Antropología: entre el colonialismo intelectual y el pensamiento crítico anticolonial
Durante la segunda mitad de la década de 1960, los estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México (ENAH) discutimos en varias ocasiones con Gonzalo Aguirre Beltrán acerca del indigenismo como política de Estado para asimilar a las culturas de los llamados pueblos indios o pueblos originarios. En no pocos de aquellos encuentros entre estudiantes de antropología identificados con las corrientes de izquierda y el antimperialismo con quien fue el mayor de los teóricos del indigenismo en América Latina y El Caribe, Aguirre Beltrán sentenció: “ustedes no me han leído. En general, los antropólogos en México no se leen entre sí”. Señalaba Aguirre Beltrán un axioma que podía observarse con sólo ver las bibliografías citadas tanto en las publicaciones de la época como en las tesis. El colonialismo intelectual era evidente entre los antropólogos. Más todavía, en las bibliografías citadas por los antropólogos europeos o norteamericanos que estudiaban al “otro” en Nuestra América (José Martí dixit) nunca aparecían textos de los antropólogos nativos, de quienes se decía entre los antropólogos metropolitanos que eran “referencias informativas o testimoniales”. En el propio Chiapas, las universidades de Harvard y Chicago impusieron una forma de hacer antropología y un “estilo” para estudiar al “otro”: los pueblos de Los Altos de Chiapas. He opinado en varias ocasiones que fue el Movimiento Estudiantil de 1868 el que impulsó de manera intensa una revisión de ese “colonialismo intelectual” además de consolidar las críticas a la política indigenista que ya venían desarrollando el grupo de antropólogos que se ganó la etiqueta de “la generación crítica de la antropología”: Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Arturo Warman, Mercedes Olivera, Margarita Nolasco, mismos que publicarían en 1970 lo que se consideró su “manifiesto”, el libro titulado De Eso que llaman antropología mexicana (México, Nuestro Tiempo,1970). Por aquellos años de la década de los 1960 aún no se conocía el libro firmado por Bronislaw Malinowski y Julio de la Fuente titulado La Economía de un sistema de mercados en México texto en el que el antropólogo británico y el mexicano publican los resultados de sus investigaciones en Oaxaca hacia los años de 1940-1941. Este importante texto no se conoció en México sino hasta que la Universidad Iberoamericana lo publicó en el año de 2005 aunque ya había el antecedente de un resumen del mismo en 1957 en la publicación conocida como Acta Anthopológica. En el texto aludido, Malinowski, tomado como uno de los “padres de la antropología social” reconoce que aprendió con Julio de la Fuente y su experiencia en Oaxaca que la Historia no está reñida con el Estructural-Funcionalismo. Era una de esas raras ocasiones en que un intelectual de un país hegemónico como Inglaterra reconocía en un joven antropólogo latinoamericano a un par académico. Pero no es sino hasta la publicación del texto de Esteban Krotz, “La generación de teoría antropológica en América Latina: silenciamientos, tensiones intrínsecas y puntos de partida” (revista Maguare, Colombia, Números 11-12, 1996, pp.45-61) que se intensificó la discusión acerca del colonialismo intelectual que se padecía en las que Krotz llamó “las Antropologías del Sur”. De aquí en adelante, se recuperaron visiones como las de Pablo González Casanova y Rodolfo Stavenhagen (colonialismo interno; siete tesis equivocadas sobre América Latina) y adquirieron mayor relevancia los textos de Guillermo Bonfil, hablando de la producción que se elaboraba en México. Por supuesto, en otros países de América Latina y El Caribe como Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, Cuba, La Martinica, para mencionar sólo algunos, el pensamiento crítico y contracolonial se intensificaba y se difundía. En mucho, los movimientos de los pueblos originarios tuvieron también mucho que ver en esta difusión de un pensamiento crítico y en cierto sentido de una “toma de conciencia” de los antropólogos en Nuestra América de que había que elaborar una ciencia social desde nuestras propias perspectivas. En Nuestra América el “otro” somos todos: un gran “nosotros”, en sociedades de una gran complejidad aunada a la desigualdad con todas sus secuelas. Hubo un cambio importante en las y los que nos dedicamos a la antropología y ello puede comprobarse con observar las citas bibliográficas no sólo de las publicaciones profesionales sino de las tesis preparadas por los estudiantes de todos los niveles en donde cada vez con mayor frecuencia se observa el “enlace teórico latinoamericano”. En ese contexto, desde principios de este año, Rosana Guber, la importante antropóloga argentina y nuestro colega en México Esteban Krotz, nos convocaron a un grupo de antropólogos y antropólogas latinoamericanos para abrir la Primera Diplomatura (Diplomado diríamos en México) en Antropología Latinoamericana que se ofrece a nivel internacional, bajo la cobertura de la Universidad Alberto Hurtado de Chile. El pasado sábado tuvimos la reunión de inauguración con una charla entre los docentes, estudiantes y tutores que presidió Rosana Guber desde Buenos Aíres y con la presencia de Esteban Krotz desde Mérida, Yucatán. Los cursos propiamente dichos se inician el próximo 14 de abril. Todo un acontecimiento que marcará un parte aguas en el desarrollo no sólo de la antropología en Latinoamericana y El Caribe sino también en el pensamiento crítico que caracteriza a las ciencias sociales en Nuestra América. Cada curso consta de siete sesiones de dos horas cada una, dirigidas por dos docentes procedentes de países latinoamericanos diferentes. Por ejemplo, el curso con el que abre esta Diplomatura será impartido por Luis Campos Muños de Chile y Andrés Fábregas Puig de México. Hasta este momento hay inscritos 14 estudiantes procedentes de Argentina, Perú, Ecuador, Chile, Honduras, México. Una nueva página se abre en este bregar contra el colonialismo intelectual en Nuestra América.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. 2 de abril, 2023
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