Entre fusiles te veas

El EZLN
Foto: Ángeles Mariscal

Un artículo de Gerardo González Figueroa

Desde 1994, Chiapas, aparentemente, dio el paso a una guerra que ya lleva casi 30 años. Como si nunca hubieran existido soldados, guardias blancas, policías para resolver conflictos agrarios. No fueron pocas las personas macaneadas, encarceladas, desaparecidas y muertas por responsabilidad de la represión de finqueros, así como del gobierno.

Después de 1994, vivimos en alertas rojas, ya fuera emitidas por la llamada Comandancia General del EZLN, como del imaginario que se reproduce como si alguien de verdad lo dijera: “esta noche (los del EZLN), entraremos a tomar las cabeceras municipales”. Vaya cosa, porque los zapatistas han hecho manifestaciones políticas (muy simbólicas), ya sea por el milenio, ya sea por solidaridad contra la guerra de Ucrania y Rusia, o por el asesinato de su compañero Galeano, pero siempre desde una perspectiva de fuerza política y anticapitalista.

Hay que recordar que el conflicto persiste, ni la Declaración de Guerra se ha retirado, como tampoco se ha levantado la ley sobre el diálogo y concordia y pacificación de 1995. Los zapatistas del EZLN eso sí, definen este período (1996-?), como la guerra contra el olvido. Y es que, si de guerra hablamos, o de guerras, una de ellas, es la que emprendió el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), en contra de los Carteles de la Droga que predominaban como el del Pacífico, los Beltrán Leyva, los del Golfo-Zetas; así como lo Templarios, solo por hablar de los más conocidos.

En el levantamiento armado lo que se pudo ver es que un ejército, mayoritariamente indígena, se apegó a lo que se conocen como leyes de la guerra, una especie de código ético, donde sobresale el respeto al enemigo y a la población civil. Vimos armamento de grueso calibre, con personas que portaron palos, tratando de hacerlos pasar como fusiles. Vimos aviones lanzando cohetes, y mucha metralla en donde, como nunca, lo más cercano a la guerra, es la represión gubernamental en contra de la población demandante, e incluso, organizada en focos que hemos conocido como guerrilleros.

Para poder hablar entonces del proceso armado en México, una vertiente es la de los grupos armados, pero ligado a los procesos revolucionarios de un período largo, como es la década de los años sesenta del siglo pasado, pues Guatemala, Nicaragua y El Salvador, se enfrascaron en guerras civiles o de liberación. Triunfaron los nicaragüenses con el FSLN al frente, pero la guerra no terminó y los Estados Unidos armaron a la contra, inundando de drogas los Estados Unidos, fortaleciendo carteles como el de Guadalajara en México, usando la cocaína para la compra de armas, y las adicciones como otro problema de salud pública producto de la guerra de o de los Imperios (bacterias y virus convertidas en armas biológicas).

Los ruidos de los fusiles no espantaron al Imperio ¡qué va!, en una guerra sin nombre, pero adjetivada como “fría”, el conflicto a su puerta eran los procesos de liberación, total, los que sufren la guerra, tienen kilómetros para sortear el traspatio. Esas movilizaciones de desplazados por la guerra en Centroamérica también hicieron que hubiera mercados “ilegales” de producción y comercialización de drogas, así como de armas.

En una entidad como Guerrero de la que se habla mucho, pero se conoce muy poco, los talamontes y “gomeros”, fueron sentando sus bases para, sin hacer mucho ruido, se encargaran de producir y comercializar la amapola, y la marihuana. Es correcto decir que traficaban armas, muchas de ellas fueron a parar a los grupos de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.

Es casi imposible separar los fusiles del tráfico de drogas. Pero quizá la peor alianza es la que hizo el cartel de Guadalajara con la clase política, la narcopolítica como tal, nace de la mano en el sexenio de Miguel de la Madrid y el cartel de Guadalajara.

La lucha de los carteles fue por territorios, por el paso de drogas desde México y a través del país. El logro de los carteles mexicanos ha sido el desplazamiento de los colombianos. Hagamos una nota. No solo llega droga desde la frontera del país, la entidad tiene amplios territorios en donde se produce mariguana, amapola, y existen laboratorios para procesarla. Y no se puede separar del tráfico de armas, personas, y por supuesto migrantes.

El EZLN en 1994 fue claro en el origen de sus armas: compradas y hechas en sus armerías, ni asaltos, ni que llegaran del narcotráfico. Además, el EZ, controlaba el territorio para que no pasaran coyotes con migrantes, ni armas, ni personas en cautiverio de parte de las redes de trata de personas. Chiapas requería de gobiernos que detuvieran lo que pasaba por la frontera, pero ni el gobierno federal ni el estatal tomaron cartas en el asunto.

