Peso Pluma

Peso Pluma
Foto: Cortesía

Hasta hace un mes, Hassan Emilio Kabande Laija, alias Peso Pluma, no era el fenómeno de masas en el que se ha convertido actualmente, lo que nos hace pensar en la internacionalización fast track de un tipo de música con gran arraigo en el país (y en muchas de las partes del mundo) donde ha arrasado y asaltado los primeros lugares de las listas de popularidad.

Además, vuelve a poner en la discusión la nunca acabada polémica de las apologías al delito en las letras de las canciones de muchos cantantes de los géneros “norteños”. Ya el Komander ponía el dedo en la llaga, cuando declaraba, a propósito de las nutridas cancelaciones de sus conciertos, que él no tenía la responsabilidad: canto lo que veo y vivo, dijo. Y punto. No por la simpleza del argumento deja de ser profundo como tan perturbador, por el hecho de sabernos dentro de una violencia que parece ya mutó a ser parte de nuestra cultura y nuestras formas de pensar.

No hay que sonrojarnos por la calidad de música que ahora se exporta como consumo musical nacional. De hecho, lo que menos importa es eso, la calidad. Aunque es tentadora la discusión si la música de Peso Pluma es digna de formar parte de los gustos refinados, en todos los casos y ante la ola de comentarios que en varios medios se han vertido de esto que ya es todo un fenómeno internacional, debemos de preguntarnos cuál es la motivación a explayarnos tanto para hablar de un joven, flaco y desgarbado, que niega por sí mismo el estereotipo de masculinidad triunfadora en el universo de los mass media. También rompe la idea clásica del norteño ensombrerado, con botas y cinturón de pita. El chavo es un híbrido en sí mismo, además hace gala de esa condición: entre rapero, folk, trap, e incluso, a ratos, rock. Eso hace más extraña su aparición en los media, pero lo explica igualmente. La alusión es para diversos gustos y estilos.

Si es por el sonado éxito de sus canciones y cuestionar por qué una “música mala” tiene tanta pegada en el público consumidor, hay que decir no es novedad, muchas bandas y artistas lo han hecho. Shakira misma lo logró con su pegajosa Music Session #53 con Bizarrap, hace apenas 3 meses. Lo que sí es inédito, es la arrolladora forma en cómo se ha metido hasta el tuétano de los gustos musicales de todas, sin excepción, las clases sociales del país. Y sobre todo la manera en que se consumen sus éxitos en prácticamente todos los ámbitos de la vida cotidiana, ya sea en las redes sociales o en la calle misma. Existe un video que corre por ahí donde decenas de niños cantan Ella baila sola en un paroxismo sorprendente, con lo cual también supone que no solo las clases sociales están acomedidas ante Peso Pluma, sino puede ser un fenómeno transgeneracional, donde niños y niñas, jóvenes, sus padres y quizá abuelos, repiten sin cansarse los coros del jaliciense.

Al mismo tiempo, está el contenido de las letras. ¿Hasta qué punto es válida tal apología de la violencia? Sin duda lo es, pero esta lírica no es nueva, por lo menos en una parte de nuestro país, el norte. Nos asusta, y con razón, la sorprendente facilidad con que se asume la violencia de parte de las audiencias, pero tampoco es su responsabilidad y, creo decir con tristeza, que tampoco de Peso Pluma ni de otro cantante de cualquier tipo de corridos. Antes un escenario nacional violento, las cosas no pintan bien para la poesía. Son tiempos donde la inmediatez, lo inocuo, y lo verdaderamente importante, como es la sobrevivencia día a día, rubrican nuestras emociones.

Por supuesto, para nadie es un secreto la desorbitante mano del mercado quien, pendiente, astuto y paciente, siempre ha estado atrás de cualquier iniciativa generadora de dinero, trátese de cualquier estilo musical, moda o forma de pensar. Quizá sea el ganador en esta pelea desigual, donde el Estado, rebasado en su producción de políticas públicas incluyentes, únicamente se le ocurre hacer campañas (a propósito del problema del fentanilo) en todas las escuelas del sistema educativo nacional, como si el propio estudiantado estuviera atento a una institución anquilosada, como es la Escuela, y con nula actualización por dónde están los intereses de los niños/as, adolescentes y jóvenes, quienes más bien se avivan cuando de reventón y desmadre se habla. Tales programas, si se llevan a cabo, asemejan iniciativas de corte rural y de muy precarios alcances, no de políticas de Estado que realmente compitan con los monstruos de los mercados culturales, los mismos que entronizan hoy a Peso Pluma y ayer al Komander y antes a K Capaz de la Sierra, etc.

Y el mercado y los medios actúan sin parar. El Chaquito Jiménez disfruta de una carne asada en Holanda con Doble P como fondo; se hace viral. Hace apenas unos días, se comentaba que Peso Pluma iba a cantar el himno nacional en la pelea del Canelo Álvarez; lo hubiera puesto en la cima, no solo de su carrera, sino de la simbología nacional por la que tanto abrevamos en este país. Y no tan solo por el himno en si (muchos lo han cantado y equivocado, por cierto), sino el foro donde se entona y el evento donde aparece. De ese calibre hablamos.

Hemos perdido rounds con respecto a la violencia. El fenómeno de Peso Pluma no es más que un indicio de cómo ese discurso, el mediático, el industrializado culturalmente, seguirá sosteniéndose a base de coros facilones, pero tremendamente contundentes a la hora de penetrar en un público que está ávido de cualquier cosa que le signifique adhesión a un todo nacional -nuestros quince minutos de gloria identitaria-, así sea por la cultura de la violencia y la insulsa forma de expresar los sentimientos. Es una batalla contra los mercados y las industrias musicales y ojalá no perdamos por Nocaut, aunque después de Peso Pluma seguirán viniendo más y más.

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