El infinito número de mundos
Casa de citas/ 632
El infinito número de mundos
Héctor Cortés Mandujano
Kire había trabajado durante ocho años en física nuclear,
tratando de averiguar el algoritmo fundamental que
contestara los misterios del Universo,
hasta que se dio cuenta que el máximo misterio es el hombre
Jacobo Grinberg Zylberbaum
Leo Más allá de los lenguajes (Trillas, 1976), de Jacobo Grinberg Zylberbaum, científico mexicano que, aunque ya lo era, se volvió más famoso luego de su misteriosa desaparición.
El libro efectivamente busca nuevas formas de narrar-ensayar-mostrar otras realidades en lo que llamamos realidad (p. 27): “Existe gente que todavía no entiende que la realidad es una decisión o que el tiempo no existe o que la educación es un enseñar a depender y a usar”.
Los textos buscan despertar conciencias (p. 39): “Todo es cuestión de matar personajes y egos. Ahí es donde se inicia la búsqueda…”.
Es complicado hacer citas de este libro, porque las ideas están enlazadas, en buena medida, a conceptos que el propio Jacobo propone. Diferencia el tiempo externo con el interno, por ejemplo, y en función de varias experiencias propone cuatro conclusiones (pp. 90-91): “En primer lugar, que la vivencia del tiempo es variable en grado sumo; en segundo lugar, que es posible expandir el tiempo y aun independizarse de él; en tercero, que esta expansión se acompaña de un acceso a procesos internos el que en otras condiciones permanece vedado; en cuarto lugar, que asociada con todas estas experiencias está la variación en la frecuencia de patrones energéticos”.
Hay, en cambio, fragmentos que exponen con claridad conceptos generales (p. 101): “El ser humano es extraordinariamente difícil de comprender. Se rodea de artificios que no son suyos, y todo ello, inconscientemente. Decírselos es responsabilidad mayúscula, sobre todo porque hay todavía quienes no han comprendido la existencia de un número infinito de mundos y realidades distintas”.
Hace afirmaciones tajantes (p. 105): “Toda actividad cuya única finalidad es mostrarse al exterior está destinada al fracaso. […] Enseñar sólo es posible cuando no se pretende enseñar. La danza es auténtica únicamente cuando se aprende de ella, y esto sucede cuando se es capaz de no predecir el aprendizaje”.
Cuenta en algunas de sus conversaciones con personajes (que pueden ser inventados) que habló con un doctor hindú (p. 110) “quien ha desarrollado una técnica psicológica que denomina ‘terapia eidética’. En ella, enseña a pacientes a visualizar imágenes parecidas a las tuyas, y ha encontrado en cientos de casos que algunas de ellas se repiten”; además, “de acuerdo a la filosofía oriental, todo lo que decimos, pensamos y actuamos se registra en forma indeleble” y éstas forman un archivo, un registro: “Es posible que el registro esté contenido en la estructura cerebral, la que a su vez es el producto de millones de años de evolución. Si es así, tu contacto es con la historia del Universo, puesto que eres una copia reducida del mismo”.
Habla de cómo platica con ese ser que es él mismo y que tiene dentro. Si hacemos caso a la cita anterior, veremos que su conversación es con el Universo (p. 124): “Yo siempre dialogo con alguien que está adentro. En ocasiones me contesta y en una de ellas me asombré de mi propio diálogo”.
A veces su escritura es aforística (p. 127): “A las personas hay que aceptarlas con sus máscaras; es la única forma de quitárselas”.
Dice (p. 143): “Lo que se considera retorno no es tal. Nunca hay retorno. Hay avance o cambio. Lo que se piensa que es caída no lo es; el único que cae o que cree caer es el pensamiento de caer, no el ser”. Y (p. 146): “Según el I Ching la unión entre dos seres se produce cuando ambos tienen algo que contemplar el uno del otro”.
Otros aforismos (p. 147): “La falta de amor proviene siempre de la incapacidad de ver”, y “Cada acto no es un escoger de entre muchos posibles. Cada pensamiento no arriba por azar. Cada palabra es la palabra”.
Afirma (p. 149): “Es despreciable aquel que no quiere aprender”.
Una idea final (p. 150): “El punto de vista multifacético sostiene […] que dentro de cada hombre anidan multitudes de seres”.
***
Se presenta la vida
con sus turbias pasiones
Victor Hugo
Leo la antología Poetas románticos franceses (RBA Editores, 1994), con introducción, traducción y notas de Carlos Pujol, que reúne a las plumas más representativas de esa escuela literaria.
Alphonso de Lamartine (1790-1869) escribe en “Aislamiento” (p. 8): “¿A mí el sol qué me importa? Nada espero del día”.
De Victor Hugo (1802-1885), célebre por sus novelas Los miserables y Nuestra señora de París (p. 83) se escribe: “En él está todo. La realidad y la fantasía, lo cotidiano y lo sublime, la lírica y la épica, el yo y el universo, la eternidad y la historia, el amor y la muerte, todas las cuerdas de la lira”.
Escribe Victor Hugo en el final del soneto “Ave, dea, moriturus te salutat”; es decir, “Salve, diosa, los que van a morir te saludan” (p. 144): “El abismo divino aparece en tus ojos,/ y yo siento la sima estrellada en el alma;/ mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,/ tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo”.
Para explicar el título de un poema de Gautier, Pujol escribe al pie de página sobre Niobe (p. 217): “Reina legendaria de Frigia […]. Tuvo siete hijos y siete hijas, y, sintiéndose orgullosa de su fecundidad, se jactó de ser superior a Leto, quien sólo había tenido dos hijos, Apolo y Artemisa. La ofendida Leto pidió a sus hijos que vengaran esta ofensa, y Apolo y Artemisa mataron a hachazos a todos los hijos de Niobe en el monte Sipilo. El dolor de Niobe fue tan grande que Zeus, accediendo a sus súplicas, la convirtió en roca de aquel mismo monte, y de ella mana, a manera de lágrimas, una fuente inagotable”.
Théophile Gautier (1811-1872) escribe en “Tristeza en mar” (p. 233): “Hace un tiempo ideal para matarse” y en “El arte” dice (p. 242): “Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte/ posee la eternidad. Únicamente/ el busto sobrevive a la ciudad”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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