Alzar la vista al cielo

Foto:
María Gabriela López Suárez

Priscila iba de regreso a casa. Había tenido una jornada laboral ardua que le provocó tensión en el cuello. Se despidió de sus colegas del trabajo y se dirigió a la estación del transporte público.

—Ahora que llegue a casa me daré un masaje, vaya que lo necesito —dijo para sí, mientras subía al microbús y se acomodaba en un lugar cerca de la ventana.

El trayecto se le hizo un poco largo, el tráfico abonó a eso. Decidió escuchar Blues, así se relajaría un poco. La música le permitió despejar su mente y ser una buena compañera camino a casa. Pidió la parada, bajó y caminó alrededor de tres calles.

—¡Al fin en casa! —expresó al abrir el portón de la entrada  y sentir el aroma a romero y lavanda que estaban en el pequeño jardín que formaba parte de su hogar. El olor a naturaleza era uno de sus preferidos. Escuchó el trinar de los pájaros que solían llegar a los árboles de las casas vecinas, cuyas ramas se lograban percibir desde su hogar. Se sintió afortunada.

Decidió prepararse un té de romero, le vendría bien. Fue hasta donde estaba la maceta con la planta de romero, cortó cuidadosamente unas ramitas y se dirigió a la cocina. Luego fue a su cuarto a buscar algún aceite esencial para dar masaje al cuello, la molestia había disminuido pero persistía. Encontró un aceite de menta, era ideal.

Su té de romero tenía un aroma muy agradable y el sabor era delicioso. Salió para degustarlo sentada en un pequeño banco de madera que tenía alrededor de sus macetas. Le dio un par de sorbos. Luego se colocó unas gotas de aceite sobre la palma de las manos, las frotó y comenzó a masajear el cuello, al tiempo que respiraba profundamente. Justo en ese instante, recordó una recomendación que le había dado su amiga Lucia,

—Cuando te sientas estresada, alza la vista al cielo, el universo siempre nos brinda regalos, solo hay que identificarlos.

 Terminó de realizar el masaje, movió ligeramente el cuello hacia ambos lados. Tomó nuevamente la taza para continuar degustando el té y después alzar la vista al cielo. Se quedó contemplando el paisaje, el cielo tenía un tono azul claro bellamente decorado por nubes, se veían como tipo pinceladas de diversas formas cuyo fondo tenía un ligero toque dorado que le daban los rayos del sol. Alcanzó a distinguir a varios zopilotes que realizaban una especie de danza, se fueron elevando hasta que los perdió de vista.

—¡Qué razón tienes Luci! —dijo en voz alta, al tiempo que se percató que el sol se iba ocultando. Poco a poco sintió que el cuello estaba menos tenso y el corazón muy agradecido por el paisaje de esa tarde.

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