Hay una hipótesis pues a partir del 2006 se incrementa el paso de drogas y la presencia, visible, del llamado cartel de los Zetas, suben los secuestros y las extorsiones, y como Sabines presumiblemente es adicto, permitió la presencia de estos grupos, y el cartel de Sinaloa “sufría” la detención de su líder o uno de ellos, pero el trasiego era intenso: avionetas, lanchas, incremento en la migración, pero no se metían con la población.

En la primera década del siglo XXI, las rutas cambian. Dejan de ser, la caminata de migrantes, por la costa, y muchos pasan por la panamericana, por la región de Teopisca y Betania, saliendo por Chamula, Larrainzar, Pueblo Nuevo, Rincón Chamula y llegando hacia el Golfo. Aumenta el robo de autos, que llegan a San Andrés, Tenejapa. Ya hay gente desaparecida, como una familia de la Merced que tenía restaurante y hotel, y se sabe del lavado de dinero de personas conocidas a nivel local como lavadores de dinero y de personas en el ámbito nacional.

De nueva cuenta la narcopolítica. No son pocos los municipios que tienen fama: Ocosingo, Chamula, Frontera Comalapa, Comitán, Soconusco, Norte y Altos como territorios ¿qué hizo Sabines y su sucesor? Nada, pero una vez que se va Sabines, empieza la escalada, como la muerte del presidente municipal de San Juan Chamula.

Un hecho que se debe resaltar es que las organizaciones sociales se descomponen. El dinero público se da a organizaciones y estos a la vez a personas. En los mercados públicos, todos, se vende droga, se vende pornografía, no solo la mundialmente conocida como etnopornografía.

Las muertes en los Altos crecen por sicarios. San Cristóbal, pasa de grupos de jóvenes que responden al llamado de los gremios (en particular el transporte), y ejercen violencia, como la toma y quema en el mercado de negocios, cuando la policía quiere requisar mercancía pirata.

Hoy esos grupos, usan motos y las llamadas “motonetas”, pero son jóvenes usados por la delincuencia organizada para distribuir droga, ser “halcones” y ejercer violencia pues con la impunidad que gozan, asaltan y golpean a quienes llegan a sus territorios, o sea, colonias o franjas de la zona norte, que lucha por mejorar sus condiciones de vida y la vida fácil que significa lavar dinero, gozar de la venta de drogas y ser pagados como grupos de choque, lo cual explica sus propias divisiones: quién y cómo se ejerce el control de mercados, plazas, hoteles y restaurantes. Además, el, por llamarlo de alguna manera, grupo de Betania tiene un negocio como lo es el control de los migrantes, la trata de personas, el tráfico de armas, y de bosque como son madera y carbón.

Y para terminar vemos los cambios producto de las remesas, el lavado de dinero y la creación de grupos que luchan por el control de un territorio que antes, no muchos años, vivía del turismo y de una geografía en la que predominaban los problemas sociopolíticos, pero comparados con la virulencia actual, no hay comparación.

Chiapas vive entre fusiles desde la década de los años setenta, el gobierno federal solo la vio como reserva de votos, y desprecio el enorme potencial social para tener mejores condiciones de vida. Dejó crecer guardias blancas y que el ejército le diera protección a caciques y terratenientes.

El territorio chiapaneco se convirtió primero en una región de paso, la cual sucumbió a lo peor del país como son narcotraficantes, que no se conformaron con lo que obtenían del trasiego de drogas, aprendieron que la droga y otras actividades ilícitas se pueden hacer y comercializar desde el propio territorio.

Lo que hemos visto como muertes por sicariato, viene escalando, son venganzas, pero también se hacen por pedido, ejemplos hay varios. Las salidas no deben provenir de los balazos, pero tampoco de abrazos. Es trabajo de prevención, sobre todo en el campo de las adicciones, de no permitir venta en mercados, escuelas, andadores, y que empresarios no permitan lo que hoy sucede en antros y hoteles (llamadas posadas u hostales).

Si no nos hacemos responsables en el sentido de que el problema ya rebasó al municipio, y al gobierno federal y enfrentarlo como sobrevivencia y convivencia, como diría un clásico, viviremos el peor de los mundos posibles.

La violencia en Chiapas no es nueva, ni va a desaparecer de la noche a la mañana, pero si no le ponemos un alto, vendrán tiempos apocalípticos, en donde solo por la violencia se resolverán las cosas, y como siempre, las personas, las más inocentes seguirán pagando.

Correo electrónico: ggonzalez@ecosur.mx

 

 

 

 

 

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