La indefensión frente a las aerolíneas
Ser ciudadano en las sociedades con economía de mercado, que en la actualidad son las mayoritarias en el planeta, es, entre otras cosas, ser un consumidor. Por supuesto, ello no significa que toda la población acceda al generalizado y extenso arsenal de productos y servicios existentes. Un alud de posibilidades, no siempre necesarias, pero representativas del poder económico y de nuestra condición y estatus social frente a otros conciudadanos.
El consumo o la forma de acceder a él cambia de manera constante y ello se demuestra con facilidad a través de la relación con las aerolíneas. Los más jóvenes, seguramente, no recordarán que el volar, el tomar un avión, era un lujo restringido para pocos sectores de la sociedad. Un hecho que se modificó en los últimos años no tanto por el aumento del poder adquisitivo de la mayoría de los bolsillos, sino por la aparición de aerolíneas conocidas como de “bajo costo” olow-cost, este último su original nombre en inglés. Este tipo de servicio se ha extendido en el mundo con características compartidas, como lo son la eliminación de servicios que, con anterioridad, estaban incluidas en el precio del boleto. Hoy se paga por cada uno de ellos por separado. Así, se elige el tamaño y peso del equipaje, el asiento o la prioridad en el embarque pagándolos de forma independiente.
El crecimiento de estas compañías ha incrementado, al mismo tiempo, la posibilidad de desplazamientos en rutas más específicas, es decir, si antes se debía volar casi siempre a la Ciudad de México para enlazar con otros destinos, hoy se puede salir de Tuxtla Gutiérrez a otras ciudades sin tener que dar esas vueltas, más costosas y con una considerable pérdida de tiempo. Pero si ello son ventajas, también hay que señalar el incremento de los problemas que ya existían mucho antes de la existencia de esas compañías de bajo costo.
Quienes hayan tomado vuelos con certeza se habrán encontrado con problemas de todo tipo, aunque los relacionados con los retrasos, las pérdidas de maletas y, sobre todo, la cancelación sin aviso de vuelos son los más comunes. Ante ello la indefensión de los clientes es absoluta. Situación que se agravó con el pretexto de la pandemia y que persiste después de la remisión del virus que la causó. En ese sentido, las compañías, cualquiera que sea su naturaleza porque no solo se incluyen en estos problemas las de bajo costo, tienen vara alta para hacer lo que deseen sin ningún tipo de control y, lo que es peor, sin responsabilidad ante unos consumidores totalmente desamparados ante un maltrato generalizado y constante.
Ser o estar en una economía de libre mercado no otorga esos privilegios a empresas que no tienen ningún respeto por sus clientes y donde las instituciones públicas, que deberían atender a los ciudadanos-consumidores, se desentienden de sus funciones. ¿A quién reclamas cuando tus derechos son pisoteados sin el menor rubor? Nadie sabe responder. Lo que resta, al parecer, es que el pago por un servicio, por el consumo del mismo por parte de los ciudadanos sea un auténtico albur. La única certeza, esa sí, será la imposibilidad de reclamar porque nadie, ni empresas involucradas, ni instituciones públicas se hacen responsables o asumen el papel que se les otorga. En definitiva, otra más de las indefensiones que los ciudadanos enfrentan en una cotidianidad demasiado acostumbrada a tales circunstancias.
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