La mirada de los libros

Casa de citas/ 633

La mirada de los libros

Héctor Cortés Mandujano

 

Suele decirse que todo lo que yo aquí cuento

está desmentido por lo que no cuento

Marguerite Yourcenar,

en Memorias de Adriano

 

Leo Memorias de Adriano (R. B. A. Proyectos Editoriales, 1985), de Marguerite Yourcenar.

En la novela, el emperador Adriano cuenta su vida en primera persona a Marco Aurelio, quien lo sucederá en el trono. Dice Adriano, en la versión de Yourcenar (p. 10): “Jamás mordí la miga de pan de los cuarteles sin maravillarme de que ese amasijo pesado y grosero pudiera transformarse en sangre, en calor, acaso en valentía”.

Hay aquí un argumento que los omnívoros hacen a los vegetarianos (p. 12): “En cuanto a los escrúpulos religiosos del gimnosofista, a su repugnancia frente a las carnes sangrientas, me afectarían más si no se me ocurriera preguntarme en qué difiere esencialmente el sufrimiento de la hierba segada del de los carneros degollados, y si nuestro horror ante las bestias asesinadas no se debe sobre todo a que nuestra sensibilidad pertenece al mismo reino”.

La Yourcenar logra líneas poéticas. En esta se refiere a la piel (p. 14): “Epidermis, esa nube roja cuyo relámpago es el alma”. Adriano pensó que teniendo muchas/ muchos amantes de clara belleza renunciaría a los que no lo fueran. Se equivocaba (p. 16): “El catador de belleza termina por encontrarla en todas partes”.

Trata de ser veraz. Sabe que no es posible (p. 22): “Los escritores mienten, aun los más sinceros”.

Me encanta esta confesión (p. 30): “El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras palabras fueron los libros”.

Sus palabras finales proponen una visión ante el misterio (p. 259): “Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos”.

Ilustración: Héctor Ventura

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El arte es el nieto de Dios

Dante,

citado en La edad de la fe

 

La edad de la fe (Ediciones Culturales Internacionales, 2001), de Anne Fremantle y los redactores de libros de Time-Life, con traducción de Ma. Isabel Iglesias, es uno de los volúmenes de la enciclopedia Las grandes épocas de la humanidad, y como los demás es de gran formato, pasta dura y con muchas fotografías, pinturas, ilustraciones…

Feudalismo, las Cruzadas, la Iglesia, las obras literarias, las artes visuales, la Nación-Estado y las corrientes renovadoras que llevaron a la sociedad a la Ilustración son los temas que toca este volumen que abarca (p. 11) “el periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo V, aproximadamente, y la primera del siglo XV”.

En la Introducción, Robert S. López dice que (p. 6) “el milenio que comprende la Edad Media no fue únicamente ‘una edad de la fe’ ni es la fe un fenómeno medieval”, aunque allí nació “el monumento más grandioso de esta era: la descripción del infierno, el purgatorio y el cielo”, es decir, la Divina Comedia, de Dante.

Así como ahora los presidentes, gobernadores, senadores, políticos gobernantes son tan ignorantes en todos los sentidos (p. 12), “los monarcas eran, con frecuencia, tan iletrados como el más humilde de sus siervos”.

Aunque la palabra “villano” ahora tiene otra acepción, en esa época significaba otra cosa (p. 15): “La masa de siervos llamados villanos –de villa, casa de labranza”.

Como excepción, hubo un rey al que interesaba la educación (p. 19): “Carlomagno amaba la erudición. Las escuelas que fundó bajo la dirección de su entrañable consejero Alcuino, alentaron y extendieron las letras y las cultura y llevaron finalmente al establecimiento de las universidades”.

Los castillos no eran románticos lugares (p. 20): “Todo castillo, por pequeño que fuera, tenía su mazmorra y los castigos eran primitivos, bestiales y crueles. Se azotaba a las personas, se las marcaba con hierros candentes, se las mutilaba y se les cortaban las manos”. No era fácil vivir en esa época, si no eras de la casta privilegiada (p. 21): “En la Edad Media tan sólo un diez por ciento de las gentes vivían en los pueblos. Los restantes eran, en su mayor parte, labriegos que cultivaban las tierras de un señor feudal”.

La Iglesia tuvo su poderío mayor en esta Edad y podía hacer lo que se le diera la gana (p. 38): “Hacia el siglo IX el celibato y la castidad eran una ficción y el número de sacerdotes y diáconos que tenían esposa o concubina era muy grande”.

En las Cruzadas murieron  sanguinariamente miles de humanos y (p. 53) “absorbieron al hombre medieval desde los últimos años del siglo IX hasta fines del siglo XIII”. Después los banqueros, los dirigentes de empresa, la opulenta burguesía (p. 78) “transformó la faz de Europa”, y nacieron los burgos y los burgueses (p. 80): “Los pueblos medievales se alzaban cerca de un burgo o una plaza fortificada, ubicados junto a un río o en la costa”. Allí vivían, a salvo, los mercaderes.

Un clérigo de esa edad dijo algo que aún tiene aplicación en la actualidad (p. 175): “Algunos estudian, sencillamente, para adquirir conocimientos, lo cual es simple curiosidad; otros para adquirir fama, lo que es una vanidad; otros por amor al lucro… Muy poco estudian para instruirse a sí mismos y a los demás”.

 

***

 

Regalo de mi amiga Linda Esquinca, leo la obra de teatro Olímpica (Fondo de Cultura Económica, 1962), de Héctor Azar. En ella se menciona a Chiapas. Dice Adelina, uno de los personajes (pp. 76-77): “Leí en una revista que el café envilece el espíritu y bien cierto que ha de ser eso, porque nada más hay que ver las gentes de las regiones en donde se produce, son las más torpes o las más amoladas, con una falta de voluntad para enfrentarse aun a sus mínimos problemas; como en Chiapas, por ejemplo, o en España, sin ir más lejos, donde lo único que pueden hacer es sentarse a una mesa pública y hablar y hablar, sin llegar nunca a nada”.

Catalina se suicida. Cuando se van a llevar el cuerpo las autoridades, les pide Margarita (p. 117): “Le encarezco a usted mucho que le respeten sus partes pudendas, les tuvo tanto cuidado”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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