La garza blanca

La peculiarmente cautivante Garza Cucharón (Cochlearius cochlearius), una típica y emblemática de los manglares del sur de México. Tonalá, Chiapas. © Daniel Pineda Vera, 2020.

El calor de la tarde veraniega era tan intenso que Rita se había quitado las sandalias, era preferible  estar descalza.  Para refrescar un poco la habitación prendió el ventilador que tenía en su recámara, el aire no tardó en volverse cálido, ya no era agradable. Decidió apagar el ventilador y abrir la ventana que daba al pequeño balcón. Luego de abrir la ventana se percató que el cielo estaba muy nublado, era una señal de un fuerte aguacero.

—¡Ojalá que llueva esta tarde! Ya es justo y necesario que la tierra se refresqué y también se limpie el aire —comentó Rita para sí misma.

Comenzaron a escucharse los truenos que seguían anunciando la lluvia. Finalmente, el olor a tierra mojada se percibió, la lluvia se hizo presente. Primero fueron unas gotas pequeñas, luego se tornó en una lluvia torrencial.

El rostro de Rita dibujó una gran sonrisa, los árboles también estarían agradecidos con las gotas de agua de esa tarde. Se le vinieron a la mente los árboles de limón y mandarina que tenía la tía Julia y el tío Armando, la tierra estaba tan seca que las hojas de los árboles se enrollaban.

Rita se sentó en el piso frente a la ventana abierta, recordó que tenía algunas actividades laborales pendientes, sin embargo, decidió hacer una pausa  y contemplar la lluvia. No todos los días se tenía la oportunidad de ver llover y percibir la suave brisa que se generaba. Ahí permaneció alrededor de unos 40 minutos.

Mientras observaba el paisaje Rita fue sintiéndose relajada, el sonido de la lluvia era como una especie de arrullo que se combinaba muy bien con el aroma de la tierra húmeda. Estos elementos le recordaban no solo su infancia sino que la lluvia era uno de los mejores regalos de la naturaleza. Poco a poco fue disminuyendo la caída de agua hasta que escampó.

Posteriormente, se percató, como si fuera un acto de magia, que el cielo se despejó y se comenzó a colorear con tonos azules y rojizos, el atardecer no tardaba en hacerse presente. El ocaso fue hermoso, radiante y fugaz. Luego, el cielo se pintó en tono azul oscuro, se había dado paso a la noche. Rita seguía frente a la ventana contemplando la vista, quería aprovechar al máximo el paisaje que tenía frente a ella, se sentía contenta.

Por un momento llegó a pensar que ya había apreciado los diversos regalos de la naturaleza en esa tarde-noche, y que regresaría a sus actividades. Sin embargo, algo la hacía mantenerse sentada frente a la ventana, no estaba equivocada, faltaba un regalo más para cerrar con broche de oro. No tardó en hacer acto de presencia una bella garza blanca, cuyo vuelo fue seguido sin parpadeo por la mirada de Rita. El vuelo fue pausado pero rítmico y con gran elegancia. Fue un instante mágico, era la primera vez que Rita veía una garza volando frente a ella, la imagen de la garza blanca se fundió con el tono oscuro  de la noche. Eso le dio un aire más interesante.

—¿A dónde se dirigía la garza blanca? ¿Por qué volar en un espacio urbano? ¿Se habría sentido atraída por la lluvia? —fueron algunas preguntas que comenzó a hacerse Rita, en eso estaba cuando escuchó el sonido de su celular. Era el recordatorio que tenía videollamada con Alejandra y Mateo, sus amistades de la infancia. Comenzó a buscar el enlace, ellas serían las primeras personas a quienes contaría el regalo de la garza blanca.

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