Miss Klinengferter intrigada. ‘No’. ‘¿Y leche toman?’. ‘No se conoce’. ‘¿Y carne?’. ‘Menos’. ‘¿Entonces cómo le hacen?’. ‘¿Le hacen qué, Miss Klinengferter?’. ‘Para tener tantos niños…’ ”.
Vallejo ama a los animales. Le molesta que un gato ande tratando de preñar a una gatita blanca que lo visita. De la gata salta a las mujeres (p. 527): “Izas, rabizas, colipoterras, hurgamanderas, putarrazanas, busconas, suripantas, viejas preñadas que van por el ancho mundo poniendo cara de Giocondas, rameras todas. […] ¿Señoras y embarazadas? ¡Cómo es eso! Serán rameras. Rameras son. Y van el par de rameras, con sus panzas henchidas, feraces, disolutas, paseando su desvergüenza. […] Le pido a Dios que no ve, que no oye, que no existe que se las lleve. Hoy sé con absoluta claridad de qué lado se inclina la balanza de mis afectos: del perro guau, guau, no del hombre bla bla blá”.
A veces habla de alguien como si el lector supiera quién es. Se detiene y explica (p. 534): “Quiere una convención literaria que a todo nuevo personaje que aparezca el autor lo presente y diga dónde vive, qué hace, cuánto calza, con quién duerme, cómo es, por qué. Quiere ella pero yo no. No le veo el objeto”.
No le interesa hablar en tercera persona (le parece una falsedad) ni contar mentiras, es decir, no quiere escribir novelas (“Dostoievsky inventa, miente”). Recuerda a Alcides y su historia, y dice (p. 543): “Pero su historia por las Europas es otra historia. Algún día la contaré, cuando me decida a escribir novelas. Da para cualquier mentira, cualquier novela, por asombrosa”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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