El amor al saber
Casa de citas/ 637
El amor al saber
Héctor Cortés Mandujano
¿Sabes cómo tortura el diablo a las almas en el infierno?
Las hace esperar
Jung,
citado por Jesús Ramírez-Bermúdez
Dice Jesús Ramírez-Bermúdez en La melancolía creativa (Debate, 2022) que la locura, como fue llamada entre los griegos, se renombró melancolía en el siglo XIX y que ahora recibe distintos nombres: “depresión psicótica”, “psicosis maniaco-depresiva”, “trastorno afectivo bipolar”…
Su estudio (él es médico especialista en neuropsiquiatría y doctor en Ciencias Médicas por la UNAM) toca, pues, esos dos aspectos: los desajustes emocionales-mentales y la creación. Habla de Los mitos griegos, de Robert Graves (p. 17): “La locura era la excusa griega clásica para el sacrificio de los niños; la verdad es que los niños que sustituían al rey sagrado eran quemados vivos, mientras él permanecía escondido durante veinticuatro horas en una tumba, simulando estar muerto. Reaparecía luego para reclamar el trono”.
Al margen de sus estudios académicos, Jesús es un magnífico lector (lo evidencian sus citas) y quizás en ello lo haya influido ser hijo del gran narrador mexicano José Agustín. Agradece en una página a sor Juana por haber escrito su “Primero sueño” y cita después a María Zambrano (p. 51): “El amor al saber determina una manera de morir. Porque es, ante todo, una manera de morir, de ir hacia la muerte. Estar maduro para la muerte es el estado propio del filósofo”.
[Dos queridos primos –Hugo Corzo y Sandra Espinoza– murieron hace poco y su modo de morir es un ejemplo para quienes quedamos vivos. Lo hicieron sin quejas, lloriqueos ni aspavientes (los dos sabían que iban a morir, tenían cáncer). Fueron tranquilos hacia la oscuridad total, con mesura e inteligencia. Bien descansen, queridos.]
De nuevo otra cita, ahora de Alejandra Pizarnik (p. 52): “Maniquí desnudo entre escombros. Incendiaron la vidriera, te abandonaron en posición de ángel petrificado. No invento: esto que digo es una imitación de la naturaleza, una naturaleza muerta. Hablo de mí, naturalmente”.
Cuenta que a Jung se le aparecían Elías y Salomé y que los mensajes que le transmitían eran de una sabiduría (p. 59) “que no provenía de su educación intelectual: ‘Me llevaron al convencimiento de que hay en el alma otras cosas que no hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen su propia vida’ ”.
La escritura creativa tiene semejanzas con el lenguaje de la melancolía. Dice Ramírez-Bermúdez (p. 74): “Al igual que el lenguaje creativo de James Joyce, la producción verbal en la esquizofrenia se aparta de las construcciones semánticas convencionales y entra en el capítulo psicológico del pensamiento divergente”.
El autor ofrece respuestas convencionales al refrán “Perro que ladra no muerde”, hasta que le pregunta a una mujer diagnosticada como esquizofrénica. Ella responde (pp. 83-84): “Pero sí muerden […]. Me caí yo, estaba yo bañándome, vistiéndome, pantalón negro, diadema de bambú, bajé las escaleras. Pasó un temblor, pasó alguien, un alma penante; si no, me hago yo mis fomentos con agua hirviente. Había perros de raza laski; cambiaron de raza –la paciente siguió hablando con naturalidad–. Se dice que hay epidemia cuando en México y en Ámsterdam hay una persona que se cruza con un toro; es lo que hace mi hermana que es monja”.
Tal vez porque yo mismo suelo buscarles sentido, me inquietó la pregunta de Jesús Ramírez (p. 122): “Si la matriz de las ensoñaciones es el azar, ¿por qué les atribuimos un sentido?”.
Escribe el autor (p. 141): “En Psicopatología general, Karl Jaspers dio bases para conocer el delirio: un juicio falso acerca de sí mismo, los otros, el mundo, que no se modifica mediante la evidencia que lo contradice”. ¿Hay alguna semejanza con la creación de ficciones?, me pregunto. Claro: Un autor toma una realidad y la distorsiona, cree en ella.
“La actividad consciente de la escritura creativa requiere la integración de cinco elementos”, dice Jesús Ramírez (pp. 146-147): “1) el conocimiento del presente (a través de los sistemas sensitivos y motores), 2) el resurgimiento del pasado (a través de la memoria), 3) el diseño y la planeación del futuro, 4) la asignación de valor mediante procesos afectivos y 5) la modulación atencional, que nos permite discriminar entre las señales relevantes y el ruido informativo”.
¿Por qué se escribe? Apunta el autor (p. 156): “Para reestablecer el puente entre la intuición de lo absoluto y el conocimiento de sus elementos dispersos, algunos elegimos la tarea de escribir”.
¿Para qué? (p. 158): “La experiencia literaria nos lleva al espacio de la libertad creativa, donde la materia dura de lo real es trabajada lenta y cariñosamente por la imaginación”.
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Disfruté Taboada (Editorial Jus y otras, 2011), que es una serie de ensayos, reflexiones, textos varios sobre Carlos Enrique Taboada (1929-1997, CDMX) y, principalmente, sobre las espléndidas cuatro películas con las que reinventó el terror en México: Hasta el viento tiene miedo (1961), El libro de piedra (1961), Más negro que la noche (1962) y Veneno para las hadas (1963).
Me llamó la atención que su última película, que no se estrenó por problemas diversos, se titule Jirón de niebla. Así se llama una compilación que hice de cinco de mis obras de teatro, aunque mi título es un homenaje a un verso de Salvador Novo. Me gustó la coincidencia.
Gustavo Moheno escribe sobre su experiencia de adaptar y volver a filmar Hasta el viento tiene miedo (2007) y El libro de piedra (2009). Su texto es muy interesante. Cita una idea de Guillermo del Toro sobre las adaptaciones en el cine (p. 54): “Adaptar equivale a casarse con una viuda, hay que respetar la memoria del difunto pero no por ello puedes dejar de disfrutar la luna de miel”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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