Bienvenida a la primavera
Se acercaba el periodo vacacional de la Semana Santa, Roberta esperaba con ansias unos días de descanso. Felipe, su esposo, la había invitado a que fueran a visitar a sus tías Conchita y Luisa que vivían en un pueblo ubicado a unas 3 horas y media de la ciudad. La idea de estar en contacto con el campo le hacía mucha ilusión a Roberta.
Finalmente llegó la fecha esperada. Felipe compró chocolate con cardamomo para obsequiarle a las tías, había recordado que era una de sus bebidas favoritas. Roberta preparó pan de cazueleja para compartirles.
Salieron de casa con previa revisión de que el coche estuviera en buenas condiciones para viajar en carretera. El paisaje que les acompañó en el camino a su destino fue una bella tarde soleada, de esas que arrullan e invitan a tomar una siesta. El clima caluroso se dejaba sentir. Cuando salieron de la ciudad el clima se sintió más agradable, un airecillo fresco acarició el rostro y cabello de Roberta.
En su trayecto, mientras conducía, Felipe le fue comentando a Roberta algunas anécdotas de su infancia y adolescencia en compañía de las tías Conchita y Luisa. La casa donde vivían guardaba una serie de gratas nomemorias. Felipe era tan buen narrador que Roberta disfrutaba de la charla, escuchaba con atención y se imaginaba las historias.
—Felipe debías ser cuentacuentos porque describes con tanto detalle lo que pasó que casi siento que estoy en el lugar de los hechos.
—Y eso que no me viste cuando la tía Luisa me enseñó a hacer unos guiñoles con retazos de tela, era para la presentación de un cuento que, por cierto, terminó relatando ella porque me dio pena hablar en público.
Ambos sonrieron y Roberta preguntó,
—¿Ya estamos cerca del pueblo? Tiene rato que no veníamos pero hay ciertos elementos que voy recordando.
—Tienes buena memoria, así es, llegaremos como en media hora.
Hicieron una pausa en la charla. Roberta observó que el camino se iluminaba con los rayos de la Luna que estaba cercana a su etapa de Luna llena. Se deleitó con la vista hacia la bóveda celeste, las estrellas titilaban decorando el cielo. Agradeció la ausencia de tantas luces como las que había en la ciudad. Alcanzó a percibir uno de sus paisajes sonoros favoritos, el canto de los grillos. Ese canto se había ido perdiendo en la ciudad y cada que Roberta tenía la oportunidad lo disfrutaba. Percibió que la noche tenía un aroma distinto, el olor a naturaleza se hacía presente, no solo por estar en el pueblo de las tías sino también porque estaban en una de sus épocas favoritas del año. Ese viaje era una bella forma de dar la bienvenida a la primavera.
El sonido del celular de Felipe se dejó escuchar, era la tía Conchita que preguntaba si ya estaban por llegar a casa, les estaban esperando para cenar.
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