Semana Santa en El Parral
Unos húngaros, que iban de pueblo en pueblo leyendo la mano y exhibiendo películas del viejo Oeste, llegaron a El Parral; como era Semana Santa provecharon para proyectar la Pasión de Cristo en una calle.
Unos Ruiz, medio bolos, llegaron iniciada la película. Se quedaron en sus caballos desde donde atestiguaban incómodos el martirio de Jesucristo. Conforme arreciaban las vejaciones contra el Salvador, más molestos se sentían. Más encabronados estaban.
Cuando los judíos se disponían a clavar a Jesucristo en la cruz, los jinetes no aguantaron más: sacaron sus pistolas y empezaron a disparar contra los judíos y los romanos:
–No permitiremos, dijeron, que maten a Cristo delante de un Ruiz.
Los húngaros, asustados, suspendieron la proyección y tuvieron que reponerla al día siguiente con una película de sheriffs y pistoleros del Oeste. No se atrevieron a exhibir de nueva cuenta a Jesucristo crucificado, no fuera a ser que un Ruiz de a caballo, en lugar tirar a la pantalla, fusilara al viejo cácaro.
De esta anécdota, contada por el maestro Carlos Navarrete en su libro Los arrieros del agua, platicábamos con mi amigo Juan Pablo Zebadúa Carbonell. Entonces él recordó sus años de juventud cuando interpretó el papel de Jesucristo en su tierra natal, Comitán. Para tan importante acontecimiento, se dejaba crecer el pelo; se preparaba, no tomaba comiteco, iba a misa, no pecaba o pecaba lo menos posible.
Después habló con emoción de la miniserie Jesucristo, de Franco Zeffirelli, que yo vi casi de niño cuando la proyectaron a la mitad de la calle los miembros de la iglesia Pentecostés del barrio de las Mercedes de Suchiapa.
La miniserie me impresionó. Las imágenes de la crucifixión son un mural de colores vivaces con escenas dolientes, aunque sin llegar al extremo de la cinta sangrienta de Mel Gibson.
Con las sucesivas transmisiones de Jesucristo que hizo Televisa, terminó parte del hechizo. Empecé a descreer de aquellos personajes rubios todos, de ojos claros todos, muy arios todos. Jesús niño tiene unos ojos profundamente azules; María, interpretada por Olivia Hussey, es una ninfa hermosa ojiverde, hasta Gaspar es blanco en la actuación de Fernando Rey, y Baltasar, que debiera ser negro, es de ojos aceitunados en el cuerpo de James Earl Jones.
Es, por supuesto, una extraordinaria realización, y a mí me llamó la atención que Juan Pablo recordara, en orden de importancia el elenco completo de Jesucristo de Franco Zeffirelli.
A mí me gusta más la versión cruda sobre la vida de Jesucristo de Pier Paolo Passolini, una película prohibida en su momento por el Vaticano, pero aceptada después porque el guion se ciñó a la versión bíblica de manera estricta.
Más allá de conservar las palabras del Evangelio según San Mateo, Jesucristo de Passolini no reunió a actores hollywoodenses, sino a campesinos de las regiones más abruptas, descarnadas y crueles de la Italia rural.
Para interpretar un papel el chiste está en creérselo. Si el actor, así interprete a Cristo, Barrabás o Gaspar, debe sentirse el personaje del guion, para que transmita la mentira con credibilidad.
La concurrencia se consternaba cuando mi amigo Juan Pablo fue Cristo, quizá un Cristo rockero y revolucionario, y es que Cristo fue un contestatario, por eso terminó crucificado, que era el peor castigo a los criminales de aquellos tiempos de romanos, israelitas y profetas.
En El Parral ya no hay Ruiz que dispare contra las películas, y mi amigo Juan Pablo ya no es más el Cristo de Comitán. Se ha cortado el cabello, pero por estas fechas debe recordar el mejor papel que le tocaba representar en Semana Santa. Sobreviven todavía algunos fieles que, en lugar de las playas, prefieren ir en procesión detrás de un grupo de actores aficionados y devotos que interpretan a soldados romanos, a judíos y a un hombre que decidió sacrificarse en la cruz.
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