Definir la luna

Casa de citas/ 634

Definir la luna

Héctor Cortés Mandujano

Préstamo de mi amiga Paty Bautista, leo Tesoro de contemplación. El modo de vida del Bodhisatva (Editorial Tharpa, 2003), de Gueshe Kelsang Gyatso. Te comparto lector-lectora algunas de sus enseñanzas.

En una columna anterior, comenté otro libro de Gueshe; en él proponía que debíamos considerar que cualquier ser sintiente es nuestra madre, para tratarla con tolerancia y comprensión. Aquí, en extenso, toca de nuevo el mismo tema y nos explica por qué cualquiera podría ser nuestra mamá (p. 30): “Como consecuencia de los traumas que acompañan a la muerte y al renacimiento, hemos perdido la memoria, y también porque los seres cambian de aspecto de vida en vida. Por ejemplo, si nuestra madre actual muriese y renaciese como un perro, no podríamos reconocerla aunque fuéramos sus dueños. Por lo tanto, estamos rodeados de innumerables seres que, aunque hayan cambiado de apariencia, han sido nuestra madre”.

Luego de enumeración de todo lo que debemos a nuestra madre, lo que ha trabajado y sufrido por nosotros, dice (p. 31): “De no ser por sus constantes cuidados, hoy no estaríamos vivos”.

Realizamos acciones poco edificantes, porque no tenemos conciencia de que nuestra muerte puede estar en el siguiente segundo (p. 71): “¿Es tan difícil de entender que nos estamos acercando a la muerte y que no podemos hacer nada por evitarlo?”.

El mal se cura con bien (p. 75): “Si deseamos purificar nuestras faltas, podemos utilizar cualquier acción virtuosa como poder oponente”.

Es difícil alcanzar la felicidad. Se necesita trabajar mucho en nuestras virtudes (p. 122): “No hay duda de que desde el llanto de un recién nacido hasta los lamentos de un moribundo, en todo momento experimentamos insatisfacción y dolor. Cuando un bebé llora al nacer no lo hace porque esté feliz”.

Hay recomendaciones breves y claras (p. 177): “La mejor manera de librarnos de nuestros enemigos es eliminando el odio de nuestra mente”. Insiste (p. 195): “Es mejor vivir hoy mismo que vivir durante años guardando rencor”.

La paciencia es una virtud mayor que la generosidad, No es fácil conseguirla (p. 202): “Hay infinidad de pobres en el mundo, pero ¿dónde podemos encontrar un enemigo que nos enseñe a tener paciencia?”. A los enemigos debemos verlos como maestros, pues (p. 202) “si, como el doctor que desea curar a su paciente, nuestro enemigo sólo deseara beneficiarnos, nunca tendríamos la oportunidad de abandonar nuestro deseo de venganza”.

Si no despiertas a la conciencia (p. 212) “eres como el búfalo que sigue comiendo hierba sin darse cuenta de que lo están llevando al matadero con el resto de la manada”.

No tenía conocimiento de estos animales (p. 314): “Existen unos roedores que muerden a los seres humanos y otros animales durante el invierno, y cuyo veneno no actúa hasta la primavera siguiente”.

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

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Leo en uno de mis lectores electrónicos El autor de la semana: Jorge Luis Borges (1999), antología de poemas y cuentos preparada por la Universidad de Chile. Lo mío es relectura, porque ya he leído antes todo lo que aquí juntaron.

Dice Borges sobre los encantos que para muchos ha tenido la luna (p. 20): “Me impuse, como todos, la secreta/ Obligación de definir la luna”. En “Arte poética” escribe (p. 24): “Saber que nos perdemos como el río/ Y que los rostros pasan como el agua”.

De su cuento “La biblioteca de Babel”, tomo esta cita (p. 84): “Basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible”.

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El amor verdadero es lo que pasa entre dos personas

que ya no necesitan conocerse

Leonard Cohen

Leonard Cohen (1934-2016) fue cantautor, poeta y novelista. Leo de él La llama (Ediciones Salamandra, 2018), con traducción de Albero Manzano Lizandra, con la colaboración de Terry Berne.

Este libro póstumo, preparado por su editor, sus hijos, sus amigos, contiene poemas, letras de canciones, apuntes de cuadernos y dibujos de Cohen. Escribe en “Le pasa al corazón” (p. 15): “Hay una niebla de besos estivales/ Donde quise aparcar en doble fila”.

Dice en “La más íntima puerta” (p. 107): “Cuando me sienta solo/ Sé que volverás conmigo/ Ha ocurrido otras veces/ Se llama memoria”.

En “De todos modos” escribe (p. 126): “Aunque tengas que odiarme/ ¿Podrías odiarme menos?”.

Tiene un intercambio epistolar con Peter Dale Scott ­–“poeta y erudito, es profesor de la Universidad de California”–, donde discuten amistosamente sus percepciones sobre Dios. Dice Peter (p. 172): “Pero los que nos criamos en los puertos/ mientras otros ardían en la guerra/ somos libres de escoger qué voces/ nos convierten en lo que somos”.

Cita el grito de un hombre (p. 214): “Me da igual la película/ pero las palomitas son insuperables”. Cohen habla de sí mismo, de lo acompañante que es la soledad (p. 240): “Como ya no deseo explicarme/ Me he convertido en una piedra/ Como ya no anhelo a nadie/ No estoy solo”.

Apunta (p. 247): “Nunca pensé que fuera un animal/ Nunca pensé que tuviera libre albedrío/ Ahora estoy atrapado en ambas realidades”.

Da razón a sus críticos y explica (p. 275): “A las personas con experiencia/ que han caracterizado el trabajo de mi vida/ como algo barato, superficial, pretencioso, insignificante:/ no sabéis/ la Razón que tenéis/ entre las putas/ hay algunas/ que preferimos hacer bien el amor/ y entre (aquéllas) éstas/ algunas, lo hacen gratis”.

En su discurso cuando le dieron el Príncipe de Asturias, en 2011, cuenta que vio a un joven guitarrista español en una calle de Montreal, donde vivía. Le pidió que le enseñara y éste, incluso poniendo los dedos de Leonard en los trastos, le enseñó seis acordes flamencos. Los practicó tres días con él; al cuarto no llegó (p. 285): “Llamé para saber por qué no había acudido a la cita, y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado. […] Pero ahora quiero revelarles algo que nunca he dicho en público. Fue aquella pauta de acordes, aquellos seis acordes  los que formaron la base de todas mis canciones, de toda mi música”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com