El sobreviviente

La Primavera (Roseodendron donell-smithii: Bignoniaceae) un árbol nativo de Chiapas, pero introducido en la región central, misma en la que se ubica Tuxtla Gutiérrez. Actualmente, es una especie muy socorrida por la población que ha querido efectuar labores de reforestación. © Daniel Pineda Vera, 2017.

Ese martes Tamara decidió ir a buscar el par de sandalias que tanto quería. Era un día muy caluroso,  por lo que no demoró en salir de casa. Se dirigió rumbo al mercado, le gustaba pasar por los puestos donde vendían productos de ixtle. Se podía pasar mucho rato viendo la diversidad de cosas que tenían en ese pasillo. Casi siempre salía comprando algo, para ella o para alguien de su familia. Recordaba siempre a la tía Bertha, era una amante de esos productos y artesanías, quizá ella le había heredado eso. Para no perder la costumbre Tamara terminó comprando un cepillo redondo para el cabello, le encantó desde que lo vio.

Se apresuró para ir en busca de sus sandalias, tenía que regresar a más tardar al mediodía porque había quedado de ir a comer con su familia y no quería que se le hiciera tarde. Después de ir a tres zapaterías, por fin encontró las sandalias en el modelo que deseaba, en tono color marrón y con unos detalles en forma de flores muy discretas.

Salió con dirección a su casa, de pronto, se quedó observando la calle que estaba frente a  ella. En la esquina un terreno con extensión grande donde antes estuvo un edificio muy antiguo que luego demolieron, parecía ocupado. Ahora fungía como un estacionamiento rústico, sin techo, eso no es lo que llamó la atención de Tamara sino que el único árbol que sobrevivió a lo que antes había en el lugar podría desaparecer si decidían construir en ese espacio. El solo pensarlo le provocó una especie de tristeza. Recordó las veces que había pasado cerca del árbol y lo había saludado. Solía expresarle que le daba gusto que permaneciera ahí. Era uno de los árboles endémicos en la ciudad, quizá era de edad mediana porque su tamaño no era tan grande; conforme pasaba el tiempo esos árboles parecían extinguirse sin que casi nadie lo tuviera en cuenta.

Cada que caminaba por donde estaba el árbol, agradecía su presencia porque le brindaba un poco de sombra, sobre todo en días soleados como ese martes. Sin dudarlo caminó rumbo a la calle y se quedó contemplando el árbol, como si quisiera tener una conversación con él. Se puso bajo el árbol y le agradeció la oportunidad de tenerlo cerca, las veces que había alegrado la vida de quienes caminaban por ahí y se sentían confortados con su sombra, con el danzar de sus ramas en los días de intenso viento. Casi como un susurro le dijo:

—Eres el sobreviviente de lo que antes hubo en este espacio, te deseo larga vida y que permanezcas mucho tiempo alegrando esta calle.

Acarició parte del tronco y algunas ramas, las que pudo alcanzar, respiró profundo. Se le vino a la mente lo que solía decirle su tío Carlos, siempre que se pueda hay que hablarle a los árboles, ellos nos escuchan y agradecen que les tengamos cariño. Dirigió sus pasos a casa, estaba a buen tiempo de llegar  para la comida.

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