La ardiente belleza

Casa de citas/ 631

La ardiente belleza

Héctor Cortés Mandujano

 

Los lanzallamas, de Roberto Arlt, se publicó originalmente en 1931, y es, según la nota del propio autor, la segunda parte de Los siete locos. Se leen la una sin necesidad de la otra, no son secuenciales. La leo en uno de mis lectores electrónicos. El título de esta columna está tomada de allí.

En Los lanzallamas conviven una serie de extraños personajes, que conversan y monologan incesantemente: el Astrólogo, cuyo fin es hacer una revolución que mate a los militares y a los políticos; Erdosain, quien inventa una rosa natural que se vuelve de cobre (vende la patente) y es violento, cínico, terrible, y se enreda en distintos amores que lo llevarán, incluso, al asesinato; Haffner, el rufián melancólico, que es un matón al que, cómo no, matan a balazos; Elsa, una mujer rica que se casó con Erdosain y soportó una vida aberrante (él llevó a vivir con ellos a una prostituta, que era su amante, entre otras lindezas); Emilio y Eustaquio, dos hermanos pobrísimos; Bromberg, “el hombre que vio a la partera”;  Hipólita…

Dice Arlt en “Palabras del autor” sobre esta novela (p. 10): “Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el diablo están junto a uno dictándole inefables palabras”.

Hipólita le sugiere un encuentro sexual al Astrólogo, pero él le dice que está castrado, que cayó sobre el pasamanos de una escalera y (p. 23) “los testículos le estallaron como granadas”.

Dice Erdosain a Haffner (p. 42): “Estamos construidos para ser felices, dese cuenta de eso. Mediante la voluntad lo podemos conseguir todo… y no somos felices, sin embargo. […] Hemos dejado crecer el deseo infinitamente, ¿y para qué?… ¿Puede decirme para que deseamos a las mujeres? No somos hombres, sino sexos que arrastran un pedazo de hombre. Usted explota tres mujeres para no trabajar. Otras explotan un regimiento de operarios para andar en automóvil, tener muchos sirvientes o beber un vino cuyo mérito fue el ser envasado hace cien años. Ni ellos ni usted son felices…”.

Los personajes de Arlt piensan mucho, le dan vueltas a la vida, cavilan sobre la muerte; piensa Augusto Erdosain sobre sí mismo (p. 49): “Aun cuando todos los hombre se arrodillaran a tus pies, y los bufones y aduladores saltaran, danzando volteretas frente a ti, estarías tan triste como lo estás ahora, pobre carne. Aun cuando fueras Emperador […] tu carne endemoniada y satánica se encontraría tan sola y triste como lo está ahora”; tampoco podrá encontrar consuelo, piensa en lo contrario (p. 50): “Aunque llegues a humillarte […] ni en la máxima humillación encontrarás consuelo, demonio. Estás perdido”. Piensa en Dios y en suicidarse, esos pensamientos tampoco lo consuelan (p. 51): “Estoy muerto y quiero vivir. Esa es la verdad”.

[Erdosain tuvo una infancia difícil: su padre nunca lo besó, lo golpeaba, lo llamaba “perro”… No busca ni oro ni poder ni gloria, como otros (p. 151): “He corrompido a una criatura de ocho años. Me he dejado abofetear. He robado. Nada  me distrajo. He permanecido siempre triste”.]

Haffner, un poco antes de que lo maten, piensa sobre su falta de compañía, sobre la ausencia de amor en su existencia, sobre la posibilidad de casarse con una cieguita (pp. 52-53): “Hay sabios que se han casado con su cocinera, porque sabían hacer un guisado impecable”.

Dice el Astrólogo a Barsut (p. 59): “Hasta los condenados a muerte desean. Muchos piden, como gracia postrera, poder poseer a una mujer. Tan maravilloso es el instinto creador del hombre. Únicamente los hombres poca cosa hacen filosofía de su castración mental”.

Ilustración: Alejandro Nudding

El Astrólogo quiere fabricar fosgeno, un gas que mataría a militares, políticos, gente de poder, aunque muera mucha gente inocente –siempre ocurre– y después instaurar el comunismo. No necesita a muchos, piensa, para echar a andar su plan: “Cien hombres pueden hacer la revolución en la República Argentina”; él será el liberador del pueblo (p. 65): “Si nuestros comunistas tuvieran un poco de inteligencia lo hubieran hecho… […] Se la pasan escribiendo proclamas con una sintaxis ridícula y una ortografía pésima. […] Muchos de ellos son pequeños propietarios […], tienen hijos en la Universidad de Derecho, en la escuela Militar y la Facultad de Medicina. Es para reírse”.

Erdosain será uno de sus hombres y piensa en los efectos del veneno (p. 158): “Nada más que cuatro miligramos por metro cúbico. Y el hombre se desmorona como una mosca. Si esto no es economía satánica, que lo diga Dios”.

[En Borges (Editorial Destino, 2006), de Bioy Casares, Borges habla pestes de Arlt (p. 249): “Era muy ingenuo. […] Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. […] Era un imbécil”.]

Compró Erdosain a una menor de edad bizca (María Pintos, 14 años), la vuelve su amante, con la anuencia de la vendedora, su madre; le dice él a María sobre el amor, sobre el mundo (p. 162): “Hombres que desnudan sus órganos genitales en cuartos oscuros y llaman a la mujer que pasa hacia la cocina con una sartén. […] El órgano genital se congestiona e inflama, y crece; la mujer deja su sartén en el suelo y se tiende en la cama, con una sonrisa desgarrada, mientras entreabre las crines que le ennegrecen el sexo. El hombre derrama su semen en la oscuridad ceñida y ardiente. Luego cae, desvanecido, y la mujer entra tranquilamente a la cocina para freír en su sartén unas lonjas de hígado. Esa es la vida”.

El Astrólogo dice a Hipólita y a Barsut sobre cómo alcanzar la felicidad (p. 166): “El secreto consiste en humillarse fervorosamente, incluso lo sospecharon los antiguos. No hay santo casi que no haya besado las llagas de un leproso”.

Ergueta, en una conversación con Barsut, cita la Biblia para hacerle ver lo malvado de su odio por una mujer (p. 196): “Para ellos, de los cuales uno es usted, el profeta escribió: ‘De día se topan con las tinieblas, y en mitad del día andan a tientas como de noche’ ”.

Dice Barsut, en la misma charla (p. 197): “Todo mi cuerpo pide felicidad. Los sucesos humanos no se pueden arreglar con frases. No son como las películas, que un técnico revisa y deja de ellas lo que está estrictamente bien”.

Ergueta, luego de concluir la plática, a solas y con Dios (p. 199): “Señor, cuánta verdad hay en tus palabras: ‘El camino del hombre perverso es torcido y extraño’ ”.

Los hombres y mujeres de esta novela son, en términos generales, perversos; por eso tienen destinos torcidos: Barsut mata a Bromberg, Erdosain mata a María, la bizca; el Astrólogo huye con Hipólita. Barsut es detenido y los denuncia a todos: Erqueta es prendido por la policía con la Biblia bajo el brazo; Erdosain se suicida; Hipólita y el Astrólogo desaparecen, nadie vuelve a saber de ellos…

Los lanza llamas está a la altura del prestigio de su autor.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

 

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