La selección mexicana de béisbol
Lo que comenzó como un entretenimiento más de un día común en la semana, la semifinal del Clásico Mundial de Béisbol entre México contra Japón se convirtió en un evento deportivo que prácticamente paralizó a todo el país; fue tendencia en las redes sociales y llovieron elogios a un seleccionado de un deporte que, si bien es de alto consumo y audiencia en muchas partes de México, no estaba codificado dentro del estándar de “deporte nacional”.
El béisbol en nuestro país siempre ha tenido tradición. La Liga Mexicana de Béisbol ha consolidado bastante prestigio a nivel regional, más allá de las fronteras, y su nivel la eleva a ciertos rangos de fortaleza, compitiendo con las históricas potencias como Puerto Rico, República Dominicana, Cuba o Venezuela. En algunas partes de la geografía nacional, existe una tradición beisbolera, como parte de las idiosincrasias deportivas cotidianas, incluso más que el basquetbol, y, por supuesto, el futbol, como constan las enormes aficiones de la costa del pacífico, la del atlántico y el caribe.
Pero fuera del contexto de algunas regiones, este deporte no es un deporte de masas, como si lo es el futbol. Compite en trascendencia nacional con el basquetbol, aunque por la cobertura que éste tiene en el medio rural (en cualquier parte del campo se cuenta con una cancha de basquetbol), la gente lo juega más e incluso está dentro de los planes educativos de formación primaria y secundaria, no así el béisbol. También tiene que ver con que, para el basquetbol, como el futbol, solo se necesita literalmente un balón para alinear los equipos y hacer el desgaste físico requerido. En el béisbol, por lo menos jugado a niveles más o menos competitivos, se requiere de más equipamiento. Tal vez no es exactamente menos popular que el básquetbol, pero éste si más eficiente a la hora de llevarlo a cabo, como política de deporte masivo y por la relativa facilidad material con que se promueve.
En el futbol es cosa distinta. No hay comparación alguna como preferencia deportiva masiva en el país. El futbol tiene una organización más compleja que cruza los espacios urbanos y rurales con fluidez y arraigo. Es el deporte más extendido, es el más popular, masivo y cuenta con una organización nacional sin comparación con alguna otra práctica física. La liga profesional de futbol es holgadamente suficiente en recursos económicos para tener alcance en casi todos los rincones nacionales, sobre todo por su cobertura mediática.
Pero tenemos una enorme paradoja. En el deporte nacional por excelencia, cada vez más las distancias en la ecuación federación-afición está más endeble, por no decir rota, evidenciada por la terrible actuación de la selección nacional en el último mundial en Qatar. Ya hemos dicho aquí que la apropiación de la identidad nacional por parte de los empresarios que utilizan este discurso ya no es creíble, ya suena hueca y fantasea en una idea anquilosada y errónea de que, pese a todo, hay que creer en el destino de “nuestra” selección como parte de nuestra vida cotidiana. Y la gente no es tonta. Se ha dado cuenta que, después del fracaso monumental de la copa del mundo pasada, no hubo cambio alguno en la supuesta dirección y organización de la Federación Mexicana de Futbol. No hay enmienda, no hay autocrítica; por el contrario, ahora cobran para ver algunos de los juegos de la liga, dejando de lado el arraigo de las aficiones y audiencias. Los empresarios del futbol han ninguneado como nunca al público mexicano.
Por ello, en sustitución de esa necesidad de sentirnos parte de alguna representación nacional, de pronto surge la selección de béisbol y se convierte en un fenómeno mediático por unos días. No hubo, literalmente, ninguna crítica ni comentarios adversos al desempeño de los peloteros mexicanos que, aun en la dolorosa derrota ante los que finalmente salieron campeones, Japón, los que vimos el duelo quedamos tan satisfechos y agradecidos por su actuación e inmediatamente pensamos en cambiar las prioridades deportivas de alta competencia en el país.
Es el mismo fenómeno del Checo Pérez. Cada vez que corre el país se paraliza y se encabrona cuando lo ningunean los co-equiperos de su escudería. En este momento, el Checo representa la épica que necesitamos para fortalecer nuestros ídolos, la del débil frente a los poderosos, del mexicano ante los güeros presumidos, y más que nada, la humildad de no “rebajarse” ante la evidente mamonería de quienes “obstaculizan” su calidad como piloto.
Eso pasó con los peloteros mexicanos. El gesto de Randy Arozamena cuando tiende la mano para saludar a un jugador gringo y éste no le responde, incendió los orgullos y en menos de dos instantes después, Arozamena ya estaba en la lista de los imaginarios de nuestros ídolos más populares.
Los aficionados estamos ávidos de triunfos. Huérfanos de identidad deportiva, una gesta, por pequeña que sea, es renombrada desde un formato cultural donde se nos permite soñar. Lo bueno de esto es que, cada vez más, la gente se está dando cuenta de lo falso y artificial que puede significar el mercado futbolero de nuestro país, realmente caro y sin redundar en absolutamente nada.
La metáfora de esto debe tener contundencia. Lo dijo el periodista José Ramón Fernández: “Esta semana tuvimos los dos lados de la moneda: 1) Un equipo mexicano con alma, pasión y entrega que sabe jugar béisbol; 2) Un equipo mexicano mediocre, que no avanza y que no sabe jugar fútbol”. No hay más palabras.
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