K’unk’un

Imagen: María Gabriela López Suárez

Elba estaba sumamente estresada, ese miércoles se le habían juntado varias cosas por la tarde, entregar los reportes de fin de mes que le encomendaron en su trabajo y que estaba terminando de integrar; llevar a clase de dibujo a su sobrina Pamela; encargar el pastel de cumpleaños de su tío Salvador y pasar por un vestido a la tintorería.

Intentó hacer un repaso, ¿en qué momento se le habían empalmado las actividades? Todas eran importantes de llevar a cabo. Mientras preparaba la comida hizo el esfuerzo para calmarse y respirar,

—¡Tú puedes, tú puedes! —se repetía a sí misma.

Como una especie de reflexión se le vino a la mente la frase que solía decirle su maestra de lengua Tseltal cuando percibía que Elba se desesperaba al no comprender tan rápido la lengua de estudio:

—K’unk’un Elba, mok ma’me x-elmaj awot’an (Despacio Elba, que tu corazón se relaje).

A lo anterior le sumó recordar la ocasión en que bordaba con mucho cuidado un dibujo, que regalaría a su esposo Maximiliano, la hilasa se enredó y lejos de ponerse nerviosa,  ella se observó revisando con detalle cómo deshacer el nudo sin que la costura, que tanto tiempo le había llevado avanzar, se lastimara. La actividad resultó con éxito y la calma había sido un elemento clave.

El aroma de las hierbas de olor que agregó a la pasta que preparaba la hizo volver al presente, reservó la salsa roja y los champiñones que había cortado en trocitos para incorporarlo todo al final. En eso estaba cuando escuchó que Maximiliano llegaba a casa.

—¡Hola Elbita! ¿Qué tal tu día amor? ¡Mmm, huele delicioso! —señaló Maximiliano, mientras se acercaba a saludar a Elba.

—¡Hola Max! ¡Qué bueno que llegaste! Ya está la comida. ¿Me ayudas a preparar agua de limón con hierbabuena y cortar pan en trozos?

Mientras Maximiliano realizaba la encomienda, Elba le comentó cómo le había ido en ese miércoles y de sus pendientes, él se ofreció a ayudarle para que ella pudiera avanzar. El rostro de Elba dibujó una gran sonrisa, siguieron conversando y procedieron a degustar la comida. En la mente de Elba asomó de nuevo la frase  K’unk’un Elba, mok ma’me x-elmaj awot’an. Justo ahora sentía el corazón relajado.

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