No estás sola
Jocelyn logró cambiar el turno de su trabajo en la papelería con su compañera Ariadna, fue la única que se mostró solidaria con ella cuando comentó que deseaba participar en la marcha del 8 de marzo. Ariadna era madre soltera, tenía una hija y un hijo adolescentes, Martha y Artemio; cuando escuchó a Jocelyn con tanto entusiasmo y esperanza de participar en la marcha no dudo en apoyarla para cubrir su turno por la tarde. Recordó que Martha y Artemio también tenían interés en sumarse a la marcha. Ariadna estaba motivada porque veía que en las nuevas generaciones traían inquietudes por conocer, defender y hacer respetar sus derechos.
—Doña Ari, muchas gracias por hacerme el paro, mañana le cuento cómo estuvo la marcha. Mi participación también va por usted. A lo mejor me topo con la Marthita o el Temo y los saludo.
—Lo hago con gusto Jocelyn, ve con cuidado y recuerda no apartarte del contingente. Ojalá te los encuentres.
Jocelyn salió de la papelería, no sin antes preparar su pancarta, #RespetaMiCuerpo, #VivasNosQueremos. Se colocó su gorra color morado, el sol estaba intenso y se dirigió al punto de reunión. Comenzó a caminar a paso rápido, vio su reloj y llevaba 15 minutos de retraso. En el trayecto se encontró con algunas mujeres, no las conocía. Sin embargo, todas iban a la marcha, intercambió mensajes con ellas y eso le generó una sensación grata, de compañerismo y empatía.
El contingente se veía a lo lejos, muchas mujeres, niñas, adolescentes, jóvenes, adultas que se habían congregado para partir a la plaza central. Jocelyn buscó si lograba ver a alguna de sus amistades, no tardó en hallar a dos de ellas, de la secundaria, Lulú y Aurora. Se saludaron y se formaron en las filas, no tardaba en iniciar la marcha.
Durante el recorrido hubo organización y gran participación de las compañeras, quienes con entusiasmo, fuerza y convicción gritaban diversas consignas: Ni una más ni una más, ni una asesinada más; Ni una más ni una menos porque vivas nos queremos; Vivas se las llevaron, vivas las queremos. Jocelyn observó con gusto y esperanza que era una gran cantidad de mujeres que se habían sumado a la marcha. Mientras iba gritando las consignas, venían a su mente las mujeres de su familia, ella iba en representación de cada una, pero también de sus vecinas, doña Pilar, la señora que cosía manteles; doña Hortensia, la señora que tenía su tiendita de abarrotes en el barrio; doña Ari, su compañera de trabajo; doña Petrita, la señora que hacía el aseo en la papelería y también dedicó su participación a las mujeres migrantes como doña Luci, una vecina que había ido a alcanzar el sueño americano junto con su hijo Chepe.
Una vez que llegaron a la plaza central, se invitó a hacer uso del micrófono. Jocelyn se quedó con Lulú y Aurora. Escucharon las diversas denuncias que hacían, de vez en vez intercambiaban miradas. Jocelyn observó los rostros de las mujeres que estaban a su alrededor, algunos denotaban asombro, coraje, dolor. También percibió un ambiente de confianza y seguridad entre todas las mujeres. Su corazón se sintió fortalecido cuando más de una vez, después de cada testimonio o denuncia compartida, se dejó escuchar en coro la frase: No estás sola, no estás sola.
De regreso a casa, Jocelyn se acompañó con Lulú y Aurora, escuchaba sus impresiones sobre la marcha. Ella iba en silencio, sintiendo aún la fuerza de la frase: No estás sola.
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