Amor propio
Martina se asomó a contemplar la Luna llena que comenzaba a hacerse notar en esa tarde cercana al verano. Mientras la observaba recordó la importancia de amarse y disfrutar cada instante en la vida. Como una especie de historias fueron apareciendo imágenes de ella en su infancia y adolescencia; de pequeña poco le gustaba su nombre, le daba una sensación de desagrado, lo asociaba a que era un nombre de niño. En la escuela había sido molestada con eso, las bromas habían sido desagradables para ella. Y a eso le sumaba el que su complexión era robusta y de alta estatura para la edad promedio de la niñez. En casa pocas veces se atrevió a decir esa incomodidad, se encerraba en su mundo, con sus miedos e inseguridades.
Pocas veces le gustaba mirarse al espejo, huía de sí misma, como una manera de evitar encontrarse con ella. Fueron pasando los años y en la adolescencia la aceptación a ella se hizo un tanto más distante. La influencia de los estereotipos que solía marcar la moda divulgada a través de sus compañeras, compañeros y reforzada por los medios de comunicación le fueron haciendo que deseara ser como una de las tantas imágenes de los personajes que eran el ícono del momento. El no lograrlo la hacía sentir un tanto frustrada.
En la universidad hizo buenas migas con Tamara y Juan, eran el trío que iba de un lado a otro, en las actividades académicas, tertulias, fiestas y paseos. Sus amistades la respetaban tal como era, ahí Martina se sentía segura, en confianza. En una de las tantas pláticas escuchó que Tamara mencionó la importancia del amor propio, del respeto, la aprobación, el apapacho y la seguridad en una misma. Martina se quedó atenta a la escucha, expresó sus dudas y comenzó a indagar más sobre el tema, se fue dando cuenta que ella necesitaba reforzar mucho esa parte y lo compartió con sus amistades. Juan le dijo que nunca era tarde para poder ayudarse y que ahí estaban para apoyarle.
La etapa universitaria halló no solo otro sentido para Martina sino también para su interacción con más personas, en su vida cotidiana e incluso con su propia familia. Siempre estaría agradecida con Tamara de haber sacado la plática del tema sobre el amor propio, dos palabras que aparentemente podían sonar a un poco de ego, sin embargo, tienen elementos decisivos en la vida de cada persona.
—Quien se ama y se aprueba tal como es puede disfrutar mejor cada momento, siente seguridad y confianza, se respeta, se cuida y se valora —había compartido alguna vez en las charlas con su familia.
Regresó al presente. La luz del atardecer se había ocultado, la Luna se apreciaba con un tono cobrizo, esto le daba una hermosa vista a la noche, acompañada del coro de los grillos.
— ¡Tía Martina, tía Martina! Ya es hora de que leamos —era la voz de Alberto, su sobrino de siete años, a quien Martina había comenzado a leerle un par de noches atrás El libro salvaje del autor Juan Villoro.
—Vaya, vaya Beto, qué puntual eres, es cierto, ya es hora, a ver dime, ¿cuál es el último apartado que leímos ayer ?—preguntó Martina.
—Está bien fácil, el tío Tito —respondió de inmediato el niño.
—Además de puntual tienes muy buena memoria, hoy leeremos el apartado Libros que cambian de lugar —dijo Martina atenta a la mirada de Alberto que estaba ansioso por iniciar la lectura; echó una última vista a la ventana, se despidió de la Luna, su rostro dibujó una sonrisa, agradeciendo el amor propio en su vida.
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