Estereotipar lo religioso: el ejemplo coreano
Durante la pandemia del Covid-19, dada por finalizada por muchos ciudadanos y países aunque en realidad no haya desaparecido el virus y sus efectos, los recluidos en casa aumentaron su consumo de series y películas en las plataformas de streaming. Soy parte de ese grupo de personas, además de haber sustituido la gran pantalla del cine por este nuevo formato desde hace tiempo, seguramente por mi elegido enclaustramiento personal.
Dentro de la oferta de las distintas plataformas las series coreanas se han convertido en un referente, sobre todo por la cantidad de productos que ofrecen. Debo decir que me costó llegar a ellas porque mi primera visualización no fue positiva. En fin, superado ese primer intento fallido descubrí, sin dejar de ser crítico con ciertas sobreactuaciones o puerilidades, otra realidad, aunque muchos aspectos tratados son conocidos desde otros lugares que comparten la economía de mercado con Corea del Sur.
Me llamó la atención como comen y beben los actores en pantalla. Una comensalidad expuesta como referente social. También las series describen una sociedad preocupada por el honor, la culpa y su expiación, o muestran el poder de los hombres sobre las mujeres, y la división jerárquica anclada en estructuras profundas, mismas que se intentan superar al ascender en la escala social mediante los mecanismos propios del capitalismo y la meritocracia académica o profesional. Estatus que también se logra gracias a otros mecanismos que, sin ser ajenos al mundo occidental, se muestran sin ningún reparo en las series al conseguir matrimonios ventajosos y propicios para esa promoción social. No son estos los únicos aspectos sugerentes para resaltar, y tal vez los trate en un artículo dedicado a ellos, pero aquí me interesa apuntar un hecho que puede pasar desapercibido, por estar interiorizado en el mundo que nos ha tocado vivir. Se trata de las raras, aunque presentes, referencias a las distintas adscripciones religiosas de la Corea del Sur contemporánea.
Hay que recordar que actualmente la distribución por adscripción religiosa en dicho país está muy fragmentada. Situación no extraña en el planeta y que hay que situar, como en todos los casos, en su historia pasada y reciente. Así, la suma del confucionismo y budismo, aunque siempre está discutida su condición de religiones, y el cristianismo supera el 50% de los habitantes adscritos a algún credo, puesto que más del 40% se declaran sin religión. Dentro del cristianismo se incluye tanto el catolicismo como las Iglesias del protestantismo histórico, o las más recientes denominaciones pentecostales y del paracristianismo.
En muchas de las series es visible, sobre todo, la presencia del catolicismo o de alguno de los grupos religiosos cristianos. Una imagen, en general, bastante respetuosa del primero y distorsionada de los segundos, donde se repiten los clichés que los vinculan, únicamente, con los fraudes económicos. Esas tendencias, en un país que garantiza la libertad de culto de sus ciudadanos, adquieren un real menosprecio cuando lo reflejado son las antiguas prácticas populares que, se supone, podrían seguir muchas de las personas que se declaran sin religión. Sin embargo, tal desaire o falta de aprecio a las prácticas denominadas chamánicas, también conocidas como “sindo”, es perceptible con claridad en las series televisivas, mismas que casi siempre están centradas en el medio urbano. Las pocas referencias e imágenes de esas prácticas rituales se dan en contextos que pueden leerse fácilmente como irracionales o, en su defecto, adquieren un aire folklórico tan familiar en nuestro medio. Descripción peyorativa para remarcar los estereotipos de una realidad que, por desconocida, sigue siendo objeto de una mofa que inicia a partir de sus prácticas rituales. Y todo ello en un país que ha convertido esas prácticas en bienes culturales intangibles, algo que como bien han apreciado quienes estudian esa realidad las convierte en tradiciones para ser cuidadas y observadas, como si se tratara de piezas de museo.[1]
No soy especialista, por supuesto, en este tipo de creencias coreanas, pero años de experiencia en la temática facilitan entender que la ritualidad, alejada de las religiones institucionalizadas, no solo es desconocida sino que se desprecia por vincularse con el atraso civilizatorio atribuido al pasado y a la ruralidad. Las religiones institucionalizadas, de la mano del poder político, se subieron al carro del control del discurso que dicta lo que es o no irracional y, por ende, se manda al pozo de la superstición lo que no es propio. Sin embargo, no hay que ser demasiado inteligente, y que me perdonen los creyentes, para observar que la ritualidad de las religiones institucionalizadas es tan creíble o tan poco verosímil como la menospreciada.
Respeto la fe de cualquier persona, pero cuando ella se quiere imponer como única, o como la verdadera frente a otras, no puede ser más que un ataque a lo que se desconoce. Tristemente esto es algo común en México y, por ende, en Chiapas. Así que lo observado en las series coreanas, que me ha servido de pretexto, no es algo propio de una sociedad exótica y moderna, como lo pueda ser la coreana desde esta parte del planeta, sino que en nuestra cotidianidad todo aquello que se desconoce se ridiculiza o, en su defecto, se folkloriza como referente de una tradición pretérita. Dispositivo recurrente para extirpar ciertas prácticas de la cotidianidad social y vaciar los múltiples significados que portan.
[1] Véase E. Vivas Bellido y A. Domenech, A. (2023). Ciberchamanismo: el chamanismo coreano y las nuevas tecnologías. Revista Internacional de Estudios Asiáticos, 2 (1), 139-162. DOI 10.15517/riea.v2i1.52495
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